Editorial

El caso Nisman es un reflejo del país

  • A 100 días de la muerte del fiscal, la Justicia no fue capaz de dar a conocer una hipótesis firme sobre lo ocurrido.

Cien días después de que su vida acabara en circunstancias siniestras, la imagen del fiscal Alberto Nisman ha sido desprestigiada. A lo largo de este tiempo, se ventiló su vida íntima de la manera más cruel.

Es verdad que él mismo no parece haber hecho demasiado mientras vivó como para cuidar las formas y que, por ese motivo, a sus detractores les resultó relativamente sencillo encontrar puntos grises en su conducta.

Sin embargo, es evidente que el pasado de Nisman se ha visto sometido a los avatares de las más siniestras intenciones de quienes decidieron destruir su imagen con el objetivo de desviar la atención y preservar a quienes, de una manera u otra, intentaron un acercamiento con los sospechosos de haber cometido el mayor atentado terrorista de la historia del país.

En diferentes instancias, la Justicia determinó que la investigación de Nisman no contaba con los elementos suficientes como para sostener la hipótesis preliminar de que la presidente de la Nación, su canciller y algunos personajes vinculados con el gobierno, hubiesen intentado o cometido delito alguno.

Sin embargo, la actual división entre jueces kirchneristas y magistrados antikirchneristas, no contribuye demasiado a generar confianza. Es que, como nunca antes había sucedido en el país, el gobierno se encargó de que la Justicia misma estuviera atravesada por la cultura política maniquea y antagónica que se respira en cada ámbito de las instituciones.

La conducta de la fiscal Fein que investiga el caso tampoco parece contribuir demasiado a preservar la dignidad de la víctima y acercarse a la verdad de los hechos. Sus marchas y contramarchas, sus desprolijidades y sus tiempos aletargados colaboran de manera irremediable a alimentar la asfixiante sensación de incredulidad que se apoderó de cada uno de los habitantes de este país.

De todos modos, tampoco parece que exista voluntad alguna del Poder Judicial al que ella pertenece para acelerar la marcha de las investigaciones. En este sentido, resulta incomprensible que esta fiscal no cuente con la colaboración necesaria como para avanzar en la causa de mayor gravedad institucional desde el retorno de la democracia a la Argentina.

Es que, a estas alturas de las circunstancias, vale recordar que, además de investigar la muerte de Nisman, la fiscal debe trabajar con su reducido equipo de colaboradores en cada uno de los casos que día a día se acumulan en su fiscalía y en los que previamente tenía acumulado en su despacho.

Mientras tanto, el tema Nisman parece estar condenado al olvido. Cien días después de su fallecimiento, la Justicia ni siquiera ha sido capaz de dar a conocer una hipótesis relativamente firme sobre su muerte y el caso ha dejado de ser prioritario para la opinión pública.

Después de tanto tiempo transcurrido, los investigadores aún visitan el departamento de Nisman para realizar “inspecciones oculares” del escenario de la muerte. Y recién en los últimos días se decidieron a analizar los datos contenidos en el GPS del automóvil del fiscal.

Mientras tanto, el poder político en su afán por desviar el eje de atención, el gobierno ya condenó al propio Nisman, a su ex esposa, a Lagomarsino e, incluso, a la madre del fiscal para quien, con absoluto desparpajo, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, llegó a recomendar la cárcel.

Lo que muchos no parecen percibir es que el caso Nisman se ha convertido en un cruel espejo del verdadero estado del país. Y la imagen que en él se refleja no permite generar demasiado optimismo.

Muerte, desconfianza, ineficiencia, cinismo y mentiras conforman un cóctel poco alentador para el futuro de la Argentina. Aunque la mayoría prefiera mirar hacia otro lado.

Muerte, desconfianza, ineficiencia, cinismo y mentiras; conforman un cóctel poco alentador para el futuro de la Argentina.