Diario

Este cuento -según explica su autora- forma parte de su primer libro ontológico del año 2007 y “particularmente me encanta”. La historia que quiso compartir refiere a una niña, un recuerdo casi borrado de su madre que abandonó la casa familiar y un misterioso llamado telefónico.

TEXTOS. MELISA BELÉN FERRARIS ([email protected]). ILUSTRACIÓN. ALEJANDRO FIGUEROA ([email protected]).

 

Tenía cinco años cuando mamá se fue de casa. Todo se lo llevó cuando cerró la puerta gris, y yo corrí tras ella, como los niños cuando quieren alcanzar palomas, y la vi avanzar por la vereda hacia la derecha; la llamé. No se detuvo; no advirtió que la seguía y al llegar a la esquina me perdí. La vi marcharse con su delgada figura recortándose en la distancia, atravesando el aire, con sus cabellos renegridos como la noche. Recuerdo que después corté una rosa de un jardín y lloré casi sin consuelo hasta que me encontró una vecina y me regresó a mi casa.

Jamás pude borrar de mi memoria este recuerdo que prefiero olvidar. Sólo desearía recordarla a ella peinando mis cabellos con sus manos como nidos, recorriendo todos los espacios de la casa como una verdadera anfitriona, atravesando el patio hasta la puerta, radiante como el alba, dueña de todos los días y las noches en las que la llamé mamá.

Le hablé a los pájaros, al viento, a la lluvia; conversé con el aire liviano de la tarde y lloré sobre un ramito de violetas.

Han quitado sus fotos del álbum, sólo ésta que conservo me ha quedado. También desapareció la fotografía del portarretrato que está en el comedor, ahora ese espacio ha quedado vacío, como mi alma.

Poco a poco fui dándome cuenta de algunas cosas, por ciertos silencios que había a la hora de sentarnos a la mesa, por esos huecos que nunca iban a ser llenados y porque papá todas las noches durante mucho tiempo, recibía un llamado telefónico.

Con el transcurso de los días las llamadas comenzaron a reducirse. Hasta que una noche escuché que papá le decía que no hable más, que nosotros estábamos bien y que nadie preguntaba por ella; entonces instintivamente corrí hasta el comedor, arrebaté el tubo del teléfono y dije: “¿Mamá, sos vos?”, y del otro lado escuché que alguien cortó. Lloré casi tanto como aquella vez. Papá me subió a su falda y me explicó que no era mamá con la persona que él hablaba por las noches sino una tía, hermana de mamá, que quería saber cómo estábamos nosotros...; en esos momentos aparece por la puerta del pasillo mi hermano Pablo:

- ¿Qué son esos gritos?, dijo algo somnoliento.

- Es hora de ir a dormir, porque mañana hay que levantarse temprano para ir al colegio y no va a haber forma de hacerlos levantar, respondió papá con sutileza.

Nos dirigimos por el pasillo.

- ¿Vas a contarme qué pasó?, me dijo Pablo

- Escuché que papá hablaba por teléfono y le decía a la persona que estaba del otro lado que no llame más que nosotros estábamos bien, entonces fui y agarre el tubo pensando que era mamá.

- ¿Cómo creés que esa yegua va a pensar en llamar y en preguntar cómo estamos nosotros, si fue ella la que nos abandonó? Para que entiendas bien: cuando mamá se fue no pensaba en volver.

- Pablo, ¿por qué se fue mamá?, le pregunté tratando de entender su ausencia.

- Mamá se fue porque no nos quería.

Desde aquel día, mamá pasó a ser una especie de sombra que no encontraba dónde hacer sombra; su recuerdo fue una estatua de viento, que debí sujetar muy bien para no olvidarla.

En estos momentos Pablo está del otro lado de la puerta cancel jugando a los videos en la computadora; no quiero que descubra lo que escribo aunque debe suponer que mamá está entre estas páginas rosadas. Rueda una lágrima celeste. Mamá es lo que le sobra al verano, es el viento amontonando hojas secas, es alguien que se ha perdido en los espejos pero que algún día va a ser libre y romperá los cristales que la envuelven. Yo no sé si esta predicción tiene un fundamento, a modo apocalíptico lo aseguro; me preguntó por qué todo tiene que tener un porqué. En todo caso esa respuesta se la dejo a mis mayores.

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