Panorama laboral

Dios y el diablo en la misma huelga

Por Luis Tarullo

(DyN)

Como siempre ha ocurrido, en la previa de las huelgas de carácter general es obligatorio pensar en el día después. Esta vez, obvio, no es la excepción, sobre todo en estos tiempos de fines de ciclo de un gobierno al que muchos de los que hoy cuestionan o del que buscan alejarse presurosamente, le han rendido pleitesía durante largos años.

Este paro, como ha ocurrido otras veces, tuvo el éxito garantizado desde el comienzo, de allí su caracterización de general: si cesa la actividad del transporte de pasajeros y de cargas por todas las vías, la masividad está asegurada, aun contra la voluntad de aquellos trabajadores que no estén de acuerdo.

También la estrategia de los gremios opositores (los de Moyano, los de Barrionuevo y los de Micheli) requiere una valoración especial. Es que las centrales antigubernamentales dejaron el “trabajo sucio” para los sindicatos del transporte terrestre, aéreo y marítimo, y así luego es muy fácil la adhesión, con el pago de los menores costos políticos posibles.

Claro que sería erróneo pensar que esa estrategia no estuvo consensuada. Fue la salida perfecta para salvar las diferencias entre unos y otros acerca del tiempo en el cual apretar el acelerador de la protesta. Pero seguramente, quienes se sienten más cómodos sin casi mover un dedo son los de la CGT de Caló y los de la CTA de Yasky, seguidores y aplaudidores del gobierno de Cristina Fernández.

La ausencia de colectivos y trenes les permite contar con la excusa perfecta para no asistir a los trabajos y así descomprimir el incontenible descontento de sus afiliados, sin necesidad de que su jefatura real -la presidente, ¿quién si no?- descargue sobre ellos gruesos manojos de rayos y centellas.

En esta instancia, también en el sindicalismo oficial talló una vieja muletilla sindical para eludir definiciones que comprometan: la libertad de acción. Algo así como la libertad de conciencia: “Muchachos, hagan lo que les parezca correcto”. Suele dar buenos resultados, pero también es una reedición contemporánea de la actitud de Poncio Pilatos.

Ahora, más allá de cabildeos y maniobras políticas, el fondo de la cuestión es un tapiz sobre el que todos se desplazan. Una de las principales consignas que motorizaron la huelga es el Impuesto a las Ganancias, cuyo impacto el gobierno minimiza pero sufren sobre todo los gremios del transporte, según los análisis que han realizado entre sus propios afiliados. (Y muchos asalariados más, claro). Pero no es la única demanda, ya que también subyacen los reclamos salariales, la situación de las obras sociales, el trabajo en negro, el desempleo, la pobreza y otras linduras que la administración K “ningunea”.

De hecho, parece que los propios funcionarios fogonearan las protestas, como el ministro Kicillof, que se negó a hablar de estadísticas de pobreza y antepuso cuestiones sociológicas para eludir un drama que le estalla en la cara cada día. Ahora bien, se viene el tiempo de ir a los bifes. Cuando a un gobierno le faltan unos pocos meses para dejar las poltronas que ha disfrutado y usufructuado durante tantos años, parece fácil parársele de manos y lanzarle todos los insultos juntos.

Pero también es tiempo, especialmente en la Argentina, de analizar experiencias pasadas y no repetir errores, porque en los últimos tramos es difícil o casi imposible torcer brazos y voluntades. Este gobierno tendrá, en materia económica, puntos en común con varios de los anteriores, incluso con el María Estela “Isabel” Martínez viuda de Perón.

Sin embargo, se ruega no confundir ni ignorar los contextos en que se dio cada una de las situaciones. La alusión a esos momentos tiene que ver con una clásica y hasta lógica descomposición de variables como la actividad económica, el empleo y la inflación. Sobre todo, en los casos de administraciones que pretenden perpetuarse en el poder y pierden la visión acerca de los límites que impone esa ambición.

Es posible que esta huelga de fin de marzo sirva como válvula de escape para evitar otras convocatorias que, como se ha dicho, no tengan respuesta positiva de parte del destinatario y, peor aún para ellos, sean catalogadas de desestabilizadoras. De cualquier manera, se impone pensar en el después, aún antes de la llegada del día D de la protesta. Los gremialistas, con sus históricos vaivenes, han estado siempre a la vanguardia a la hora de evaluar costos y beneficios.

Una de las principales consignas que motorizaron la huelga es el Impuesto a las Ganancias, cuyo impacto el gobierno minimiza, pero también subyacen reclamos salariales, el desempleo, la pobreza y otras linduras que la administración K “ningunea”.