Encuentro federal

Todo el teatro en Salta la Linda

• Se realizó la XXX edición de la Fiesta Nacional del Teatro. Durante nueve días, se presentaron elencos de todo el país. Teatro para adultos, para niños, títeres y teatro danza, para gustos múltiples.

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“Crol, pequeño homenaje a nadadores pioneros” es un montaje musical de excelente factura. Se trata de un tributo a figuras reconocidas del deporte, como el santafesino Pedro Candioti.

 

Roberto Schneider.

Fotos: Gentileza Charly Hank Photography

La Fiesta Nacional del Teatro tuvo su escenario este año en Salta. Mencionemos en primer lugar que se superaron las condiciones generales, sobre todo las relacionadas con la crisis económica que padecemos los argentinos. Salta fue una fiesta con todas las de la ley: excelente organización y difusión, muy buenos espacios para que los elencos de cada provincia puedan ofrecer sus producciones y el interés de los salteños por asistir a cada uno de los espectáculos fueron la nota distintiva de un encuentro con una apertura demorada debido a intereses de poder que poco le interesan al público, que hay que decirlo, colmó todos los teatros.

El Instituto Nacional del Teatro, el Ministerio de Cultura de la Nación y el gobierno de la provincia de Salta fueron los responsables de que esta trigésima edición alcanzara el éxito. Durante nueve días se presentaron, en diferentes salas de la ciudad, elencos de todo el país. Una buena manera de conocer en profundidad la actividad escénica que se desarrolla en la Argentina.

Todas las provincias estuvieron representadas en la fiesta, por lo que los espectadores tuvieron la posibilidad de apreciar las diferentes creaciones regionales y aun cruces estéticos que se potenciaron por el ingenio creativo de artistas de diferentes generaciones.

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Otro punto relevante de esta fiesta fue la presentación de Catamarca con “La noche del cabrito o la sirena varada”, de Alberto Moreno, quien también asumió la dirección de su propio texto.

Itinerario

La Fiesta Nacional del Teatro comenzó a realizarse a mediados de la década del ‘80. Por entonces estaba organizada por la Dirección Nacional de Teatro de la Secretaría de Cultura de la Nación y su sede era el Teatro Nacional Cervantes, de la ciudad de Buenos Aires.

Con el correr de los años dicha organización fue variándose y ya en los ‘90 se concretaba, anualmente, en una provincia distinta. Así, en diferentes ediciones se realizó en ciudades como Santa Fe, Paraná, Mendoza, Mar del Plata, Catamarca, Santa Rosa, Rosario, Córdoba, Salta, Rafaela y Mar del Plata.

Desde la creación del Instituto Nacional del Teatro, en 1997, la selección de elencos que conforman la programación se fue perfeccionando. Los participantes deben atravesar instancias -en las que son seleccionados por jurados especializados- como las Fiestas Provinciales de Teatro y luego las Regionales, antes de integrar la programación de la Fiesta Nacional del Teatro.

Hasta el 2000 sólo participaban elencos de teatro para adultos. A partir de esa temporada se integraron experiencias para niños, teatro danza, títeres, mimo y unipersonales.

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Desde Neuquén llegó uno de los puntos más altos de la fiesta con “Irma (cierro los ojos y veo)”, de Mariela Roa.

Los niveles

Se reiteraron en esta edición niveles irregulares. Hay regiones que se han asentado definitivamente, como la Centro Litoral, con trabajos sólidos; también Mendoza, Tucumán, Neuquén y por supuesto Buenos Aires, con espectáculos de excelente factura que ratifican cierto profesionalismo que se había visto en fiestas anteriores.

Desde Neuquén llegó uno de los puntos más altos de la fiesta con “Irma (cierro los ojos y veo)”, de Mariela Roa, un espectáculo de emotividad aplastante, enriquecida por el valor literario del texto. La directora Marina Carrasco manejó con extrema sutileza el expresivo y angustiante monólogo que aborda el tema de la espera -lacerante, emotiva, con matices de humor-, con certera síntesis dramática.

