El incidente literario

Poetas del desierto: bandoleros, errantes y desesperados

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Los cantos de camelleros que guiaban las caravanas favorecieron la manifestación de esta poesía preislámica.

Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago De Luca

“Cuando el camello cae, las navajas abundan” (Proverbio árabe).

En el siglo VI, antes de que apareciera el Islam, surge la poesía en la Península Arábiga. La palabra baja del desierto y se expande, forjada al ritmo de la marcha del camello, por medio de las caravanas. Así como en Occidente “El camino de Santiago” permitió el desarrollo poético cuando se cruzaban peregrinos de diferentes ciudades, los cantos de camelleros que guiaban las caravanas favorecieron la manifestación de esta poesía preislámica. Versos tales como “porque en el beso de las lanzas se deciden querellas” son productos de los centros de comercio caravaneros. En este momento, la unidad del mundo árabe es la lengua que facilita la poesía. La poesía canónica de esta época son las mu’allaqat (poemas colgados). Sólo se conservan siete. Son poemas largos que se colgaban en los muros de la Kaba’a como premio a justas poéticas. El poeta más célebre de este grupo es Imru l-Qais, quien al ver las marcas en la arena de los cuerpos, se pregunta, “¿Pero es justo llorar por unas huellas borradas?” Se canta al valor, a la tribu, al propio linaje, al camello, al paisaje y a la luz del desierto. Esta poesía constituirá una lengua común entre los dialectos de las diferentes tribus. Este nuevo mundo, que en los siguientes siglos se expandirá por diferentes regiones, comenzó con una lengua literaria. La belleza de las palabras que incide en el destino de los hombres. Todos estos poetas están acompañados por una leyenda y la mayoría murió de manera violenta. La venganza beduina asecha. En un medio desértico no existe la individualidad. La caravana y la tribu conllevan un código coercitivo. Sin embargo, estos poetas están hablando de la naturaleza humana, capaz de cantar las durezas del desierto.

Poetas desesperados

También en esta época hubo otro tipo de poetas, los “saalik”. Esta palabra se ha traducido por bandolero, vagabundo, miserable o desesperado. Este grupo de poetas estaba formado por individuos que vivían en el desierto, desterrados de sus tribus por alguna falta grave contra el propio grupo: asesinatos, robos o la antipatía del jefe de la tribu. A diferencia de los otros poetas del siglo VI de Arabia que comienzan sus poemas elogiando la tribu a la que pertenecen, los poetas desesperados del desierto comienzan sus versos ufanándose de sus homicidios o latrocinios. Estaban condenados para siempre a vagar en el desierto porque habían cruzado el único límite que no se podía cruzar en un medio tan hostil; habían roto los vínculos tribales. Sin embargo, y en este punto revelador de la naturaleza humana que es capaz de matar y de tocar el violín reside su incidente conmovedor, cantaban sus males. Las crónicas cuentan que cuando la caravana camellera cruzó a uno de estos poetas, solitario y vagabundo, después de haber intercambiado los saludos de rigor (las formas sobre todo no se pierden en el desierto) y cuando fue interrogado sobre su rumbo, respondió desafiante: “¿Se pregunta acaso al desesperado cuál es su camino?”

Entre estos poetas, parias del desierto, se destaca Shánfara quien vivió a finales del siglo VI entre el Hechaz meridional y el actual Yemen. Shánfara es quien mejor encarna y representa al poeta bandido y fugitivo del desierto. Rechazado por su tribu, hizo de la sangre, la desolación y las desgracias de su vida la materia de su poesía. Dejó el mejor poema registrado de los poetas del desierto “Lamiyyat al-Arab” (poema en rima lam de los árabes). Este poema, que desarrolla su travesía en el desierto, comienza declarando que a partir de ese momento sus compañeros son el chacal, la hiena y la pantera. Sólo con sus armas y su corazón ardiente el poeta ladrón parte por la mañana en busca de su alimento. Al mediodía desafía el sol de Arabia y a la noche sale a matar. “He afrontado el sol sin velo sobre el rostro ni protección, fuera de una hermosa túnica rayada, pero hecha jirones, y una tupida cabellera hasta los hombros que el viento hace revolotear(...)” Cuenta la leyenda que Shánfara había jurado matar a cien personas de su tribu y que llegó a matar 99 cuando fue sorprendido tomando agua y lo mataron. Pero luego, un miembro de su tribu encontró su cráneo en la arena y lo pateó produciéndose una herida que le causó la muerte y permitió cumplir la promesa del poeta.

Ecos y rumores del desierto que nos llegan a través de los siglos y las lenguas. Tal vez estos fueran los rumores que escuchaba Adberramán I, emir de Córdoba, quien había introducido la palmera en España para acordarse de su país, Siria, cuando ya viejo escribió en la misma lengua de los poetas desesperados: “Tú también eres, oh palmera, en este suelo extranjera.”