Circo romano

Tinelli conducción

E3-F1-DSC_5345_1.JPG

El conductor busca convencernos de que su imagen construida (carisma, gestión, dinero y adaptabilidad) le puede permitir acceder a lo que desee ser. Foto: Gentileza El Trece

 

Ignacio Andrés Amarillo

[email protected]

La primera encrucijada es conocida, como parte del mito fundante de nuestra televisión actual. El recién privatizado Telefe quiso apostar al horario de la medianoche con un programa de deportes raros (en esos tiempos el cable era incipiente y no aportaba demasiado en ese espectro; hoy tenemos hasta torneos de póker en directo) de la mano de la Cabalgata Deportiva Gillette. Gustavo Lutteral tuvo la oportunidad de ser el conductor y dijo que no, optando por otros proyectos. Marcelo Tinelli, que había trabajado bajo el ala de José María Muñoz y Juan Carlos Badía, fue el que dijo que sí y le puso la cara y el hombro al proyecto, que terminó llamándose VideoMatch.

La segunda encrucijada fue más gradual. Algunos meses después, la Cabalgata Deportiva Gillette se retiró, dejando de proveer material audiovisual. El grupo de “expertos” deportivos empezó a llenar el espacio con videos que iban consiguiendo: Marcelo “Teto” Medina aportó material de skate; Ricardo “Lanchita” Bissio, de deportes náuticos, y así. Pero sostener un programa diario quemaba esos recursos a gran velocidad, lo cual obligó a poner otras cosas.

Y ahí aparecieron los bloopers, pequeños videos graciosos de gente común que se tropezaba o le pasaba algo fuera de lo común. Hoy, en la era de YouTube, hay segmentos marginales de la televisión que todavía le sacan el jugo a eso, pero en ese entonces pareció digno de renovar la televisión. Y más divertidos eran esos tropiezos cuando Tinelli los relataba, y esos ciudadanos atribulados se convertían en “el goma”, “el ponja” y “la deigor”.

Nace una estrella

Ese fue el nacimiento de un imperio, porque como dijera su archirrival, Mario Pergolini, “el éxito es que escuches que en la calle dicen goma o ponja y sabés de dónde salió”: un buen día empezamos a hablar en jerga tinelliana. Meterse un alfajor entero en la boca se convirtió en hazaña, y la plataforma para saltar a “Ritmo de la noche”, su primer programa grande, dominical: bailarinas (una terminó siendo su segunda esposa), muchachones desaforados propiciando una mística de peña de amigotes, videos burlescos generados con el procedimiento de la cámara oculta, videos de diosas hot (Marixa Balli fue la protagonista del primer programa) y mucho más, en una década (los 90) que fue la del “mucho más” (al menos en el terreno de las semantizaciones).

Pero Tinelli tuvo la inteligencia de sacarse la peña de encima cuando le pareció, contruyó una marca sobre sí mismo y sobre “VideoMatch” (rebautizado “ShowMatch” a la salida del canal de las pelotas), absorbiendo formatos propios y ajenos: de la sátira política del “Gran Cuñado” a la versión local del Dancing with the stars que se convirtió a la vuelta de la historia en el “Bailando” a secas.

El personaje

De bailar se trata la cosa. Mientras el ahora tatuado y poderoso Marcelo tiene a Bailando en las pantallas con las sobras de sus programas, parece que hace bailar a otros: vuelan carpetazos de acá para allá y operaciones mediáticas de toda índole, en las que logra manejar el Fútbol Para Todos (cosa que ya una vez le resultó esquiva), aspira a presidir la AFA e incluso ser el elegido de la presidente Cristina Fernández de Kirchner, su hijo Máximo y Daniel Scioli (sí, en esto se pusieron de acuerdo, dicen) para la gobernación de la provincia de Buenos Aires.

Tan potente es su imagen, que hasta algunos consultores se animaron a medirlo para cargos electivos, y quedaron sorprendidos de que no sea tan alta la voluntad electoral (no es matemática la relación entre fama e intención de votos, nos venimos a desayunar). De todos modos, aceptamos en general pensar que otros piensen que eso retribuye, al punto tal de que el conductor (y hábil empresario mediático) sería un candidato serio para cualquier cosa.

Ese es uno de sus principales capitales: convencernos de que su imagen construida (carisma, gestión, dinero y adaptabilidad) le puede permitir acceder a lo que desee ser. O al menos “golpear para negociar”, como dijo un viejo Lobo, Augusto Timoteo Vandor, lejos de la luz de los sets televisivos.