En la sencilla y simple puesta en escena cobró valor la utilización del soporte fotográfico como medio específico de escritura dramática, justamente por el carácter de huella testimonial de la memoria. En tal sentido, texto e imagen se complementaron. En la delicada puesta en escena sobresale el magnífico trabajo de la actriz Mariela Roa, que cautivó a todos a partir de una labor comprometida con el texto. Su interpretación dejó en el corazón y el pensamiento de los espectadores un sabor a vida tan necesario como el agua. Sobre el escenario y desde la abrumadora presencia de la soledad -en una espera muy beckettiana-, el vacío y una triste cotidianeidad, Roa destiló el encuentro de una mujer en el mundo.

“El rastro”, versión teatral de la novela de Margo Glantz, con dirección de Alejandro Tantanián, convocó a muchísimo público en la plaza San Martín, cautivado por el trabajo interpretativo de Analía Couceyro, acompañada musicalmente por Rafael Delgado. Un significativo vestuario y un instrumento musical son los soportes de la ternura, los desencuentros, la emoción e incomunicación y también un contacto con la pasión que hilan el crecimiento de esa mujer que asiste al velatorio de su ex esposo. Hay en la propuesta un concepto de verdad teatral en profundidad, un sintético texto, dolorosamente poético, que habla sobre la sinrazón del ser humano, el crecimiento, sobre nuestras miserias, nuestras penas y nuestros instantes sublimes.

Para destacar, la enorme labor interpretativa de Couceyro, una actriz para el recuerdo. Su indisimulable entrega, plena de exquisitos matices, logró conquistar al público, que la ovacionó largamente. Excelente la dirección de Tantanián, porque ensambló con verdadero instinto teatral texto, actuación e imágenes, renovando la posibilidad de reactualizar un tema doloroso.

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Conmovió “Prueba I: el espectador”, de Matías Feldman, una certera propuesta que indagó en algunos de los tantos aspectos de la bestialidad.

La familia, un espejo

Otro punto relevante de esta fiesta fue la presentación de Catamarca con “La noche del cabrito o la sirena varada”, de Alberto Moreno, quien también asumió la dirección de su propio texto. Un trabajo que permitió apreciar cómo se puede evolucionar en pequeñas ciudades con el trabajo de los actores que tuvieron a su cargo la maravillosa interpretación de una historia fragmentada en el tiempo, de muy clara lectura. Aquí cabe hablar de una verdadera dramaturgia del actor: el elenco escribió sobre la escena, con cuerpo y voz, la historia que fue contando. De una manera verdaderamente subyugante. Una familia en un agobiante día de Navidad reunida para “celebrar” con una Pelopincho como una protagonista casi y en una totalidad cargada de fuerte e impactante simbología. La familia Coleman queda como un poroto al lado de tanto dolor.

El texto de Moreno permite establecer la presencia de personajes de carne y hueso, verdaderos, con historias y motivaciones, con hastíos y anhelos, víctimas y verdugos, como todos. El montaje nos introduce en los cada vez más complejos estratos de esas personalidades para terminar componiendo una historia rica y compleja, construida sobre la base de aristas y sutilezas: el enfrentamiento del ser humano con su universo más íntimo. Por si fuera poco, con un humor contundente, lacerante y efectivo.

También excelencias en el trabajo que llegó de Córdoba, “Ser o no ser Hamlet”. Una apuesta difícil, la de reivindicar el teatro de la palabra en un tiempo de imágenes espectaculares; la de plantear problemas profundos en una época de banalidades consumistas; la de hablar del individuo, en días de tensiones sociales. Un reto del que los hacedores de esta propuesta salieron con todas las de ganar, dirigidos con mano segura por la joven y talentosa María Eugenia Hadandoniou y un elenco soberbio: Martín Gaetán, Santiago San Paulo y Rodrigo Gagliardino, que con solidez e indisimulable entrega corporizaron a los emblemáticos personajes de la tragedia shakespiriana. Para destacar también el brillante trabajo en escena del músico Agustín Abrieu Llinás y del camarógrafo en escena Nadir Medina, en realidad dos actores más de la propuesta. Una vez más, los cordobeses -junto con los de “Operativo Pindapoy”- dictaron cátedra teatral.

