la vuelta al mundo

Uruguay y la fiesta de la democracia

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Frente Amplio. Uno llega, otro se va. Tabaré, ya con la banda presidencial, despide a Mujica, cuya esposa, Lucía Topolansky, aplaude el traspaso. Sigue la misma política; ahora, con el sello de Vázquez. foto:efe

 

Para los uruguayos, la política es importante y de alguna manera están orgullosos de sus tradiciones. El pasado domingo 1º de marzo no fue una excepción. La jornada fue una fiesta cívica austera y alegre, con un público que se hizo presente en la avenida 18 de Julio y en las inmediaciones de la Plaza de la Independencia para saludar a sus representantes y dirigentes políticos que celebraron el rito político del traspaso del mando con moderación, sin agravios para nadie.

Fue un domingo de sol, de esos especiales para jornadas cívicas. Hubo gente, pero no masas aullantes. Las nuevas autoridades tampoco se preocuparon por convocar a multitudes. En Uruguay, la obsesión por “reventar la plaza de gente” no existe. O no existe con el frenesí que distingue a los argentinos. Tampoco la democracia de balcones, o la cadena nacional permanente. Lo que se observa es gente de las más diversas edades caminando por la avenida. Muchas banderas de Uruguay y del Frente Amplio. En algunos momentos, algunas consignas inofensivas al estilo de: “Y ya lo ve y ya lo ve, es presidente Tabaré‘. Ni bombos ni fanfarrias. A esas exhibiciones circenses y de mal gusto los uruguayos no se las permiten, o las dedican exclusivamente al fútbol o a algún recital de rock. Tampoco se observan lúmpenes y “tropa arreada”. Mucho menos, marchitas con rima fácil y frases vulgares alabando a algún capanga o caudillo. Una democracia de ciudadanos no se extravía en esas trampas de la retórica y la demagogia.

La ceremonia se desarrolla en orden y de acuerdo con lo previsto. Como corresponde a un país serio. El estilo es sobrio y la alegría de la jornada se expresa con serenidad, sin manifestaciones agresivas o expresiones histéricas. ¿Alguna comparación posible? Como si fuera un 25 de Mayo o un 9 de Julio en la Argentina. Una fecha importante pero previsible; una jornada festiva pero moderada; la reunión de quienes pretenden deliberadamente expresar que la democracia es un acto habitual y civilizado que debe honrarse como se merece, pero sin instalar allí pasiones escatológicas.

Algunas imágenes y gestos tal vez expresen mejor los momentos vividos. El primer acto se celebra en el Palacio Legislativo. Allí están presentes en un sitio de honor los ex presidentes uruguayos: Sanguinetti, Lacalle y Batlle. Todos opositores, pero todos presentes y honrados. Todos cumplieron sus mandatos y volvieron a sus casas. Como corresponde. Sanguinetti fue dos veces presidente; como ahora lo es Vázquez, pero en gestiones alternadas. En Uruguay, a nadie se le ocurre reformar la Constitución para perpetuarse en el poder. No se lo permiten los dirigentes y no se lo permitiría la sociedad.

Las primeras palabras de Vázquez están dirigidas a los ex presidentes. En particular a Julio Sanguinetti, el primer mandatario de la democracia. El rostro severo de Sanguinetti se suaviza con una breve sonrisa de reconocimiento. Se trata de un opositor duro e intransigente con el Frente Amplio, pero las primeras palabras del nuevo presidente están dirigidas a él. No son de alabanza ni de compromiso; tampoco una seña para disimular diferencias ideológicas; se trata de un gesto republicano de convivencia y, por supuesto, del reconocimiento a una verdad histórica: la transición de un régimen autoritario a uno democrático se inició con Sanguinetti. Ni a Vázquez ni a Mujica se les ocurriría pensar que la democracia empezó con ellos.

—En la Argentina, esta ceremonia es impensable -me dice en voz baja un colega.

—No sé si será impensable -respondo en el mismo tono-, pero presiento que nosotros no vamos a ver algo así por mucho tiempo.

Mientras hablamos en voz baja, observamos a Raúl Sendic, el flamante vicepresidente, parado al lado de Vázquez. Es joven, y algunos aseguran que será el candidato del Frente Amplio para el próximo período. Todo puede ser. Por lo pronto, los que tenemos alguna memoria histórica no podemos dejar de manifestar nuestra sorpresa respecto del hecho de que el hijo del guerrillero tupamaro más buscado por las autoridades en su momento, sea hoy vicepresidente de la república y reciba honores oficiales.

