El falso “desendeudamiento”

El fin de un mito

Las recientes emisiones de deuda y las que el gobierno piensa seguir realizando para tapar el agujero fiscal buscan evitar una crisis, pero descubren del todo una larga mentira.

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Axel Kicillof, ministro de Economía.

Foto: EFE

 

Sergio Serrichio

[email protected]. Twitter: @sergioserrichio

Unos 15.000 millones de pesos entre emisiones de Bonos del Tesoro Nacional (Bonac, un nuevo título con sello Kicillof) y una operación con fondos de la Anses. Cerca de 1.416 millones de dólares en Bonar 2025, emitidos bajo ley local, pero en una operación en la que se sospecha participaron bancos internacionales. Otros 1.500 millones de dólares tomados por YPF en una emisión de Obligaciones Negociables bajo la ley de Nueva York, que se suman a 600 millones de dólares que había tomado en el primer trimestre.

Además, el gobierno licitó una nueva ronda de Baade (Bono Argentino para el Desarrollo Económico, uno de los papeles que creó para el segundo blanqueo de capitales, que ya prorrogó 7 veces), para que los evasores atrasados se sumen al festival. Y esto sin contar lo que aún pueda colocar en otras emisiones de Bonar, título creado por Kicillof cuando acordó la carísima “compensación” a la española Repsol por la “recuperación” de YPF y del que el gobierno tiene aún margen para emitir (y seguramente lo hará, si logra eludir otra vez el cerco al que busca confinarlo el juez neoyorquino Thomas Griesa).

Neologismo falaz

En suma, es hora de que hasta los más entusiastas repetidores del discurso oficial eliminen de su diccionario el neologismo “desendeudamiento”, uno de los más falsos latiguillos del kirchnerismo, que en diciembre próximo, tras doce años y medio de gestión, legará al que lo suceda una deuda pública cercana a los 300.000 millones de dólares.

Hubo, es cierto, una etapa de “desendeudamiento”: consistió, básicamente, en la renegociación de la deuda que el gobierno semanal de Adolfo Rodríguez Saá declaró en default a fines de 2001 y que el equipo encabezado por el ministro de Economía, Roberto Lavagna, y el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, terminó de reestructurar en febrero de 2005, con una quita de dos tercios del valor nominal.

Además, entre 2003 y 2006 un superávit fiscal que llegó a orillar el 4 % del PBI le permitió al gobierno de Néstor Kirchner “comprar” gran parte del superávit comercial, acumular reservas y realizar un gesto político al que dio carácter fundacional: el pago anticipado, a principios de 2006, y en efectivo, de la deuda con el Fondo Monetario Internacional.

Esa etapa ya estaba cerrada en 2007, incluso antes de las elecciones que hicieron presidente a Cristina Fernández de Kirchner. El financista no era ni el FMI ni los acreedores privados, sino la Venezuela de Hugo Chávez, que entonces nadaba en petrodólares. Pero, claro, era un crédito caro, que llegó a superar el 17% anual, por lo que fue discontinuado.

Vivir con lo nuestro

A fines de 2008 la posta la tomó la Anses, entonces presidida por Amado Boudou, quien llevó a la presidente la idea de reestatizar el sistema jubilatorio. Desde ahí, el fondo con el que supuestamente deben pagarse las jubilaciones presentes y futuras se usó para, entre otras cosas, dar crédito barato a empresas elegidas a dedo, pagar la costosísima finalización de la Central Nuclear Atucha II y, fundamentalmente, financiar el déficit del Tesoro Nacional, que a cambio le da “títulos” a plazo fijo, no convertibles, pagadioses que, en un futuro no muy lejano, cuando se dicte otra “emergencia previsional”, deberán ser tomados a su valor real, próximo a cero.

A principios de 2010, a la Anses se sumó el Banco Central, a través del llamado “Fondo de Desendeudamiento” con un método similar: le pasa reservas al Tesoro, que a cambio le da, como a la Anses, papelitos inservibles a diez años. El BCRA tiene, además, otro recurso: cuenta como “ganancia contable” el aumento del valor en pesos de sus reservas en divisas y lo “transfiere” al gobierno.

Todos esos dibujos, más algunas emisiones aisladas, hicieron que el gobierno siguiera llamando “desendeudamiento” al vaciamiento del sistema previsional y del Banco Central. El caso del BCRA debe verse no sólo por la evolución de sus “reservas internacionales”, que pasaron de más de 52.000 millones a poco más de 30.000 millones (e incluso este cotejo es engañoso, porque en el último caso las reservas en verdad disponibles son menos de la mitad). Otra forma es ver la evolución de su deuda con los bancos privados, que le prestan dinero a 27 % anual a cambio de tomar “Letras” y “Notas” (Lebacs y Nobacs) a un plazo máximo de 18 meses. El stock de esos papeles (esto es, la deuda del BCRA con los bancos privados) era de 110.000 millones de pesos a fines de 2013, llegó a 275.000 millones a fines de 2014 y, proyectó el economista Jorge Vasconcelos, rozará los 500.000 millones a fin de año.

Desquicio escondido

Todo esto, claro, para esconder el desquicio fiscal. En el primer bimestre del año, calculó el consultor Federico Muñoz, el gasto público creció a un ritmo del 37 % anual contra 31 % al que lo hicieron los ingresos genuinos. Si esa brecha se mantiene, el año cerrará con un déficit fiscal de 7% del PBI, más de 300.000 millones de pesos. Es lo que esconden esas emisiones, esos papeles pintados, esos dibujos.

A principios de 2014, el gobierno inició una ruta de “reconciliación” con los mercados internacionales (pagos al Ciadi, arreglos con Repsol y con el Club de París), que se cortó cuando la Corte Suprema de EE.UU. no revirtió, como CFK y Kicillof esperaban, el fallo de Griesa a favor de los “fondos buitre” que no habían aceptado la reestructuración de la deuda.

El gobierno profundizó entonces el asalto a la Anses y al BCRA, hizo varios intentos hasta completar las emisiones de deuda que señalamos en las primeras líneas y firmó acuerdos “estratégicos” con Rusia y China. En particular, la ayuda de Pekín le permite disimular la escualidez del balance del BCRA y sostener la apariencia de estabilidad cambiaria con la que pretende llegar a fin de año. No está garantizado que lo logre, pero los recursos de los que se hizo en las últimas semanas lo pusieron a tiro.

Vale el intento de evitar una megadevaluación, una crisis de ésas que suman centenares de miles de personas, incluso millones, a las ya numerosas filas de los desesperados. Pero al menos dejen de hablar de “desendeudamiento”.