Los cuadernos de Basquiat

Los cuadernos de Basquiat

“Mapas de un cerebro complicado”, de “Los cuadernos de Basquiat”.

 

Por Mateo Sancho Cardiel

(EFE)

Fue uno de los artistas más influyentes y efímeros de la segunda mitad del siglo XX, pero la compleja mente de Jean-Michel Basquiat, la que le catapultó al éxito y le encaminó a la autodestrucción, tiene una hoja de ruta en los ocho cuadernos manuscritos que se exponen en el museo de Brooklyn.

“Basquiat: The Unknown Notebooks” es el nombre de esta exposición relativamente poco visual que permanecerá abierta hasta el 23 de agosto y que ofrece un recorrido curioso por esos escritos y bocetos que él nunca pensó publicar.

“Yo misma al principio pensaba, ¿qué haremos con todo esto? No son objetos de una belleza inherente”, explica una de las comisarias de la exposición, Tricia Laughlin Bloom. “Pero si le das tiempo, conectas con una persona muy sensible, muy delicada. Un poeta brillante. Una persona que buscaba ser reconocida socialmente, pero también divertirse. Ves cómo era el ritmo de sus días, lo que pensaba”.

Basquiat, nacido en Brooklyn de padres caribeños, ya utilizaba la palabra en algunos de sus grafitis o incluso en sus lienzos, pero sobre el papel, a veces con un bolígrafo, a veces con una pintura, jugaba a explorar los límites del lenguaje y el poder expresivo de la caligrafía. “Usaba mucho la repetición y creaba una especie de poema visual, algo que también se puede ver en sus obras de gran escala” como en una hoja en la que escribe: “Loveisalie. Lover=Liar” (“Amoresmentira. Amante=Mentiroso”). Un mensaje claro textual, pero también una imagen llena de eles y vocales.

También hacía listas de palabras, como volviendo a aquella época en la que, con sólo ocho años y tras sufrir un accidente de coche, estuvo en cama leyendo el libro médico Anatomía de Gray. “Se obsesionó un poco con las clasificaciones y los diagramas, algo que se puede ver en su obra posterior”, dice Bloom.

También abordaba en sus textos “los temas que le preocupaban, desde las cosas diarias a cuestiones sociales más amplias, como el racismo, Vietnam o desigualdad social”.

Basquiat (1960-1988) jugaba a las apariencias continuamente, quizá como rechazo a aquellos que pensaban que, al ser el artista negro más cotizado de los años 80, la suya era necesariamente una historia de superación, cuando en realidad venía de una muy buena familia y estudió en las mejores escuelas.

De allí nació su famosa tendencia a escribir con faltas de ortografía sobre sus cuadros, algo que se exacerba en sus cuadernos. “Cambiaba letras, las tapaba, invertía los textos. Era muy semiótico. Entendía la lengua como algo no estático, algo que intercambiamos y jugamos”, afirma Bloom.

Basquiat se ofendía e incluso avergonzaba de la imagen que la gente se hizo de él y la devolvía como una burla, al escribir como si no tuviera cultura. “Como en Huckleberry Finn, quería tener ese espíritu en el que lo naif revela todos los problemas sociales, siempre desde la voz de un inocente”, explica la comisaria, aunque insiste en que ésa es su teoría al respecto, de las muchas que hay.

En cambio, era un lector voraz y desprejuiciado, amante tanto de clásicos populares como Mark Twain y Herman Melville o escritores de culto como William S. Burroughs. De la misma manera que fue amante de Madonna y amigo íntimo de Andy Warhol.

“Era como una radio que podía reproducir muchas emisoras diferentes”, dice Bloom de este artista fallecido a los 27 años de una sobredosis de heroína. En esa ambivalencia, y teniendo en cuenta que el artista no quería que sus cuadernos fueran vistos, ¿tiene sentido entonces esta exposición? “Todavía nos preguntamos, incluso nosotros mismos que hemos hecho la exposición, si estas páginas estaban escritas para ser vistas. Algunas están escritas con tanto cuidado, de una manera tan gráfica, que visualmente parecen obras de arte, aunque hayan sido hechas en material tan común. Luego hay otras que creo que pocas personas dirían que es una obra de arte, pero son relevantes”, concluye la comisaria.

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Jean-Michel Basquiat. Foto: Archivo El Litoral