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¿Quién pagará los platos rotos?

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Por César Celis

Crecido durante uno de los períodos económicos más auspiciosos de nuestra historia, el kirchnerismo no ofrece un buen panorama y no deja una fecunda herencia. Diego Cabot y Francisco Olivera se dedican a realizar una memoria y balance del Estado kirchnerista para terminar preguntándose: ¿quién pagará los platos rotos?

Los autores de Los platos rotos recuerdan algunos de esos hitos que el “modelo” ensalza y analizan sus catastróficos resultados, desde “Fútbol para todos” a la sobredimensión inaudita del Estado (caro, ineficiente y corrupto”) con su “máquina de emplear”.

“Desde el 25 de mayo de 2003 hasta diciembre de 2014 empezaron a cobrar un sueldo del Estado casi un millón y medio de personas; 346 nuevos empleados públicos por día”. En el fenómeno, como se sabe, la gente de La Cámpora tiene un rol especial: “La bolsa de trabajo más importante y exitosa de la Argentina tiene hoy un administrador relevante: La Cámpora. Salvo algunos reductos de poder en los que la agrupación no ha penetrado, la mayoría de los puestos que se entregan son digitados por esa corriente”. Se transcriben las declaraciones de un empleado de larga trayectoria en el Ministerio de Economía: “Todos los días entra gente nueva. Llegan con unas ínfulas importantes porque todos vienen recomendados por algún militante con peso dentro de alguna repartición cercana. Se podría decir que el común denominador es que están profundamente consustanciados con el gobierno y con esta manera de hacer política. Hace veinte años que trabajo en el Estado, pero jamás vi algo como lo que se ve ahora”.

Con respecto a esta colonización por parte de los militantes kirchneristas de la burocracia estatal se cita el caso especial del Anses, preciada presa desde los tiempos en que estaba al frente de ella Amado Boudou, debido a su autonomía, al dinero que tiene para “pagar buenos sueldos y, además, una condición que la hace única en el país: tiene penetración territorial. Este es el gran signo distintivo que la hace muy atractiva para La Cámpora”. Después, por supuesto, está el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos; la Comisión Nacional de Comunicaciones; el Pami; la Kolina, etcétera, etcétera. Como corolario lógico a tal desmesura es el aumento impositivo que soporta el ciudadano común en la Argentina actual. “Un informe de la Fundación Mediterránea revela que de los 42 millones de habitantes que tiene la Argentina, la población económicamente activa es de 11 millones. De ese universo sólo hay 7,1 millones en la actividad formal privada”. Compárense esas cifras con la de Chile, por ejemplo: para una población de 17.3 millones de habitantes hay 6,5 millones que están empleados en el mercado formal y productivo, lo que da una relación de 37,5%. En Australia: 41,9%. En la Argentina: 18,3%. Ahí están los esclavos del Estado.

Un capítulo especial se dedica a la corrupción, y en particular a la política y negocios sucios en el mundo del transporte.

Otros aspectos que Cabot y Olivera toman en cuenta para realizar el balance de esta década perdida son: la crisis del campo (con las célebres jugadas de Moreno que, entre otros tantos efectos “cambió para siempre el mapa del consumo de carne. Porque no sólo disminuyó la oferta, sino que se encarecieron los precios y el consumo por habitante”); los desajustes y errores en el sector energético y el botín de la obra pública (el kirchnerismo, entre otras muchas cosas, anotan los autores, pasará a la historia “por su capacidad para esmerarse en anuncios que no pasarán nunca de ser eso, anuncios”, y citan el soterramiento del Sarmiento, el tren de alta velocidad Buenos Aires-Rosario-Córdoba; las varias represas, etcétera).

¿Y quién, entonces, pagará los platos rotos? Ya no hay mucho para esquilmar a los esclavos del Estado. “Desandar este camino le llevará al país varias generaciones. El modelo confeccionado tiene asimetrías estructurales cuya normalización será costosa y le requerirá respaldos masivos a cualquier gobierno. Publicó Sudamericana.