Un relato entre dos siglos

Luis Buchini cumplió 102 años hace exactamente un mes. Radical por convicción y militancia, relata aquí fragmentos de una vida de trabajo y esfuerzos, y rescata épocas en que la palabra valía tanto como un documento. Fiel al oficio de ferroviario que desempeñó por décadas y acostumbrado a sobrevivir a las adversidades, dice que sería lindo “que todo anduviera sobre rieles”.

TEXTO. NANCY BALZA. FOTO. FLAVIO RAINA.

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don buchini en la casa de su hijo luis y su nuera marta.

 

Un nombre y una dirección son datos más que suficientes para escribir una nota. Si se indaga apenas un poco, es posible que en cada rincón de la ciudad y en cada rostro exista una historia que valga la pena ser contada. Pero si a esos dos datos se suma que el protagonista cumplió 102 años, las posibilidades de hallar un buen relato se disparan, por pura curiosidad, por ganas de aprehender tanta experiencia y -admitamos- para conocer el secreto de la longevidad.

Y en la búsqueda de respuestas nos recibe Luis Buchini, sentado en “su trono” que no es otro que la silla de la cocina desde donde obtiene una vista privilegiada hacia el soleado patio de la casa que hace casi un año comparte con su hijo y su nuera, además de sus nietos, en pleno barrio Candioti Norte. No es que el traslado entre una y otra casa haya sido largo: Luis vivía enfrente, y lo hacía solo desde hace siete años cuando falleció su compañera de la vida, Josefa Medrano con quien estuvo casado 72 años. Hasta que en un momento la familia acordó que podían hacer un lugar más en la mesa y lo invitaron a cruzar la calle. A esa edad los metros que separan una vereda de otra pueden representar muchos más que los reales.

FERROVIARIO Y RADICAL

Nacido el 2 de abril de 1913 en Santa Fe, Buchini fue testigo de las transformaciones de la ciudad, de la política y del ferrocarril que le dio empleo desde que tenía 17 años. Por casi tres décadas trabajó “con los franceses” a quienes agradece todo lo que aprendió en cumplimiento, disciplina y educación. La actividad lo llevó por un breve tiempo a Pilar, pero la mayor parte de su trayecto laboral lo desempeñó en Santa Fe, siempre en trabajo de oficina -aunque entró como peón de cuadrilla, nunca llegó a ejercer ese puesto- con el que se jubiló cuando los ferrocarriles estaban ya en manos del Estado. “Antes a la categoría había que ganarla, y eso se lograba con esfuerzo y buena voluntad”, asegura Buchini.

“Yo era radical”, afirma sin titubeos y en realidad ratifica que lo sigue siendo: “voy a morir radical”, confirma. ”Conocí la ‘Chinesca’ que era la casa matriz del radicalismo”, un viejo -y pintoresco- chalet que estaba en calle Buenos Aires, hoy Mons. Zaspe, y 25 de Mayo. “Era el orgullo del radicalismo: ahí nos reuníamos y elegíamos a los candidatos en el mismo comité”.

Buchini fue “el primer presidente de la Juventud Radical, cuando todavía ni podía votar -no había cumplido los 18 años necesarios- y ningún partido tenía esa división. Y su misión era hablar a muchachos de su edad e inculcarles las ideas del radicalismo. Ese fue el mandato recibido y así lo hizo.

La actividad política siguió a lo largo de toda su vida, también a través del voto pero solo hasta hace dos años: “en las PASO anteriores me encontré con que me habían sacado del padrón. Yo quiero votar, me parece que no hay nadie que me pueda prohibir que vote si lo hago legítimamente. Hace dos años fui y me encontré con que no figuraba más. Ahora, con 102 años, quiero ir a votar y me obligan a no hacerlo”, reflexiona.

TODO SE TRANSFORMA

Los primeros años de don Luis transcurrieron en una casa de Sargento Cabral al 1600 (a la vuelta del Colegio La Salle que es donde siempre votó), después se mudó con una hermana a calle Gobernador Candioti, en las épocas en que todo se reducía “a una pieza y una cocina”.

