La mística de Rita de Casia

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Estatua de Santa Rita de Casia, en la parroquia santafesina que lleva su nombre. Foto: Archivo El Litoral

 

Por María Teresa Rearte

La comunidad cristiana tiene en Santa Rita de Casia a la primera mujer en ser canonizada en los comienzos del jubileo del siglo XX. León XIII comprendió que esta frágil mujer, pequeña de estatura, había agradado tanto a Cristo en los distintos momentos de su vida, que quiso proclamar su santidad. La de una persona en la que brilla de modo sobresaliente su fidelidad al Amor crucificado.

En la lectura de las vicisitudes de la historia humana podemos ver cómo se destaca el itinerario de Rita de Casia, en el que se articulan los diversos estados de su vida, que se muestran en cronológica sucesión. Y en la que se destacan las distintas etapas del desarrollo de su vida de unión con Dios. De modo que al captar su vida con una mirada de síntesis, se puede afirmar que indudablemente- ella transitó un camino de permanente ascenso.

Toda su vida se caracteriza por la “normalidad”. Por la cotidiana ofrenda de sí al Amor de Dios. Tanto desde su condición de esposa, a la que la habían destinado sus padres, y como madre. Luego como viuda. Y finalmente como monja agustiniana.

¿Dónde está la heroicidad de su vida? ¿De su virtud? ¿Dónde su santidad? Por cierto que no en el sometimiento ni en la pasividad. Sino en la vivencia de su condición de esposa, que fue decisiva para transformar las costumbres de su marido. Su santidad también se consolidó con el nacimiento de sus hijos, por los que, después del asesinato de su marido, tanto temió que alentaran el deseo de la venganza contra los asesinos de su padre. Más tarde, ya viuda y privada de sus hijos por la muerte de éstos, decidió entregarse totalmente a Dios, abrazando el que había sido su ideal vocacional desde joven, como mujer consagrada al Señor en el monasterio de Sta. María Magdalena. Donde tampoco le faltaron los sufrimientos y las pruebas.

Desconocida para los ojos del mundo, allí vivió dedicada a la penitencia y la oración. Aquellos años de contemplación culminaron con la llaga que, dolorosamente, se le imprimió en la frente. El signo de la espina fue como el sello de su participación en la Pasión de Cristo. Juan Pablo II decía que “es aquí donde es necesario reconocer el vértice de su mística, aquí la profundidad de un sufrimiento... Y aquí todavía se descubre un significativo punto de contacto entre los dos hijos de la Umbría, Rita y Francisco. En realidad, lo que fueron los estigmas para el Poverello, lo fue la espina para Rita. Esto es, un signo, aquéllos y ésta, de directa asociación con la Pasión redentora de Cristo”.

Hija espiritual de San Agustín, sin haberlo leído en los libros, Rita de Casia puso en práctica sus enseñanzas para las mujeres consagradas, de “seguir al Cordero dondequiera que vaya.”

Deseo que, de algún modo, y en el espacio de que dispongo para escribir, esta nota contribuya a liberar la memoria de la santa de esa falsa imagen de pasiva resignación con la que a veces se la ha presentado. También para apartar de su memoria la idea de una espiritualidad nacida de la debilidad femenina, otro equívoco que se suma al anterior. Por el contrario, el misticismo de Rita se inscribe en el mismo ideal expresado por San Pablo: “Llevo en mi cuerpo los estigmas del Señor Jesús.” (Gál 6, 17) Y también, “... completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Es necesario, bueno y saludable, dejar que este fervor que nutrió la espiritualidad de la santa se expanda en la comunidad cristiana. Y la fortalezca.

Santa Rita de Casia pudo ser, sucesivamente, “la mujer fuerte” (Prov 31, 10 ss) y la “virgen prudente” (Mt 25, 1 ss), de las que nos habla la Escritura. Un filón de gracia, ciertamente, que se manifestó en el perdón y el sufrimiento con la fuerza del amor que lleva hacia Cristo.