Una lámpara que no se apaga

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La autora se encontró en Venecia con tres generaciones de parientes: todos reflejaban partes de su historia familiar develada un siglo más tarde.

Las historias de inmigrantes tienen algo de magia y misterio... En ésta, Venecia se ve atravesada por una aventura por reencontrar las raíces casi un siglo después.

 

TEXTOS. FLAVIA TOMAELLO.

Giácomo tenía una rara lucidez. Osco, parco, reservado, tenía una iluminación particular para los inventos. En la familia de la ciudad industrial de Venecia, Mestre, se sabe poco de su infancia. Eran épocas donde el trabajo era mucho, las familias grandes y, además, las atravesaron dos guerras en medio.

Su historia personal empezó a tener nuevos horizontes a partir de un desengaño profesional. Una propuesta de aplicación de una de sus invenciones fue rechazada por el Marina de Venecia, aunque le birlaron la idea y la concretaron de todos modos. Ese hecho fue el quiebre para la despedida.

Se embarcó en Génova y llegó a Buenos Aires a poco de estrenado el siglo pasado. Como en una clásica historia de inmigrantes en Argentina, conoció a una española, gallega ella. Pasó a llamarse Santiago Bartolo y desposó a María Antonia. En el ‘38 llegó Juan Carlos (“Tito”). El único hijo de la pareja.

Vivieron zozobras varias que aún quedan por reconstruir en la memoria de su entorno. Cierto es que él trabajó en la desaparecida empresa Gas del Estado y ella fue ama de casa y pseudo encargada de la casa chorizo en la que vivieron hasta casi la muerte de ambos.

Cuando Tito promediaba su paso en el servicio militar, se topó por teléfono con su esposa. Cinco años más tarde se casaban, un año después tenían a su única hija.

Santiago había dado con el secreto que aún conserva encendida a la Lámpara Votiva de la Catedral de Buenos Aires, la misma de la que salió el hoy Papa Francisco.

Ya retirado esbozaba una renguera persistente. Había perdido casi todos sus dientes y se alimentaba a sopa. Un deterioro triste, no acorde al lugar social de modesta clase media a la que había llegado con el esfuerzo del trabajo. Su nieta tenía 5 años cuando falleció. Juan Carlos y Antonia tomaron la posta de escribir a la “tía María”, la hermana de Santiago que había quedado en Venecia penando por la partida del “pequeño” de la familia. El único que emigró.

Pasarían 7 años de cartas navegando por el Atlántico, ida y vuelta, hasta la muerte de Juan Carlos a los 40 años de un infarto, una mañana de junio, curiosamente muy soleada, aunque fría.

Por ese entonces, María Antonia había quedado doblemente sola: marido e hijo. Su nuera no era de lo más normal. Más allá de las habituales bromas en torno a los vínculos entre suegra y nuera, ésta era una relación de la que huir. En medio de diferentes crisis familiares, fue Miriam, la esposa de Juan Carlos, quien tomará la posta de la correspondencia. Dejó de ser sustancial. Los parientes de Venecia se encontraban con cartas que no contaban nada. Textos casi copiados sistemáticamente...

UN CAMINO QUE PARECÍA SÓLO DE PARTIDA

La vida de esa nieta heredera de la sangre del Véneto no era fácil con una madre que sería diagnosticada 30 años después como esquizofrénica. Más de una década después de muerto, Juan Carlos decidió partir para no volver en una década.

Reconstruirse no fue fácil. Para ella se había repetido el viaje emigratorio aunque dentro del mismo país. La vida la atravesó con diferentes experiencias, incluso un primer viaje a Venecia, a oler las raíces sin poder dar con ellas.

Todo cambió en el año 2008, luego de infructuosos esfuerzos por reencontrar sus raíces, llegó un mail imprevisto... un tal Guido con el mismo apellido que ella la contactaba desde Venecia. Especializado en el estudio genealógico de la familia andaba rastreando un dato de un descendiente en Argentina que se le perdía en Brasil o Argentina. Y allí estaba ella: era el eslabón perdido.

Esa nieta de Giácomo/Santiago, partió a Venecia al año siguiente a conocer a Guido (de quién aún hoy no sabe qué lazo la une, aunque sabe que lo hay). La paseó por los caminos de la familia que se remontan al Concilio de Trento. No tenía la dirección de sus verdaderos parientes y no fue posible localizarlos.

Aun así, ver en Guido los rasgos de Santiago fue conmovedor. Ese hilo delgado se mantuvo a la distancia. Esa nieta y Guido (de unos 60 años) encontraron quien atendiera respectivamente sus inquietudes.

Los años siguieron su curso y, finalmente, llegó la hora de desarmar la casa paterna. Allí, finalmente la historia encontraría a la protagonista. En la tarea se topó con las fotografías de su infancia, las escasas de sus abuelos, las de desconocidos y, también, con las amarillentas cartas de la tía María. Guardadas casi sin haberse leído.

Más emocionante fue leer el remitente que las páginas escritas en un cuasi papel de calcar... Ese mismo día, de regreso a su casa, escribió un mail a Guido contándole la buena nueva: ahora tenía un timbre a dónde ir a tocar. Nunca se imaginó que él no podía no inquietarse. El mestrino no demoró ni 12 horas en hacer un hecho la visita. Allá fue a Vía Hermada promediando el día. Temeroso pronunció el nombre de María y relató a quien lo atendió la historia suscintamente. La reja -cerrada hasta entonces- se abrió de pronto. Roberto, el hijo de María, se abalanzó en un abrazo sobre Guido. El reencuentro empezaba a producirse.