De la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se mostraron dos propuestas más. “Crol, pequeño homenaje a nadadores pioneros”, un montaje musical de excelente factura que es un tributo a figuras reconocidas del deporte, como el santafesino Pedro Candioti. La exquisitez de la totalidad del trabajo se acentúa con el elenco de brillantes músicos, todos conducidos con mano segura por Verónica Schneck, también una actriz fantástica, de fuerte presencia. Asimismo, conmovió “Prueba I: el espectador”, de Matías Feldman, una certera propuesta que indagó en algunos de los tantos aspectos de la bestialidad. Seres “comunes” se encuentran en una casa en la que los vínculos están indudablemente descompuestos y se descubren los márgenes más lacerantes de esas personalidades. Sin apostar a ninguna gama de recursos sofisticados, la teatralidad en esencia pura se hizo presente con esta dolorosa propuesta, enriquecida por los trabajos actorales de Javier Drolas, Braian Kobla, Andrés Caminos y, muy especialmente, de esa enorme actriz que es la talentosa Juliana Muras.

“Un eco más (versión libre de algunas vidas)”, de Oscar Lesa, en una versión libre de “Antígona” de Sófocles, llegó desde Entre Ríos y fue otra demostración de teatro político de gran solidez, a partir de un brillante texto que hunde el escalpelo en la historia de seis mujeres marcadas por la larga noche de la Argentina. En este caso no hay más patrimonio que el recurso de estupendas actuaciones de Carolina Rodríguez, Alicia Herman, Amelia Uzín, Cristina Witschi, Raquel Freijo y Nadia Grandón y la creatividad de la dirección, del mismo Lesa, en el mejor trabajo de su carrera. No hay aquí nada sofisticado. Hay actrices y hay talento a nivel de la dramaturgia, todo al servicio de una producción sin fisuras que muestra cómo ver el teatro con mucho de forma de actuación tradicional y otra forma de reproducción acorde con las nuevas búsquedas.

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Desde Córdoba llegó “Ser o no ser Hamlet” con una apuesta difícil, la de reivindicar el teatro de la palabra en un tiempo de imágenes espectaculares.

Lo endeble

Cabe señalar una preocupación relacionada con algunos registros de actuación. Hay buenas ideas, momentos de buena factura en varios espectáculos pero actuaciones por debajo del nivel de lo que uno espera en una fiesta nacional. En esta edición “explotaron” las excelencias interpretativas en las mujeres. Encontraron un nuevo código en la actuación que ha sumado calidad a muchos espectáculos. Pero en cuanto a los actores, deberían superarse en la preparación no sólo vocal (¡ay!, esas voces) sino también corporal.

Otros espectáculos están en proceso. Y se supone que a esta instancia debieran llegar obras con un acabado más elaborado. Eso pasa en general con algunas creaciones colectivas o con textos de insuficiente calidad.

Otro aspecto interesante de mencionar es el comportamiento del público. Si bien es cierto que en una fiesta se “celebra”, uno se cuestiona muchas veces cuando una platea de mil personas ovaciona el registro de una obra que desnuda la marginalidad con humor (bueno, es una manera de decir). ¿Qué se aplaude? ¿Una historia bien cerrada, con un final feliz? La historia no termina hoy por hoy con un final feliz, en todo caso concluye con un final abierto.

En síntesis, al menos con esta edición de la Fiesta Nacional del Teatro, debe tenerse en claro que ya resulta difícil hablar de un teatro de las provincias centrales y del llamado “interior del país”. Hay sí, un teatro argentino. Eso fue lo que se mostró en Salta.

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“El rastro”, versión teatral de la novela de Margo Glantz, con dirección de Alejandro Tantanián, convocó a muchísimo público en la plaza San Martín.

Santafesinos

  • Los actores de “Amántica” -la propuesta de la Comedia Universitaria UNL-, Adrián Airala, Eduardo Fessia, Sebastián Roulet y María Cecilia Saucedo, fueron ovacionados por la contundencia de sus trabajos en la presentación realizada en la fiesta nacional. Y las mujeres rosarinas del grupo Seda, que ofrecieron “Niebla” -Elisa María Pereyra, Eugenia San Pedro y Antonela Pereyra- conmovieron a los espectadores que asistieron al acto de inauguración por la fuerza interpretativa en su espectáculo de teatro danza.