Penalización por goteo: seducción y abandono

Por Osvaldo Agustín Marcón

“La clase media seducida y abandonada” es el nombre de un interesante libro de Alberto Minujin y Eduardo Anguita (2004). El texto incluye una idea estructural referida a los engaños del mercado toda vez que ilusiona subliminalmente a los ciudadanos con el consumo irrestricto de bienes. Traída dicha idea a nuestro campo de reflexión, podemos afirmar que el acceso a la seguridad, en sentido amplio, integra ese abanico de sutiles promesas incumplidas. Queda claro que el responsable formal de esa seguridad es el Estado, pero también sabemos que en el actual contexto él es, en mayor o menor grado, el más importante rehén del mercado. Y que éste no duda en generar inseguridad para, luego, convertirla en una fuente de variados negocios. El mercado es, entonces, corresponsable de la situación. Su propia lógica interna, asentada en la competencia a secas, con la menor cantidad posible de límites, promueve variadas formas de inseguridad.

Aquel secuestro del Estado a manos del mercado es nítido en los planos cultural e ideológico, aunque resistido en algunos de los niveles político y económico. Dicho de otro modo, distintos Estados intentan resistir mediante la fuerza que les es propia pero poco logran hacer en relación con el consumo degenerado en consumismo.

No obstante, y apelando al recurso de la exageración, no pocas veces el Estado-prisionero ya parece enamorado de su captor, Síndrome de Estocolmo mediante. Y no pocas veces muestra conductas consecuentes con ese enamoramiento que se traduce en deseos de no contradecir a su amado. Y como habilidoso seductor que es, el mercado desarrolla permanentemente nuevas formas de engaño con las que justifica el abandono consumado.

Así por ejemplo, para convencer a sus víctimas, reduce la idea de seguridad a la dimensión penal-policial ocultando su propia condición de productor de inseguridad (social, laboral, etc.). Y más aún, por un lado se jacta como generador de los placeres del consumo pero, por otro, culpabiliza al Estado como único responsable de la inseguridad. Inclusive esta operación le permite, paradójicamente, ofrecer nuevos bienes de consumo tales como alarmas, autos blindados, seguridad privada, etc.

Y más aún, se las ingenia para convencer al propio Estado de la necesidad de militarizar las policías estatales, hiperentrenando a sus agentes e incorporando equipamientos que el propio mercado vende. Y como no podría ser de otro modo, dichos ciclos de ilusiones cierran en nuevos abandonos. Mientras tanto, él también engaña a gran parte de los sectores populares que nutren las cárceles latinoamericanas. La invitación a trabajar, estudiar e integrarse para consumir ropa, tecnología, turismo, etc., no tiene como contrapartida posibilidades reales de materialización. Y más aún, en general ir a la cárcel para “rehabilitarse” tiene como consecuencia nuevas cadenas de frustraciones (por caso, la mayoría de los ex presos no consigue trabajo y menos aún remuneraciones dignas). Poco a poco miles y miles de, en su mayoría, varones jóvenes socialmente excluidos renuevan lugares en las prisiones.

Citando a Zaffaroni, se trata de la conocida “penalización por goteo”, que expresa una moderna forma de genocidio estatal. Esta masacre dosificada ocupa el lugar mesiánico que, en el pasado occidental, ocuparon los leprosarios y los manicomios. La exclusión penal sistemática no es un recurso “obvio” y sí una construcción socio-jurídica moderna que, si bien permitió dejar atrás el castigo inquisitorial medieval, en el actual contexto es evidentemente insustentable. Es hora, entonces, de hacer lugar a la imaginación no punitiva para avanzar hacia niveles razonables de seguridad ciudadana integral. El camino ya se ha iniciado pero para visualizar sus manifestaciones es indispensable remover la burocratización que se ha diseminado progresivamente durante la modernidad, instalándose inclusive en los modos de pensar que gobiernan los pasajes al acto.

El acceso a la seguridad integra el abanico de promesas incumplidas. Queda claro que el responsable formal de esa seguridad es el Estado, pero también sabemos que en el actual contexto él es, en mayor o menor grado, el más importante rehén del mercado.