Sobre el narrador no confiable (II)

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"Laberinto", instalación de Michelangelo Pistolleto.

 

Por Fabricio Welschen

Hay ocasiones en las que el narrador no confiable aparece bajo otras configuraciones: es cuando el narrador da muestras de que no está a la altura de ejercer su función. Es lo que sucede en Pálido fuego (1962) de Vladimir Nabokov y en el cuento “Exorcismo, el póstumo ‘J’accuse’ de Raúl Vadefora” que integra el libro La daga latente (2006) de Enrique Butti. En estos dos casos, en los que se despliega un juego de cajas chinas o de texto dentro del texto, que emulan la dinámica propia de la novela moderna, se trata de un narrador que también es lector. La no confianza del narrador ya no reside en que éste engaña o en que se sospecha que su percepción de los hechos está distorsionada, sino que la desconfianza surge cuando el lector constata que el narrador-lector no es fiel a lo que aparece enmarcado en el relato. La novela de Nabokov remeda a una edición anotada de un poema póstumo del poeta John Shade, que se reproduce íntegramente, y que luego es analizado en los espacios paratextuales del libro, en el prólogo o en el corpus de notas explicativas, por el profesor Charles Kinbote. Los comentarios, cada vez más disparatados y alejados del poema analizado, irán perfilando a Kinbote como un ser desquiciado, obsesionado con los avatares políticos de su remoto país del que se vio obligado a huir. El cuento de Butti, en tanto, toma la forma de una reseña literaria publicada en un diario de provincias. En ella, Alexis Penebianco analiza el último libro de poemas del asesinado Raúl Vadefora; la lectura de los poemas que realiza el narrador dista notablemente de la que puede hacer el propio lector: el problema estriba en que Penebianco rechaza la interpretación literal (que es la correcta) de los versos para decantarse por sofisticadas y equívocas apreciaciones. Esto le impide ver que a través de su poética Vadefora confiesa que ha cometido un desfalco que irá a pagar con su muerte a manos de un individuo que identifica con nombre y apellido, pero que para el crítico es tan sólo un emblema que representa la indiferencia literaria que sufrió en vida el autor.

Tanto en la novela de Nabokov como en el cuento de Butti, el narrador no sabe o no quiere realizar una lectura adecuada del texto que debe analizar. El desajuste entre los poemas estudiados y los comentarios de los narradores es tan visible que el lector no puede menos que rechazarlos. En consecuencia, la interpretación de lectura deja de residir en el narrador para transferirse por entero al lector. Ante la manifiesta incapacidad del narrador, al lector le compete la responsabilidad de atribuir un sentido correcto y verdadero a los poemas enmarcados.

Ejercitado en esta sospecha, el lector moderno puede incluso llevar su desconfianza hacia los narradores de la literatura clásica. Pensemos en cuán confiable es, por ejemplo, la narración de Ulises en La Odisea. Todo lo fantástico que ocurre en este poema épico (el cíclope Polifemo, las sirenas, la hechicera Circe, el descenso al inframundo, entre otros episodios) es contado por Ulises. Se podría suponer una mentira del héroe, con la finalidad de lograr que los feacios, sus anfitriones, se compadezcan de él. ¿Acaso uno de los epítetos de Ulises no es “el rico en ingenios”? Ulises es astuto, entre otras cosas, porque sabe mentir.

Habría dos objeciones a este tipo de interpretación: en el Canto XI, el descenso al Hades, episodio impregnado de una atmósfera de irrealidad, Ulises se encuentra con su madre y así se entera de que ha muerto. Ahora bien, si Ulises está ficcionando, el relato de ese encuentro con la madre muerta puede estar inspirado por las musas o por una premonición (basada quizás en circunstancias reales que él conocía: edad, enfermedad, etc.). Lo que importa es que cuando Ulises regresa a Ítaca transformado/disfrazado de mendigo parece perder la certeza que manifiesta en la narración de su viaje fantástico: en el Canto XV Ulises le pregunta a Eumeo, el porquerizo, qué fue de la vida del padre y de la madre. Se podría entender que el manto de irrealidad que cubre el Canto XI no bastase para informar acerca de la muerte de Anticlea y que recién en el Canto XV (cuando Ulises ya no es el narrador) es cuando la información cobra verosimilitud. ¿Cuándo se entera realmente Ulises de la muerte de su madre? ¿En el canto XI o en el Canto XV?

La otra objeción se encuentra en el Canto I. Allí, en el Olimpio, los dioses, hablando de Ulises, parecen confirmar que el periplo fantástico es verdadero (Zeus admite que Poseidón está enojado con Ulises por haber dejado ciego al cíclope Polifemo). Pero a diferencia de lo que sucede en La Ilíada, en La Odisea, el mundo de los dioses está más alejado del mundo de los humanos; de esta forma se constituyen dos planos distintos no necesariamente en sintonía.

Las dos pruebas de que la narración de Ulises es verdadera no se condicen con el plano de lo estrictamente humano. Pero, al fin de cuentas, la conjetura de un Ulises como narrador no confiable no deja de ser una lectura direccionalizada. Se trata, en suma, de pensar el estatuto del narrador y cómo éste queda cuestionado con la noción del narrador no confiable. Al engañar se diluye la confianza y el narrador pierde la autoridad que le es inherente. Queda, entonces, el campo vacío con una consecuente mayor margen de acción para el lector, quien deberá hacer valer su lectura e interpretación.

Sobre el narrador no confiable (II)

Una espectadora contempla la obra “Curly Hair”, en una fotografía de Diego Azubel. Foto: EFE