Guasapeando, dos

El WhatsApp, obviamente no se agota en un solo toco y me voy: habilita respuestas, y respuestas, y respuestas y comentarios de todo tipo y tipa. En esta oportunidad, ya que estamos, hacemos una somera y modesta clasificación de guasaperos. Se lo tiro al grupo, así, a ver qué pasa...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Guasapeando, dos
 

Porque en un grupo de WhatsApp conviven muchas personas que tienen los defectos constitutivos de tener personalidades. Así es que personas y personalidades, todos amuchados ahí dentro, en el WhatsApp digo, opinando y manifestándose más o menos tal cual son. Tómese por ejemplo cualquier grupo de padres de un curso y de una escuela cualquiera: treinta alumnos arroja un mínimo de treinta papis o mamis anotados, que pueden ser sesenta o más si por fin aceptan al abuelo de Ferni, que es piola y siempre lo busca; o la tía de Enriqueta, que es jodida pero quiere estar enterada también... ¡Una multitud, un montón de gente! Entre ellos, reconozcan por lo menos, a los siguientes (el sexo es indistinto: tenemos militantes de todas las categorías en todos los bandos):

* La organizadora: los dioses la conserven, porque suelen ser moderadoras, incorporadoras de miembros nuevos, reguladora ocasional cuando el tráfico se pone espeso. Tiene por ahí exceso de pragmatismo y sus mensajes suelen ser crípticos, metamensajes, telegráficos y específicos, lo que nos lleva a otra de las categorías...

* La despistada: ay, ay, ay. Existen en todos los grupos. Requieren aclaraciones constantes que repotencian nuevos mensajes y así hasta el infinito. Suele comenzar sus conversaciones con un sincero “me perdí” o “no entiendo” o “¿de qué hablan?” o “disculpen...” Los pacientes contestan, la pragmática se pone malhumorada pero ellas o ellos tienen esa candidez elemental que, o la puteás (sucede), o la bardeás (sucede) o la aguantás y empezás de nuevo (sucede, sucede).

* El canchero. El tipo hace comentarios jocosos y pseudo ingeniosos todo el tiempo en un canal que se supone serio. Algún contrajocoso se prende hasta que alguien acalla esos brotes recordándole a los revoltosos que ese sitio es para otra cosa.

* La pesada. No quiero discriminar a nadie pero hay gente que cree que el WhatsApp es un buen ámbito para agasajar a todos con su preclaro pensamiento sobre muchas cosas o sobre una en particular. Requiere de espacio (despacio) porque no se puede explicar en dos renglones (el twitter no es para ellas/ellos) la educación de los hijos o el asesinato considerado como una de las bellas artes. Van por todo, se instalan, copan, avasallan. Y en vez de escribir un libro para que los mortales aprovechemos su sapiencia y su particular visión de las cosas (una visión larga, desde luego), lo hacen por el jodido WhatsApp.

* El cachondo. El tipo no una, sino todas las veces, te descerraja con un video de treinta mil equis que te deja los pelos parados, por decir algo. No importa que estén discutiendo dónde ir de peña, el resultado del partido o si los pibes tienen tarea de fracciones. Él se las arregla para mandarte un video de ocasión. Después quedan en la memoria del celular, para que el niñito de la casa mire y salga a los gritos.

* El gastronómico. El tipo se ve en la necesidad de tirarte todo el tiempo, a la cara y cuando vos tenés un “jangri” de novela, lo que él está cocinando, que siempre es más rico que lo que vos comés o vas a comer. Fotos de chirriantes mollejas traicioneras, risottos que te recontra por las dudas, asados pantagruélicos, cazuela de algo o nidos de golondrina. Está la variante chupanga: vasos de cerveza helados, vinos caros y secretos, licores licorosos, espumantes y potajes del Cáucaso.

* La familiera. A ver: todos queremos a nuestras familias. Pero hay algunos y algunas que necesitan imperiosamente mostrarlos todo el tiempo. Así todo el grupo tiene al instante y on line los progresos del Guille o la Carlota.

* El panorámico. Éste aporta, largamente, fotos de viajes: playas exclusivas, balcones, cruceros, restaurantes, monumentos. Uno no sabe si añorar que se vaya de viaje (así deja de romper los kinotos por un rato) o no (cuando vuelve tiene dos meses de fotos de una estatua de Kuala Lumpur).

Hay muchas categorías más, pero apago el celular por un rato.