Con los tupamaros se puede estar o no de acuerdo. Yo nunca compartí su política y mucho menos sus métodos. Pero no deja de sorprender la capacidad que han tenido para reciclarse en la democracia. También en esto hay una diferencia vital con la Argentina. A personalidades como Mujica y Sendic nosotros opusimos personajes como Firmenich y Gorriarán Merlo. Mientras los tupamaros soportaron con dignidad prisiones durísimas y luego hicieron una ejemplar autocrítica, en nuestros pagos, Firmenich acordaba con Massera y Gorriarán Merlo planificaba el asalto a La Tablada. ¿Por qué los tupamaros se incorporaron a la democracia y llegaron a ubicar en la máxima investidura política nacional a uno de sus jefes históricos, mientras que en la Argentina las organizaciones armadas se extinguieron hundidas en el descrédito? No hay una respuesta exclusiva a este interrogante, pero las diferencias no dejan de ser sintomáticas.

En la Plaza de la Independencia el palco está adornado con banderas nacionales y los rostros de los ex presidentes uruguayos. No veo símbolos religiosos. La tradición laica uruguaya es empecinada. La democracia cumple treinta años y a su consolidación contribuyen todos: colorados, blancos y frente amplistas. Nadie desconoce esa simple verdad. Mujica está vestido de traje oscuro y sin corbata. Lentes ahumados y la expresión de quien no está cómodo con ese atuendo. Vázquez es el contrapunto. Impecablemente peinado, traje a medida y modales de hombre de mundo. Son muy diferentes, pero en lo fundamental coinciden. Las diferencias entre ellos no son sólo de estilo personal, también son políticas y no las disimulan, aunque tampoco hacen de ello el pretexto para una guerra política.

La ceremonia del traspaso es breve y sencilla. Republicana, en definitiva. Un abrazo entre el presidente que se va y el que viene, la banda presidencial que pasa de un cuerpo al otro, y todo concluye. Mujica se retira del escenario y camina hacia donde está su famoso “Escarabajo”. Anuncia que regresa a su chacra porque a la tarde lo visita el rey Juan Carlos. Para filmarlo. Y Kusturica promete hacerlo. La gente lo despide a Mujica con aplausos y palabras de afecto. Lo quieren. Ese afecto es raro para nosotros. Mujica no sonríe casi nunca; tampoco reparte abrazos ni besos; no se comporta como el clásico político “juntavotos”, pero para la gente es el Pepe, el político austero, el hombre honrado, el tipo que usa palabras populares para expresarse como un sabio. Rico en virtudes y pobre en patrimonio. En la Argentina suele ser al revés.

Aplausos y vivas para Tabaré. Un grupo de jóvenes vestidos de blanco arma una ronda para expresar su alegría. No amenazan con matar ni escrachar a nadie. Expresan su alegría y nada más. Una señora mayor, con pinta de vieja militante, me dice al pasar: “Usted no sabe lo que hubo que pasar para llegar a esto”.

Ahora, los saludos de los invitados. De los que llegaron, porque hubo muchas ausencias. Biden, el vicepresidente norteamericano, fue aquejado de pronto de una gripe extraña y sugestiva. Tampoco vino Nicolás Maduro, muy ocupado en encarcelar opositores en su país. El otro ausente fue Evo Morales. Dilma Roussef, sobria y digna. En algún momento sale del hotel para hacer compras ¡Qué nadie se alarme! Ni carteras Vuitton ni zapatos de diez mil dólares. Todo se reduce a una visita al mercado para comprar dulce de leche. Y eso que declaró que estaba de dieta.

Aplausos a Correa. Ovación a Raúl Castro. Sesenta años de dictadura y un pueblo derrotado, perseguido y humillado, pero el mito de la revolución sigue provocando sus sorprendentes y prolongados efectos. Algunas silbatinas a Juan Carlos. En eso no hay vuelta que darle: los uruguayos son republicanos y los reyes no les gustan por más democráticos que digan ser. Sin embargo, a la jornada le falta lo principal. El broche de oro de una ceremonia organizada por gente decente. Boudou se hace presente en el escenario. La silbatina es estruendosa y prolongada. Única y exclusiva. Boudou sonríe como si lo estuvieran aplaudiendo. Isidorito Cañones sabe jugar su rol. A mí me da vergüenza. Pero me conformo diciéndome que es lo que nos merecemos.

por Rogelio Alaniz

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La ceremonia del traspaso es breve y sencilla. Republicana, en definitiva.