La hermana de Giácomo había muerto un par de años antes. La familia de ella (sus hijos Roberto y Franca) seguían viviendo en la misma casa que se fue dividiendo para alojar a los herederos. Cada uno de ellos, casados con dos hijos cada uno, guardaban vivo el recuerdo del tío que había partido a Argentina hacía tantos años.

María mimó a sus cuatro nietos toda su infancia y se cansó de decirles a Michella, Roberta, Miriam y Loris que buscaran a su familia del otro lado del océano. Tenían que encontrar a esa nieta extraviada en el fin del mundo. Los cuatro estaban hartos de escuchar la letanía de la abuela. Sin embargo, cuando finalmente la aparición del contacto se produjo hubo un escozor de los genes.

Guido tomó las cartas prestadas y algunas de las fotos. Las escaneó y volvió a escribir un mail esa misma noche. La nieta encontró en su correo una serie de fotografías: su cumpleaños de 4, el casamiento de sus padres, su bautismo, una foto con su papá y una carta que él había enviado hacía más de 30 años... Las mismas que acababa de recuperar en la casa paterna, ahora llegaban por mail desde Italia. ¡Qué shock! De pronto allá lejos sí había una familia.

EL CAMINO TIENE RETORNO

Fue hora de programar un nuevo viaje, esta vez para conocerlos. Esa nieta reconstruía el puente de regreso un siglo más tarde. Volviendo sobre los pasos de Giácomo, llegó a la mítica casa de Vía Hermada en compañía de Guido. No más llegando a la esquina, Roberto ya había salido a la puerta. Tan duro veneciano como su tío, atinó a abrazar a la descendiente argentina. Lloraron los dos, apretados por la historia.

En esa casa estaban todos... Tres generaciones de parientes, todos reflejando partes de la historia. La nariz de Santiago y de Juan Carlos presente en Roberto. La fuerza femenina típica de las mujeres a cargo de la familia en Roby y Miriam, hijas de Roberto y Franca, respectivamente. La frescura de Matilde que -siendo bebé- tenía la misma edad del niño de esa nieta redescubierta. Una casa donde se compartieron recetas y anécdotas como si fuera otro más de un domingo cualquiera.

Ahora la familia de esa nieta sin parientes en Argentina tenía más de una docena de miembros. Una noche de intensidad inusitada transcurriría ese día: fotografías, historias, ponerse al día velozmente, conocerlos a todos (¡y acordarse de los nombres!) y recibir una herencia invaluable: María había tejido un crochet antes de morir. Envuelto con sus propias manos llegó a la destinataria guardado por Vanda, nuera de María.

La mesa se llenó de manjares en dos minutos... hubo té, y cena y sobremesa hasta la madrugada... Café ristretto (¡por supuesto!) y lemonccello hecho en casa, la misma receta que ahora se produce en Argentina.

Había allí una familia que había esperado a esa nieta por décadas y nunca habían perdido las esperanzas de topársela. La nieta argentina, en tanto, tenía tantas historias por cerrar en su ajetreada vida, que pensar en el reencuentro era un ítem en la última fila de la lista hasta entonces. Todo empezó a acomodarse como cuando con el correr del carro se ubica la carga. Terminada aquella jornada, durante el regreso en vaporetto fecundó una idea: casarse con su pareja de hacía 19 años en la misma iglesia donde había bautizado como Giácomo a su abuelo.

Un año más tarde, luego de miles de trámites y discusiones de Roberto en la iglesia de San Lorenzo de Mestre, finalmente la ceremonia tuvo lugar con una iglesia llena de parientes conocidos y desconocidos... amigos de Guido que llegaron a ver a la “pariente escritora de Argentina”.

Otra jornada inesperada: la parentela completa en un taxi acuático yendo sobre las tranquilas aguas del Gran Canal a hacer la fiesta en una calle del Rialto. El reencuentro se repite hoy cada año con alguna buena excusa: conocer al nuevo descendiente, hacer una muestra de fotos o presentar un libro. Esa hija de Giácomo encuentra excusas anuales para hacer de su visita un festejo... aunque no pueda aún llegar a Venecia sin verse atravesada por el llanto que le despierta ese olor a familia y la cadencia de los canales.

Esa lámpara de la Catedral de Buenos Aires se convirtió en un símbolo: Santiago sembró en su descendencia la capacidad de no perder la llama, aunque la atraviese la tormenta.

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La autora

Flavia Tomaello (flaviatomaello.tumblr.com, www.pinterest.com/flaviatomaello) es fotógrafa, ensayista y escritora. Ha publicado cerca de 40 obras. Escribe para niños y adultos. Como periodista ha trabajado en casi una centena de medios de uno y otro lado del océano.

Hace más de una década publica sus fotografías y ha hecho muestras en Argentina y en el exterior. Prepara cuatro nuevas muestras aquí y una simultánea en Europa. Es contadora y ha cursado la carrera de Comunicación Social, ambas en la Universidad de Buenos Aires.

Dirige su propia consultora de comunicación y ha ejercido la docencia en el nivel medio y universitario. Desarrolla un blog de temática femenina: lacitodeamor.tumblr.com; y otro infantil elpeluchonline.tumblr.com. Lidera y colabora en diversos proyectos alternativos como Amigos de Poveglia para todos (recuperación de una isla en la laguna de Venecia), Booktubers Nichia (canal de crítica literaria adolescente) o Mwen valiz aysyen (a beneficio de los niños de Haití).

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Mi abuelo poco tiempo antes de morir en el año 1975.

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Mis abuelos a poco de casarse en la casa donde vivieron siempre y nació mi papá.