¡Elásticos!

musculación.jpg

Se me ha sugerido, dada la conmoción causada por la elastizada sábana de abajo, que amplíe el punto de mira y me refiera al elástico en general. Como en la tele, cuando te hacen un gesto con ambas manos separándose: hay que estirar.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

No es nada que gozamos y padecemos los elásticos de la sábana de abajo, con los cuales hay que pulsear, literalmente (bueno: ¿y los entrenamientos gratis para bíceps y tríceps?), para que la cama quede lisita lisita, sino que desde que nacemos estamos condicionados, apretados diría, por elásticos varios. Sin ir más lejos, el advenedizo pañal.

Claro, los señores y las señoras hoy disfrutan de los pañales descartables -tienen un simpático elástico en determinados sectores, pero básicamente pueden tirarse e ir por otro- pero antes, los bebés de entonces (y así está la humanidad ahora, ¿vieron?) debíamos soportar un pañal grueso de tela, una especie de lona infame que lavaban una y otra vez. Y luego, arriba, la bombacha de goma, un potro de tormento que nos dejaba envarados y duros por horas. Pisharse o ejercitar tempranas formas de pop art, al final era una acción liberadora: por un rato nos sacaban ese cepo terrible de goma que nos apretaba los rollizos rollos infantiles.

Esas bombachas de goma te constreñían las dos gambas y el bajo o alto vientre, depende de los casos. O sea que te mantenían apretado justo en la zona del delta, que es donde los senderos se bifurcan, los ríos se explayan y los cuerpos se liberan. Jodido poner tranqueras ahí mismo: todo queda, como en las ollas a presión, adentro, cociéndose todo en su -perdón por la metáfora- propio caldo. Otra que pollo al disco.

Cuando zafamos de la bombacha elástica, nos esperaban las medias tres cuartos para la escuela y los calzoncillos “casi” (casi te estrangulan, casi te atragantan, casi...), que tenían un elástico gigante que te llegaba hasta la panza y que, decían, te ayudaba para educación física. Los zapatitos me aprietan y las medias me dan calor. A mí me apretaban los zapatitos, las medias y los casi. Hoy me doy cuenta que viví toda la infancia apretado.

En la escuela también teníamos otras cosas con elásticos (para demostrar su elasticidad el elástico puede ser sustantivo o adjetivo, según los casos), como las gomitas que servían para arrojar (especies de ballestas o catapultas u hondas rústicas que se sostenían entre el pulgar y el índice) a las orejas lejanas esos proyectiles de papel con saliva que eran tan lindos. También disfrutábamos de los globos y de las bombitas con agua.

Las chicas, hay que reconocerlo, tienen con los corpiños dosis extras de elásticos presionando sus cuerpos (más estreñida estará tu hermana) y por ende mayor capacidad de aguante y, si se me permite, mayor capacidad también de acción liberadora. O esas pecheras de punto smock o panal de abeja, tan lindos.

Quiero decir que aunque se mejoraran los materiales, se suavizaran las presiones, toda la vida anduvimos y lo hacemos todavía llenos de elásticos, desde las medias hasta calzoncillos y bombachas, bikinis, mallas, cintos, gomitas para el pelo, la famosa gorra de baño, remeras entalladas, vestidos sentadores con presiones sectorizadas, pantalones expandidos o elastizados... Algunos dejan -incluso- marcas si su uso se extiende por horas y horas.

No hay cuestionamientos, ni soluciones, canejo. Describo situaciones nomás, mientras me voy yendo silbando bajito. Siento que no puedo estirar más; que se me cae el tema. Y cuento con que ustedes, mis chiquitos, dejen de apretarme, saquen esa caripela de estirados que sostienen y sean tan elásticos como puedan. Se los digo así, totalmente suelto de cuerpo.