Tribuna política

Realidades o discursos, gestión o populismo

Por Enrique A. Escobar Cello

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La valiente y realista postura del senador Ernesto Sanz, respecto del PRO y del partido que lidera la doctora Carrió, respaldada por una significativa mayoría de la Convención Nacional de la UCR, en evidente consustanciación con el sentir, no sólo del afiliado radical, sino del grueso de la ciudadanía que anhela ser liberado del marasmo de venalidad e ineptitud en el que estamos atrapados, ha generado un impostergable debate en la sociedad argentina: ¿Qué modelo de país queremos los argentinos?

Este triunfo, naturalmente, ha generado secuelas de resentimiento y crispación en algunos dirigentes del radicalismo que no se resignan a obedecer la voluntad de la mayoría, sumado a algunos conspicuos dirigentes de nuestra “izquierda” vernácula, que fomentan esta circunstancia y descalifican aquello que se decidió en el limpio juego democrático de una ejemplar asamblea partidaria, acusando una alianza con la “derecha conservadora”.

La historia, siempre maestra, puede ofrecernos ejemplos.

En la Conferencia del Partido Comunista de Moscú, el 6 de diciembre de 1920, decía Lenin en su discurso: “Hoy, no se trata de defenderse de los terratenientes, sino de restablecer la economía en condiciones inhabituales para los campesinos. Aquí la victoria no será el fruto del entusiasmo, del empuje, del espíritu de sacrificio, sino del trabajo cotidiano, monótono, minucioso, ordinario. Esta es una cosa indiscutiblemente más difícil. ¿De dónde sacar los medios de producción que necesitamos? Hay que pagar a los norteamericanos si queremos su concurso: ellos son bussinesmen. ¿Cómo pagarles? ¿Con oro? Pero no podemos dilapidar nuestro oro. No podemos pagarles en materias primas, porque no hemos alimentado aún a todos los nuestros. Cuando en el Consejo de Comisarios del Pueblo se plantea la cuestión de dar 100.000 puds de trigo a los italianos, el comisario del pueblo de abastecimiento se levanta y lo rechaza. Regateamos cada tren de trigo. Sin trigo es imposible desarrollar nuestro comercio exterior. ¿Pero qué otra cosa podemos ofrecer? ¿Trastos viejos? A ellos les sobran los suyos. Nos dicen: comerciemos con trigo, pero no podemos dárselo. Por eso resolvemos el problema mediante las concesiones”. (1)

En un cambio de escenario, y de personalidades, recordamos a Juan B. Justo en ese mismo 1920 afirmando que Argentina no debía exportar harina de trigo, sino simplemente trigo. “No hay, pues, ningún motivo político ni económico para empeñarse en garantizar ganancias extra a los señores molineros de nuestro país, en perjuicio evidente de los consumidores de pan y de los obreros molineros de otros países y de los agricultores, clase productora incuestionablemente más digna de consideración”.

Desde la noche de los tiempos, retumba una réplica para el socialista: “El poder de una nación se mide por sus riquezas y las riquezas de las naciones no dependen sólo de sus ventajas naturales, sino, principalmente de la importancia del trabajo nacional. Fomentar y defender ese trabajo, representado por la industria nacional, no es sólo el derecho sino el deber de toda Nación”. Carlos Pellegrini, año 1904. (2)

Así tenemos pues, al más sobresaliente dirigente de la mayor revolución socialista que tuvo el mundo moderno, aceptando con realismo que no habrá desarrollo económico sin flujo de inversiones y tecnología extranjeras, otorgando en consecuencia a su mayor enemigo ideológico, el imperialismo yanqui, concesiones en suelo de la URSS; a un socialista argentino, denostando la industria nacional, alabando al sector agrícola y defendiendo enfáticamente al proletariado de una nación extranjera; y, por último, a un conspicuo conservador argentino proclamando la importancia de la industria nacional y defendiendo el valor agregado de la mano de obra argentina.

Hace cincuenta años que los argentinos venimos en franca declinación económica, acentuada en las últimas décadas por una escandalosa decadencia de valores éticos que se ha inficionado en todos los estamentos de los tres poderes de la República.

Ha sonado la hora de que optemos, de una vez por todas, por un modelo de país: ¿Queremos el discurso populista que hambrea al pueblo y se enriquece obscenamente mientras africaniza la Argentina? ¿Queremos el discurso grandilocuente de un puñado de señores de la “izquierda” que, en el muy hipotético y afortunadamente lejano caso de llegar al poder, seguramente profundizarían nuestra dependencia? ¿Queremos volver a la pujanza de los años ‘60, con orden, profundización democrática, desarrollo económico, ocupación plena y gestión honesta?

No se trata de antiperonismo cuando no aceptamos las actuales ofertas electorales del justicialismo. Se trata de oponernos a una clase dirigente que, desde hace más de dos décadas, viene profundizando nuestra dependencia y corrompiendo las instituciones de la República.

En cuanto a “izquierda” o “derecha”, dejemos que alguien sideralmente más calificado que nosotros las defina: “Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral”. (José Ortega y Gasset).

A los radicales disconformes les diría, con todo respeto, que, gestión honrada, inversiones que generen fuentes de trabajo, explotación intensiva de nuestros recursos naturales, seguridad, educación y salud son las efectividades conducentes del siglo XXI.

(1)“La inversión extranjera, instrumento de liberación o dependencia”. Arturo Frondizi

(2) “Carlos Pellegrini industrialista”. Arturo Frondizi

¿Queremos volver a la pujanza de los años ‘60, con orden, profundización democrática, desarrollo económico, ocupación plena y gestión honesta?