La pasión del cine

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Jean Renoir (uno de los cineastas más estudiados por Truffaut), María Félix y Jean Gabin, en una pausa de la filmación de “French cancan”.

Foto: Archivo El Litoral

Por Julio Anselmi

“Las películas de mi vida”, de Francois Truffaut. El Cuenco de Plata. Buenos Aires, 2015.

Evidentemente, las dos facetas respondían a un mismo sentimiento. Cuando a menudo le preguntaban a Francois Truffaut cómo se había convertido de crítico en cineasta, y cuál de esas dos vocaciones prefería, respondía siempre que ambas tenían el mismo origen: el deseo irrefrenable de aproximarse cada vez más al cine. Con el paso del tiempo, sin embargo, debió admitir que sus principales ocupaciones tenían que ver con lo que estaba preparando o filmando: “Se terminó para mí la generosidad del cinéfilo, magnífica y conmovedora, a veces al punto de llenar de incomodidad y confusión al destinatario”.

La primera película que le inspiró una nota fue La regla del juego, de Jean Renoir, y el reconocido crítico André Bazin fue quien lo alentó a escribir. Y así en los años 50 Truffaut se convierte en el crítico de Cahiers du Cinéma, de Arts, de Radio-Cinéma y de otros medios.

Y en 1975, Truffaut publica Las películas de mi vida, con textos inéditos y nuevas versiones o síntesis de escritos consagrados a una misma película y dados a luz originalmente en distintas publicaciones. El libro está dividido en varias secciones: la primera está consagrada a directores que comenzaron su carrera en el cine mudo y la prolongaron en el sonoro. Ahí están Jean Renoir, Carl Dreyer, John Ford, Jean Vigo, Alfred Hitchcock y Frank Capra. Continúan dos secciones sobre los cineastas del sonoro, y allí están filmes como Un condenado a muerte se escapa (Robert Bresson), Johnny Guitar (Nicholas Ray), La condesa descalza (Joseph Mankiewicz), La noche del cazador (Charles Laughton), Baby Doll (Elia Kazan), El boquete (Jacques Becker), El testamento de Orfeo (Jean Cocteau), Lola Montes (Max Ophüls), entre otros. Sigue una sección titulada “Algunos outsiders”, donde se agrupan artículos sobre Ingmar Bergman, Luis Buñuel, Norman McLaren, Federico Fellini, Roberto Rossellini y Orson Welles, y que incluye dos retratos de actores, de James Dean y Humphrey Bogart. Una sección final se ocupa de “Mis compañeros de la Nouvelle vague”, con notas sobre films de Alain Resnais, Agnès Varda, Claude Chabrol, Louis Malle, Jean Luc Godard, etc.

Aunque el título del conjunto implica un juicio y una adhesión a las obras y cineastas estudiados, se incluyen algunas reseñas demoledoras: a Monsieur Ripois, a Arsenio Lupin y a El globo rojo, en la que argumenta contra la desvirtuación de animales y objetos (“la lapicera que en verdad es un encendedor, el libro que en verdad es una caja de cigarrillos”), contra la falsa poesía (“ese abuso de poder, esa insistencia en lo patético, hoy hace estragos en todos los campos: por mucho que Edith Piaf se haga apoyar por coros y se exceda en la reverberación, no logra hacernos creer que esa canción en la que un muchacho y una chica se suicidan en un bar sea una tragedia griega”) y con el mal gusto (“Sí, Albert Lamorisse, eso se sabe: es mejor contar cosas graves con ligereza que contar cosas ligeras con gravedad”).

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Francois Truffaut y Luis Buñuel, en una pausa del rodaje de “Tristana”.

Foto: Archivo El Litoral.