Otras postales de vacaciones

Otras postales de vacaciones

Además de las selfies, las fotos de autopropaganda, el marketing personal, la aspiración de universo desde uno mismo, la fama cuesta y cualquier otra beldad por el estilo, existen, todavía, las fotos grupales o individuales convencionales. Que también tienen lo suyo. Miren el pajarito o digan whisky o lo que estén tomando, guachos.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Las fotos caseras, tomadas por simples mortales, no iniciados en el delicioso arte de la fotografía, sacadores de fotos pedestres como vos y yo, tienen también una organización chabacana, una lógica (despelotada, pero lógica al fin), y unos aspectos (des) organizativos que se reiteran.

También diferentes tipos y tipas (lo que permite sostener una precaria tipificación) de sacadores y sacados, según se verá en esta concisa, insulsa (es febrero, todavía, mis chiquitos: no arrancamos), imperfecta e inútil categorización.

Los señaladores. Hay gente a la que, al salir en las fotografías, le gusta indicar qué cosas estamos viendo; o qué cosas vieron ellos para que nosotros veamos (relato sobre relato, relato enmarcado más que foto enmarcada...). Aparecen, en general y particular indicando con su dedo o mano un algo más o menos preciso, como queriendo dirigir nuestra lectura e interpretación, por lo demás explícita de lo que ven y vemos.

Esta gente, en definitiva controladora o manipuladora (como tía Dora), te muestra con el dedo un detalle de la foto o la foto entera, marcando un sesgo que supera cualquier organización interior (Da Vinci no tiene ni por dónde empezar) y que comunica opinión. ¿Qué necesidad tiene la gente de indicar que ahí están las cataratas, si en efecto están ahí, a la vista? Pero ellas, señalan las cataratas, o un coatí, o un monito, o un cartel indicador de calle, o un algo que ellos ven. No sacan la foto, pero no ceden su contenido. ¿Por qué no te señalás la nariz, mejor?

Los atrapadores. Los designo así, pero sólo para darles un nombre, para que los identifiquen. Son esos ingeniosos que, colocados a determinada distancia de la cámara, colocan sus dedos o sus manos para “atrapar” la luna, el obelisco, la torre Eiffel, la morocha en malla que la rompe, y cualquier otro objeto. Las fotos por el estilo están suficientemente trilladas, pero ellos insisten, acaso con un obcecado principio que es la base del arte y de la vida misma: todo está dicho, todo está hecho, pero los tipos prueban de nuevo...

Por supuesto, para conseguir su objetivo, demoran lo indecible y tienen al sacador o al fotografiado horas enteras hasta el lograr tener por fin la luna en sus manos. ¿Por qué no se dedican a la poesía? Bueno, no: mejor no...

Los organizadores. Resulta que uno va de vacaciones para salir de la rutina, para hacer cosas distintas, para no recibir órdenes, y tenés en tu familia al maldito organizador de fotografías, en su doble vertiente: sacá esto, sacá esto, sacá lo otro (comprate una cámara vos y sacá lo que quieras, para eso está hecha la sociedad de consumo, para que cada uno sea un egoísta y personalizado consumidor y consumador de algo) y, por el otro, cuando son el objeto de la fotografía, junto con la familia, ordena o quiere ordenar lugares, gestos, ángulos. Al final, las fotos salen prolijitas prolijitas. Como si estuvieras en la oficina...

Los compulsivos. Por lo general tienen cámaras nuevas, han hecho un curso, o tienen un interés genuino. Pero le gatillan a todo, todo el tiempo. Son esos o esas que vemos tirados en la arena clavándole ocho mil fotos a un cangrejito que lo único que quiere es tomar sol. Y son los mismos que no tienen paz alguna ni descanso, ni disfrute. No están de vacaciones: están sacando fotos; no conocen los lugares, los registran para una posteridad imprecisa. Por mí que hagan lo que quieran. Pero apuntá para otro lado...

Los insatisfechos. En el otro extremo (pero un compulsivo también) tenés a los insatisfechos, tipos que no quedaron conformes con esa toma, ni con esta otra, ni con la que sigue. Hasta que se dan cuenta, sus víctimas (la familia en primer lugar) deben posar media vacación hasta que el señor obtiene la toma que a priori tiene en la cabeza. No sólo sacan quinientas fotos, sino que sacan quinientas veces la misma foto. En alguna, el cangrejo va a salir bien. Uno espera que luego, en represalia, el animalito le apriete el dedo. Quinientas veces.