Kinsey llega a la W

1_IMG004.JPG

Sue Grafton. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Julio Anselmi

“W de whisky”, de Sue Grafton. Tusquets editores. Buenos Aires, 2014.

Con el ritmo y el estilo que la destacan ampliamente dentro de la actual empalagosa industria editorial que nos propina nuevas novelas policiales de los cuatro costados del mundo, novelas que no suelen llegar a los talones de las más mediocres producciones de clase B de la época de oro del hard-boiled, Sue Grafton presenta su última producción: W de whisky.

El personaje es la detective que en esta novela se presenta así: “Soy Kinsey Millhone y soy una investigadora privada de treinta y ocho años. Como despacho, alquilo un bungalow de dos habitaciones con cocina americana y baño situado en una estrecha bocacalle del centro de Santa Teresa, ciudad con una población de 85.810 habitantes. Bueno, 85.808 descontando a los dos muertos... Ya en el terreno personal, dejadme que os diga que creo en el orden público, la lealtad y el patriotismo, valores anticuados que a muchos les parecerán pasadísimos de moda. También creo en ganarme la vida honradamente para pagar mis impuestos, hacer frente a mis facturas mensuales y meter lo que sobre en mi plan de pensiones”.

Leal, ética, íntegra, Kinsey es un personaje entrañable. Las tramas de las novelas en las que interviene están bien armadas. En esta W de whisky, se trata de una intriga en torno de dos cadáveres que aparecen misteriosamente asesinados en Santa Teresa. Uno de los muertos, un vagabundo de quien se desconoce la identidad, llevaba en un bolsillo un papel con los datos de Kinsey, y ese detalle basta para que ella se interese en el caso. Las dos muertes se encontrarán ligadas y las repercusiones de la investigación removerá oscuras aguas profundas.

Uno de los encantos de Kinsey es su capacidad de sacar a la luz su propia historia y pasado. Veamos por ejemplo en referencia a sus reglas mnemotécnicas: “Hubo una época en la que me fiaba más de mi memoria. Me crió una tía soltera muy partidaria del aprendizaje a lo loro: tablas de multiplicar, capitales de los Estados, reyes y reinas de Inglaterra y sus reinados, religiones del mundo y la tabla periódica de elementos, que me enseñó mediante una disposición juiciosa de galletas decoradas con azúcar glaseado de color azul, rosa, amarillo y verde. Todas llevaban números escritos con la manga pastelera en colores distintos. Curiosamente, había olvidado aquel ejemplo de maltrato infantil hasta que el pasado abril entré en una panadería y vi un surtido de galletas de Pascua. En un instante, como si de una serie de fotografías se tratara, visualicé el hidrógeno, número atómico 1; el helio, número atómico 2; el litio, número atómico 3, y conseguí llegar hasta el neón, número atómico 19, antes de quedarme en blanco...”. Como se ve, el mejor humor de las novelas policiales persiste en Grafton.

Otra característica destacable de estas novelas es la falta de esa insufrible demagogia, de ese “políticamente correcto” que chorrea por las novelas policiales de los nuevos autores nórdicos, cubanos, chinos, mexicanos, etc. Veamos otro ejemplo: “Me centré en los tres vagabundos, dos de los cuales me miraban con rostro inexpresivo. No parecían abiertamente amenazadores, pero soy una mujer menuda -1,67 m de altura, 53 kilos- y, pese a ser bastante capaz de defenderme, de pequeña me enseñaron a mantenerme alejada de los grupos de haraganes. Hay algo tenso e impredecible en quienes merodean sin un objetivo claro, sobre todo cuando hay alcohol de por medio. Soy amante del orden y las normas, de la disciplina y la rutina. Es lo que me hace sentir segura. La anarquía de los que no tienen ni voz ni voto me resulta inquietante, pero esta vez tuve que vencer mi recelo porque necesitaba información”.

Kinsey Millhone se hizo famosa por ser la detective de las novelas A de adulterio, B de bestias, C de cadáver, y así sucesivamente hasta esta W de whisky, la última de la serie publicada en castellano. Sue Grafton contó alguna vez que el personaje le nació en 1977 y fue introduciéndose en su subconsciente “con la astucia de un gato callejero que supo” antes que ella que permanecería a su lado para siempre. Las historias suceden en la década del ‘80 porque Grafton decidió que Kinsey sólo envejecería un año y medio por cada dos libros y medio. En A de adulterio y en varios de los primeros relatos, Kinsey tiene 32 años; en esta última novela (última en castellano, por lo menos, ya que faltan la X, Y y Z del abecedario), como hemos visto, Kinsey tiene 38.