Tribuna de opinión

El sinsentido del kirchnerismo

El siguiente texto es un extracto de la obra de la autora que tiene por título el de esta columna.

Lo que para un africano sería un sacrilegio, para este gobierno es un don: borrar o reescribir la historia y comenzar de cero.

Por María Celeste Bertotto de Gove (*)

Nuestro juicio nace de muchos factores, entre ellos, el del sentido común. Nuestra acción nace del juicio. Y el juicio nace del entendimiento. Existe un sentido común europeo y a su vez cada país de dicho continente tiene el suyo propio. Los preceptos esenciales de la comunidad europea son consecuencia de una forma de pensar que es, en definitiva, una forma de ver el mundo. Si bien los argentinos somos descendientes de europeos no participamos de dicho sentido. Y en consecuencia, sólo podemos importar sus preceptos carentes de esencia ni fundamento. Para que dicha importación sea exitosa, quienes la ejecutan deberían ser o haber sido partícipes del sentido común que gestó lo que fue “apropiado”. De lo contrario, se corre el riesgo de adoptar medidas que no son funcionales a nuestra realidad.

Pero, ¿qué es en realidad lo que hoy llamamos “sentido común”? Lo que Thomas Paine tituló por primera vez “sentido común” -en 1775- fue un panfleto revolucionario en donde instaba a las trece colonias americanas a luchar por su independencia. Es decir, esto es en su verdadera esencia aquello que amalgama a distintos ciudadanos bajo la idea de pueblo o comunidad.

Hay lugares en la Argentina, en los cuales dichas medidas están mejor adaptadas al “ser argentino”, que es esa síntesis de influencias que crean nuestro propio sentido, aquello “común” que nos identifica. En estos casos, lo europeo en estado puro se transforma y termina por ser más orgánico en esta sociedad que aquella que vio su origen.

Sin embargo, el ciudadano argentino que conoce ambas realidades porque vivió en el exterior, distingue, en forma nítida y rápida, diferencias en el impacto social de una medida importada que ha sido mal ejecutada. Estas diferencias se notan aun más si no se completa todo el proceso en la ejecución de la medida arquetípica. Por lo tanto, es necesario que existan funcionarios con un prisma amplio pero a la vez profundo de ambas realidades. El oficialismo es una fuerza demasiado ocupada en cuidar el poder reinante a cualquier precio. Ninguna idea crítica o comparación de medidas políticas es aceptada con alegría. Para los kirchneristas, todo lo foráneo es peligroso, y tratan como foráneo no sólo a lo extranjero sino a todos quienes no somos militantes del partido. De manera tal que están encerrando su discurso de un modo tan absurdo que no sólo aquello que ejecutan es, según ellos, exitoso, sino que termina por ser un modelo para otras sociedades. Esta perpetua justificación del oficialismo es peligrosa como lo es cualquier máquina de construcción de sentido estatal que no nace del pueblo.

Hacen falta mentes nuevas, abiertas y con el conocimiento empírico de las medidas políticas que son sacadas de ejemplos meramente teóricos. Quizá el PRO esté produciendo esta apertura. En el discurso en el cual remarca la importancia del hacer por sobre el hablar, un poco refleja el gusto por el conocimiento empírico pero también da cauce a una sociedad cansada de un oficialismo crispado ideológicamente.

La desvinculación de lo europeo por parte de este gobierno es un atentado al espíritu argentino, que es el espíritu de nuestros antepasados. Lo que para un africano sería un sacrilegio, para este gobierno es un don: borrar o reescribir la historia y comenzar de cero. Irónicamente, lo que este gobierno cuida como “sagrado”, son figuras funcionales a su aparato discursivo y que no trascienden a éste. Mientras que lo verdaderamente sagrado trasciende a los gobiernos y a su formato casual.

