MESA DE CAFÉ

Horacio Verbitsky: ¿agente de la dictadura?

POR REMO ERDOSAIN

El calor se resiste a irse. El café o el té fueron reemplazados por el agua mineral o la gaseosa. De vez en cuando un liso, sobre todo cuando se acerca el mediodía y la hora del café se transforma en la hora del aperitivo.

—¿Qué me cuentan de lo de Horacio Verbitsky? -dispara Abel.

José refunfuña en voz baja, pero no se entiende bien lo que dice.

—¿Vos te referís a la denuncia acerca de su colaboración con la Fuerza Aérea en tiempos de la dictadura?

—Exactamente -responde Abel.

—Yo por “el Perro” pongo las manos en el fuego -dice ahora José con tono provocativo.

—Te vas a quedar con los muñones a la intemperie -observa Marcial.

—Al compañero no le perdonan su trayectoria a favor de los intereses populares, sus libros escritos contra las corporaciones...

—Tenés razón -dice Abel- no le perdonamos su ataque al juez más digno de la república: Carlos Fayt.

—Todo eso muy lindo -corta Marcial- pero acá estamos hablando de su libro de oro, el libro que le escribió a los milicos.

—No fue así -porfía José.

—Los datos de Levinas son fulminantes. Verbitsky colaboró con los milicos. Y hasta que alguien me demuestre lo contrario, no lo hizo porque le pusieron un revólver en la cabeza o lo quebraron en la tortura, situaciones en la que todo puede comprenderse.

—¿Y por qué lo hizo entonces?

—Lo hizo de piola que es -acusa Abel.

—A mí no me extraña nada -agrega Marcial- que el hombre que perteneció a una organización que no le hizo asco a colaborar con Massera, haya colaborado con los aviadores.

—¿Pero Verbitsky fue realmente Montonero?

—Claro que lo fue. Y fue un tipo de Inteligencia que según él nunca mató a nadie, pero si sus pares de inteligencia fueron eficaces, seguramente, le costaron la vida a unos cuantos pobres desgraciados.

—Verbitsky fue Montonero y su comportamiento es el de un Montonero: obsesivo fanático, resentido, tramoyero, sinuoso...

—A ustedes y a Magnetto les duele que el hombre no les deje pasar una a las corporaciones.

—A mí lo que me duele -responde Abel- es que gente de buena fe haya creído en un agente doble, en un siniestro farsante.

—Yo trataría de ser algo más cuidadoso -digo-; a mí me van a tener que dar muy buenos argumentos para convencerme de que Verbitsky -al que no conozco y discrepo en todo- sea un agente doble.

—¿No te alcanzan las pruebas? -pregunta Marcial.

—No me alcanzan. En este país, existe el hábito de descalificar a las personas con las peores calumnias. No quiero sumarme a esa jauría.

—El primero que descalifica, persigue, calumnia y no tiene compasión es el propio Verbitsky. Se constituyó en el referente moral de la sociedad y ahora nos enteramos de que el hombre está más sucio que una papa.

—Justamente -digo-, porque Verbitsky ha sido un mal bicho no nos obliga a nosotros a comportarnos de la misma manera.

—Yo te felicito por tu ecuanimidad -ironiza Marcial-, pero estamos ante un personaje que nunca tuvo compasión ni piedad. Y ahora resulta que nosotros tenemos que ser compasivos y piadosos.

—Lo que tenemos que ser es justos -digo.

—En nombre de la Justicia, se impone desenmascarar a un farsante -dice Abel.

—Yo no sé si me interesa cómo es la vida privada del “Perro” -reflexiona José-; lo que me importa son sus libros, sus brillantes artículos criticando al poder de turno.

—A este poder, al formidable poder K no lo critica, todo lo contrario: ha colaborado de manera decisiva para fortalecerlo -refuta Marcial.

—Con respecto a los libros escritos por él -reflexiona Abel- no exageremos. No es Jorge Luis Borges, al cual su infinito talento nos obliga a perdonarle sus opiniones políticas.

—Aunque a ustedes le parezca broma, yo creo que no somos quiénes para juzgar -reitera José.

—Claro, claro -interviene Marcial-; el único que puede juzgar y condenar es Verbitsky; el único que puede descalificar, denunciar, relajar y pisotear es él, pero cuando hay que discutir sus pecados, sus terribles pecados, entonces se levantan voces sospechosamente piadosas diciendo que no somos quiénes para juzgar.

—La historia -insiste José- está llena de ejemplos de hombres o mujeres que en determinadas circunstancias se vieron obligados a hacer lo que no querían ser. Se entiende: no se aguanta así nomás la tortura, no se soporta la amenaza de muerte a hijos, esposa o madre.

—Todo perfecto, pero nada de lo que vos decís le pasó a Verbitsky. Te repito una vez más: a él no sólo no lo torturaron ni le apoyaron una pistola en la cabeza, sino que nunca estuvo detenido. No estamos ante un caso Julius Fucik o Jean Moulin, héroes que fueron destrozados por la tortura y no hablaron. Lo que Verbitsky aporta a esta historia del martirologio, es que habló no porque lo torturaron, tampoco porque lo amenazaron, sino porque tenía ganas de hacerlo El propio Jacobo Timerman alguna vez se preguntó por qué un tipo como Verbitsky nunca fue molestado por los militares; por qué en los años de plomo de la dictadura él estaba en Buenos Aires, tomaba café en los bares más conocidos del centro y se paseaba como si fuera un angelito.

—Hablando de sus antecedentes -dice Abel- el hombre está bastante flojo de papeles. Sus intrigas y maniobras lograron que lo echaran del diario a Félix Luna. Después fue uno de los animadores de la revista Confirmado creada para derrocar al gobierno de Illia.

—La última hazaña de Verbitsky -observa Marcial- la cometió contra ese extraordinario periodista económico y tanguero que fue Julio Nudler. Censuró, persiguió, acorraló y todas esas destrezas las aplicó para defender lo peor del gobierno K.

—Por supuesto -señala Marcial- tampoco se compadeció por el cáncer terminal de Nudler. Él estaba ocupado en cosas más importantes que preocuparse por la enfermedad de un periodista que, además, puso en duda la infalibilidad K.

—Yo tengo presente -digo- que la agrupación Periodistas, que ya tenía diez años de existencia, se disolvió por culpa de ese incidente, por culpa de las labores de comisario político del señor Horacio.

—“El Perro” es un luchador, y por más que lo ensucien no van a lograr amancillar su buen nombre y honor.

—Un luchador financiado por la Fundación Ford -descerraja Marcial.

—Muy antiimperialista, muy socialista, muy revolucionario, pero en la embajada norteamericana lo reciben como si fuera Carlos Gardel.

—Todo eso puede ser más o menos cierto -consiente José- pero de ello no se deduce que haya sido agente doble.

—En eso tenés razón. Su condición de agente doble es un toque de distinción especial del hombre. La conclusión no deja de ser irónica y aleccionadora: el fiscal moral de la causa K, el hombre que siempre se jactó de su impiedad, fue un colaborador de la dictadura militar.

—No comparto -concluye José.

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