Señal de Ajuste

Educando a las bestias

Educando a las bestias

Alejandro Fantino es el director del imaginario establecimiento educativo. Lo acompañan la radiante sexóloga Alejandra Rampolla y Julieta “Cayetina” Cajg, en rol de preceptora. Foto: Télam

 

Roberto Maurer

La señal internacional Fox Life está difundiendo un formato nuevo grabado en la Argentina, y su origen es indubitable: bastan pocos segundos para reconocer a nuestro ser nacional. “Escuela para maridos” (jueves a las 22) es un reality conducido por el solvente Alejandro Fantino, director del imaginario establecimiento educativo, aun cuando a su vida privada se le atribuye un estilo alegre incompatible con la docencia.

Lo acompañan la radiante sexóloga Alessandra Rampolla como coordinadora académica, y Julieta “Cayetina” Cajg en el carácter de la preceptora que comparte el recreo con los hombres. Ademas, se registra la presencia de profesores invitados, en especialidades como comunicación no verbal, y cuyo paso es tan fugaz que resulta difícil determinar la verdad de su saber y su nombre mismo. No serían eminencias, y hay uno que se viste como jefe narco.

Se trata, en fin, de recuperar parejas en crisis y reeducar a los esposos, desde aquellos que no cambian pañales a los infieles pertinaces.

La ruina de todo

En tiempos de debate acerca de la crisis educativa, no parece que esta escuelita de la tele constituya un gran aporte, salvo como documento destinado a un público infantil cuya finalidad sería la de que eviten la pesadilla del matrimonio cuando lleguen a la edad adulta, o la de desalentar toda relación estable de pareja. “El matrimonio es la ruina de todo”, solía decir Miranda en “Sex and the city”.

Se trata de enderezar ocho maridos que se destacan por su comportamiento grosero, infiel, egoísta y mugriento, que no necesitan una escuela sino un instituto correccional. “Decidimos trabajar con lo peor de lo peor”, declaró

Fantino, y el casting fue perfecto. Son tipos grasas y cancheros, de una vulgaridad seleccionada, y sus esposas parecen temibles, al punto de que el espectador no puede imaginar cómo los dejaron llegar tan lejos.

Por ejemplo, el tipo acusado de sucio come bananas en la cama y tira la cáscara al piso. “Es un acto de libertad”, se defiende el canalla.

Con una planilla donde constan las llamadas telefónicas de otro esposo, Fantino demuestra que sostiene conversaciones de hasta 45 minutos con su madre, de quien depende en un grado que su cónyuge encuentra insoportable. Rampolla diagnostica “una mamitis aguda que debe ser erradicada”, como si el complejo de Edipo se extirpara igual que el apéndice.

Fue declarado culpable y ocurrió en el último programa, al cual se presentó como “Taller de confianza”, donde hubo simulacros de juicio con fiscal, defensor, careo, jurado y el juez Fantino. Los culpables eran esposados y sacados de la sala por una mujer policía, en un procedimiento que escandalizaría a Zaffaroni. ¿No es una estigmatización -como se dice ahora- de la imagen del marido? “Las esposas son simbólicas, la idea es que cambien”, nos tranquiliza Fantino, de quien sería interesante conocer su opinión sobre la pena capital. Cuando dice “esposas”, se refiere al accesorio que usa la policía cuando logra capturar a un delincuente, se entiende.

Hay quien es censurado porque se considera macho alfa y piensa que las mujeres son esclavas. “Me casé para que alguien me cocine, me lave la ropa y limpie la casa. Yo soy la persona que paga. Vengo de familia española, donde el hombre provee”, argumenta el bestia. El jurado lo encuentra culpable y Fantino corrige: “recontraculpable”.

A otro, ella le atribuye infidelidad. Tenían una pizzería, la esposa dejó de trabajar cuando quedó embarazada y la reemplazó una chica ligera que se acostaba con todos, y no encontraba un motivo para pensar que también lo hacía con su marido. En especial sospechó cuando lo escuchó decir a él, dormido, “tomá puta, chupámela”. El hombre fue declarado inocente: no había otra evidencia que la intuición femenina.

La jornada picante

Hubo una jornada dedicada a la sexualidad, “especialmente picante”, anticipó Fantino, y resultó, en realidad, una clase magistral consagrada a los interesados en enriquecer su vocabulario de palabras soeces.

-Yo aprendo mirando pornografía, después, en la cama, quedás como Gardel-, dice uno.

—Para mí es una pelotudez gigante-, le contestan.

—La pornografía no es material educativo-, interviene Alessandra.

Surgen los defensores de la masturbación, y hay quien la aconseja como un ejercicio diario. “Es bueno para la próstata”, agrega el aprendiz de urólogo. A su manera, Rampolla aprueba:

—Está buenísimo, pero no reemplaza a la vida de pareja.

Una universidad de Kansas comprobó que uno de cada cuatro hombres finge el orgasmo. “Sí, hay que poner los ojos en blanco, así, y temblar un poquito”, aconseja uno de los vivos.

Los hombres atribuyen a sus mujeres su déficit de erotización, y se escuchan los calificativos de “gritona, hinchapelotas, peluda’’ o comentarios críticos como “a veces se raja unos buenos pedos”.

Uno relata su experiencia positiva de swinger. “¿Qué? ¿Un tipo dándole bomba a mi señora y yo mirándolo? Ni en pedo”, se oye durante el debate. “A veces hacen falta cosas muy dramáticas para encontrar el fuego que se está buscando”, afirma Rampolla ante el grupo de eslabones perdidos.

La edición es vertiginosa, confunde y en particular impide un tratamiento algo más profundo de los problemas. Nadie se lo propuso, por cierto. De otro modo no sería un entretenimiento de la televisión.