En ciertas cosas, sobre todo en lo que atañe al campo de lo político, que es justamente en donde hay que ser más cauto, es importante no perder el sentido de las medidas que se llevan a la práctica. No basta con importar ideas y aplicarlas a esta realidad si este acto nace de un conocimiento teórico. No hay conocimiento empírico que no sea a su vez teórico. En cambio, sí existe el nivel teórico per se.

Un ejemplo. La asignación universal por hijo, tanto como otros beneficios sociales que existen en países desarrollados, se comprenden desde su esencia histórica y madurez social. Los beneficios en países en desarrollo deberían ser ajustados y mucho mejor controlados. En la Argentina, la ejecutaron como si fuéramos aún más desarrollados que Europa. En el Reino Unido, cada barrio tiene agencias de control y los ciudadanos deben presentarse a dichas agencias semanalmente. De lo contrario, se corta el beneficio para evitar que estos beneficios sean usados erróneamente. La asignación universal por hijo es una medida social, no una medida política. No es parte de aquello que este gobierno sacraliza como herramienta discursiva. Saqueada su esencia, es decir, al dejar de ser una medida transitoria de paliativo social, terminó por ser un elemento de coerción gubernamental y estructural a una sociedad con economía en déficit e hiperinflación. En otras palabras, es una medida ya estructural al ingreso del ciudadano para poder sobrevivir. No sólo fue ejecutada torpemente sino que además, y aquí el peligro, es una herramienta gubernamental discursiva para crear una sociedad dependiente. Sucede con toda medida teórica cuya esencia no se conoce verdaderamente. Diría Borges, nos quedamos con el simulacro del arquetipo. Y en la medida que sea parte estructural y objeto politizado, seguirá siendo reivindicada a nivel discursivo como aquello “sagrado”. Es una tergiversación de una medida bien tomada en los países en los que nació orgánicamente.

Un buen político ejecuta medidas conociendo su sentido y no trocando su esencia con fundamentos ideológicos. Es aquí en donde haría falta comprender lo que Aristóteles describió por “ser político”. Los políticos, para el filósofo griego, pudieron llevar el conocimiento empírico al grado superior, más allá de la técnica y de lo que atañe a la metafísica. Puesto que los políticos estarían en este grupo, eran tratados como semidioses y estaban en el campo de “lo divino”. Para un argentino, este pensamiento resulta increíble. Me da la impresión, a juzgar por quienes nos gobiernan, que nuestros políticos parecieran remitirse al grado más bajo de lo técnico, diría casi más cercano al primer nivel de conocimiento empírico, meramente instintivo animal. Lejos están de lo sagrado. Y cuanto más lejos estén ellos como seres humanos de lo sagrado, más buscan importar ideas para sacralizarlas en el nivel del discurso.

Para dar otro ejemplo, utilizando la metáfora de la exploración. Conocer este mundo parte de una lógica: no se nace sólo en un país sino en un planeta y tenemos sólo una vida para comprender aquello que somos pero también “aquello” en donde somos. ¿Cómo puedo comprender el uno sin el otro? Cuando uno viaja por placer o se mueve por el mundo con una premisa fija, no absorbe lo que el mundo es. Albert Camus solía decir que viajar nos quita de sí, nos abre a lo desconocido y nos devuelve cambiados.

En este sentido, un explorador no es lo mismo que un viajero. El último ve un mundo desde la ventada del hotel, desde los relatos de los guías, con un plan armado, una fecha y un pasaje de regreso. El primero se mueve con el espíritu de conocer, aunque esto no necesariamente sea algo cómodo, dejándose llevar por el gusto a lo desconocido y resolviendo cada acto orgánicamente. Ese espíritu del explorador es el que logra más conocimiento empírico. Esa apertura es la necesaria para absorber la realidad tal cual es. Este gobierno se desenvuelve como un viajero con un plan fijo, y en su selección previa se le escapa la realidad tal cual es.

(*) Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Doctora en Filosofía (Universidad Autónoma de Madrid).

Hacen falta mentes nuevas, abiertas y con el conocimiento empírico de las medidas políticas que son sacadas de ejemplos meramente teóricos.