“Mi padre compró un terreno en Belgrano al 3600 y ahí me hice mozo, viví varios años y encontré una novia a la vuelta de casa. Era Josefa Medrano, “con quien estuve casado 72 años; ella falleció hace 7”. A esta edad se sienten los años -aunque Buchini asegura no haberse dado cuenta de que llegó a los 102-, pero también las pérdidas: la de su esposa, una hija, amigos y parientes que ya no están.

Como se ve, prácticamente su vida transcurrió en una misma zona de la ciudad, esa que “en el mapa que publicó el diario después de la inundación figura como una de las más altas”. Pero sin dudas el barrio cambió: “cuando vine acá no había nada, era todo baldío. La única casa estaba ahí a 20 metros -señala- y había una canchita de fútbol. Decían que iban a hacer galpones para un aserradero y nos opusimos; yo era secretario de la escuela Alfonso Grilli y nos fuimos hasta el ministerio a protestar. Le hicimos poner zona residencial para que no instalen los galpones. Si no, iba a ser todo aserradero”, rescata como una de las experiencias que lo tuvo en un rol activo. Como cuando se estaba formando un basural y con otros vecinos se organizaron para evitarlo.

De los juegos infantiles que se relacionaban con la época del año, como el de los carozos (para el que se necesitaban duraznos), hasta los cajones de manzana que se ponían debajo de la cama y funcionaban como aromatizante natural de la casa, pasando por la primera heladera eléctrica -una Vestal- que llegó tras 20 años de casado y que todavía funciona, y los viajes en tren a Arroyo Aguiar y Arroyo Leyes para aprovisionarse de productos frescos, la vida de Buchini conoce de sacrificios y esfuerzo: “con los franceses trabajábamos 4 horas a la mañana y 4 a la tarde; cuando llegó Perón eran 4 horas a la mañana y después, para ganarme la vida, salía a vender cacerolas, cucharas y cuchillos”. Había que parar la olla cuando llegaron los hijos y la familia se multiplicó por dos.

El esfuerzo y el valor de la palabra son parte de la herencia que recibió de su padre, también empleado del ferrocarril donde ganaba 110 pesos, pero con una habilidad para componer “recalcaduras” que también aplicó entre los jugadores de Unión, pero que Luis nunca aprendió. “Yo prefería irme a jugar a la pelota”, se ríe.

IDA Y VUELTA

Hoy asegura que tiene una familia que vale oro, y que a su nuera, Marta Cervigni, le debe la vida por cómo lo cuida. Además, tiene 6 nietos, 6 bisnietos y un tataranieto. Y confirma que sigue con los cinco sentidos en alerta: el gusto también, como que es “el único que repite el plato en la mesa”, que ya no será el puchero y la sopa de todos sus días de infancia y juventud, ni el desayuno con pan casero y grasa de chancho.

El agradecimiento es mutuo y así lo confirma Marta cuando dice que Luis y Josefa siempre fueron como unos padres para ella también y que los ayudaron a cuidar a sus hijos mientras los dos trabajaban. “Después de tanto tiempo, Luis es como mi papá”, dice ella de quien anduvo en bicicleta hasta los 98 años, a quien internaron por primera vez a los 100 y al día de hoy no toma ningún medicamento.

“No me siento con 102 años, para mi es lo mismo que hace 50. Lo que si, trabajé toda mi vida”, dice Luis que nos despide con un apretón de manos y una bendición, y nos deja sin revelar un secreto que él mismo desconoce, pero con la sensación de un siglo -y algo más- que valió la pena vivir.

EN BUSCA DE LAS RAÍCES

Los padres de Luis Buchini eran de Údine, ciudad italiana ubicada en la región del Friuli-Venecia Julia. Hasta hace un tiempo no tenía mayores registros de dónde habían nacido o en qué lugar se habían casado. “Escribí a todas las iglesias para ver si podía conseguir algún dato que me dijera algo de mis padres”, cuenta. Hasta que un día, “cuando estaba tomando un porrón en casa con un primo de Quilmes, siento que me tocan el hombro. Era Baltasar, mi nieto, que había conseguido todos los documentos de mi padre y de mi madre, las partidas de nacimiento y de casamiento”.

Es posible imaginar la alegría de aquel momento, aunque todavía sobrevuela la pena por no haber concretado el sueño de conocer la tierra de sus padres, “aunque me muera en el viaje”.