editorial

Por portación de apellido

La posibilidad de una candidatura de Máximo Kirchner se convirtió en tema de agenda de la clase política, pero la última palabra la tiene la sociedad.

La eventual candidatura de Máximo Kirchner, el hijo de la actual presidente de la Nación y de su antecesor, el extinto Néstor Kirchner, desató una suerte de apresurado certamen de adhesiones dentro del justicialismo y algunas críticas de la oposición, mientras que la sociedad parece hasta el momento haber recibido la versión con saludable indiferencia.

El hijo presidencial permaneció durante bastante tiempo dedicado por completo a los negocios de la familia y desvinculado de cualquier actividad pública. Su inserción en ese terreno fue por medio de la agrupación La Cámpora, convertida en aguerrida usina de dirigentes y estrategias militantes del kirchnerismo. Si bien desde un principio se lo señaló como el creador y líder espiritual del espacio, inicialmente ejerció esa condición desde las sombras.

La presentación en sociedad de Máximo como referente político se produjo en septiembre del año pasado, en un acto de la agrupación en el estadio de Argentinos Juniors, donde sacó a relucir un discurso ajustado al menú de obsesiones del oficialismo: los fondos buitres, la oposición, los medios de comunicación -todos ellos unidos por el hilo de la conspiración contra el gobierno nacional y popular- y la perspectiva electoral, de cara a la cual propició la posibilidad de que, contra toda posibilidad constitucional, su madre pudiera postularse a la reelección.

Mientras Cristina evalúa por estas horas los beneficios y desventajas de apuntarse en la carrera por la provincia de Buenos Aires -para traccionar votos en ese multitudinario distrito- o explotar el grado de adhesión que aún concita a nivel nacional, como candidata a parlamentaria del Mercosur, la posibilidad de una postulación del propio Máximo comenzó a ganar fuerza.

El novel dirigente, cuyo peso político parece más fruto de un artificio amparado en el parentesco que otra cosa, aparece así como una carta fuerte a jugar por el kirchnerismo, valiéndose del efecto de mímesis a través de la portación de apellido.

El recurso no es novedoso y los ejemplos al respecto campean a lo largo y a lo ancho del territorio nacional y de la historia del país. Sin ir más lejos -y haciendo abstracción de cualquier valoración sobre su capacidad o desempeño-, la propia presidente de la Nación accedió a su cargo por ese propiciado efecto de transitividad; aunque luego fue capaz de revalidar su liderazgo por atributos propios. Pero además, las dinastías forjadas en muchas provincias -donde el apellido como tal o los lazos parentales de sangre o adquiridos confieren derechos cuasi-hereditarios al poder- y la presencia de candidatos a legisladores que favorecen el nivel de adhesión de determinadas listas, forman parte tanto de sociedades con fuerte tinte feudal como de otras más modernizadas, pero aún así susceptibles al influjo de un apellido resonante. Por caso, Santa Fe está lejos de ser la excepción al respecto.

En este sentido, el impulso a la figura de Máximo -en la visión irónica de un gremialista opositor, más capacitado para competir en un torneo de juegos de vídeo que en una compulsa electoral- forma parte de esa cultura que, si bien suele ser explotada por la clase política, debe apuntarse como una falencia de la comunidad. En cuya capacidad de discernimiento o vocación democrática reside, finalmente, la viabilidad de éste y cualquier otro tipo de extravagantes experimentos.

El recurso no es novedoso y los ejemplos al respecto campean a lo largo y a lo ancho del territorio nacional y de la historia del país.