UCR: entre la esperanza y el riesgo

Por Rogelio Alaniz

El radicalismo definió su candidato presidencial y su política de alianzas. Lo hizo a través de procedimientos limpios y respetando las estrictas reglas de juego de la democracia interna. Más de trescientos convencionales de todo el país tuvieron la oportunidad de escuchar a sus dirigentes, hablar y votar por la posición que consideraban más correcta. Durante veinticuatro horas la ciudad de Gualeguaychú se transformó en lo más parecido a un foro democrático donde una multitud de hombres y mujeres se reunieron para hablar de política. El dato merece destacarse porque ese espectáculo republicano no es habitual en los tiempos que corren.

Para quienes profetizan el fin de los partidos políticos, lo sucedido este fin de semana en una ciudad entrerriana demuestra lo contrario. Quienes a veces con regocijo, a veces con sombrío tono académico, extienden un renovado certificado de defunción a la UCR, los hechos confirman una vez más aquella sentencia castiza acerca de la buena salud que gozan los “muertos que vos matáis”.

Si en verdad los tiempos que se avecinan auguran plenitud democrática y republicana, la presencia esperanzada y bulliciosa del partido político como espacio de elaboración de estrategias y proyectos confirma que la república no está perdida y que el destino nacional no necesariamente debe resignarse a vegetar en el atraso, el desencanto y la injusticia.

La máxima autoridad institucional de la UCR resolvió en esta convención proclamar a Ernesto Sanz candidato a presidente, cargo que deberá convalidar compitiendo en las próximas Paso contra Mauricio Macri y Lilita Carrió. La decisión fue convalidada por una ajustada mayoría de convencionales, pero a decir verdad la estrategia electoral de marchar coaligados con el PRO y la Coalición Cívica era un dato que antes de legitimarse en la convención ya estaba revalidado en la sociedad.

Los convencionales que se opusieron a esta estrategia lo hicieron en la mayoría de los casos con buenos argumentos, y advirtiendo los riesgos de un acuerdo con una formación política como el PRO, cuyas diferencias con el radicalismo y con la visión que el radicalismo tiene de la política son visibles y en algunos casos demasiado visibles.

Si la propuesta de marchar con el PRO y la Coalición Cívica logró imponerse no fue tanto por la habilidad o la elocuencia con la que los oradores expresaron sus ideas, como por el hecho para algunos obvio, para otros evidente, de que se trataba de la única estrategia posible para un partido que históricamente siempre entendió que la disputa por el poder es algo más que un gesto testimonial.

Las objeciones de Cobos, Morales y Alfonsín, para mencionar a los dirigentes que se opusieron a Sanz, podían ser atendibles como crítica o advertencia, pero carecían de la consistencia que otorga la certeza de proponer algo que dispone de la materialidad áspera pero real del poder. La alianza con Macri e incluso la posibilidad de perder la interna y votarlo a él, es una propuesta riesgosa para un partido celoso de sus tradiciones, pero al mismo tiempo es la propuesta posible para un partido comprometido con la responsabilidad de ofrecerle a la sociedad y a sus dirigentes extendidos por todo el país esperanzas reales de poder.

La alternativa de una alianza que incluyera a Sergio Massa y a la izquierda podía ser muy seductora en los papeles, pero su dificultad más seria nacía del hecho deprimente de que ni Massa, ni Macri, ni la izquierda estaban dispuestos a ir juntos. Quedaba flotando en el aire la opción testimonial del frente de centro izquierda, un acuerdo liderado por la UCR en la figura de Cobos y respaldado por las anémicas formaciones de izquierda de la Argentina. Habría que decir al respecto que la otra debilidad de esta propuesta residía en que ni el propio Cobos creía en serio en esa posibilidad, tal vez porque él mismo era consciente de que la UCR no podía arriesgarse una vez más a tener una performance como la exhibida en 2002 por Leopoldo Moreau, actual mosquetero a sueldo de la causa kirchnerista.

El acuerdo con el PRO no nace sólo de la necesidad de que en más de un paso suele confundirse con el oportunismo. Queda claro que si la tarea política planteada hacia el futuro es la de constituir una mayoría política que se proponga tareas republicanas y democráticas que saque a la Argentina del prolongado y deprimente ciclo populista, la misión del radicalismo es crear o fortalecer alternativas que apunten en esa dirección y demuestren que la Argentina no está condenada a la fatalidad o a la maldición de ser gobernada por el peronismo.

Para los viejos radicales, es probable que la propuesta ideal hubiera sido un partido con un candidato convocante, en una experiencia parecida a la de Alfonsín en 1983. Pues bien, la Argentina de 2015 no es la de 1983; el liderazgo carismático partidario no se hizo presente y hasta los radicales más opuestos a un acuerdo con Macri saben que la UCR sola no está en condiciones de ganar elecciones y, mucho menos, de asegurar la gobernabilidad.

El siglo XXI será desde el punto de vista político el siglo de las coaliciones como respuesta a las nuevas demandas sociales y a las crisis de los viejos paradigmas. Lo que los dirigentes radicales parecen haber comprendido en Gualeguaychú es que en política todo está permitido menos quedarse afuera del escenario y que el valor de un dirigente no se mide por su capacidad para rehuir los riesgos sino por su talento para afrontarlos confiando en su lucidez, su coraje y su buena estrella.