OCIO TRABAJADO

Una camisa para el animal político

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Estanislao Giménez Corte

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“De perto, ninguém é normal”

(“De cerca, nadie es normal”)

Caetano Veloso, “Vaca Profana”, 1986

I.

Algunos días, para mi completa angustia sobre las cuestiones muy menores, tengo que manejar bastante por la ciudad: ir de un barrio al otro, de norte a sur; internarme en el tormento del centro y en ese otro infierno, el de la búsqueda de estacionamiento. Las pequeñas pesadillas urbanas. En uno de esos días quiero detenerme. Fue hace poco. Regresé a mi casa cansado y tuve un sueño bastante perturbador. Primero, en el sueño, aparecieron todas las palabras convencionales imaginables, organizadas, dichas con voz impostada y lejana: una especie de discurso organizado, mecánico y frío. Todos los lugares comunes, clicés, estereotipos, reduccionismos y obviedades juntas. Un festival para un analista. Lo siguieron, en mi sueño, estudiados ademanes, la colocación de las manos de esta forma y/o saludos al aire, todo de forma bastante aparatosa, como en el desempeño de un autor bastante limitado. Yo veía, mientras dormía, esas formas cuasi humanoides, pero no podía ver sus rostros, difuminados como en la vista de un miope. Sé que eran hombres. Sé que eran cuatro o cinco, o seis. Todo era bastante confuso y poco definido en mi descanso; todo, menos una cosa, que advertí en seguida y que me persigue como obsesión: sus camisas. Los gestos -un índice señalando algo- y las palabras -parecidas como hamburguesas de salen de la factoría- dirigían el foco de atención hacia un epicentro inesperado, que no estaba en sus rostros sino en planchadas, perfumadas, ¡idénticas! y ¡multiplicadas! camisas celestes y blancas. Los discursos y los gestos, claro, me hicieron pensar inmediatamente en los modos del discurso político, pero esa irrupción de la prenda como marca, como énfasis, como símbolo, como igualación, como desaparición de matices; pero esa formación de camisas, símil equivocado de los usos de la indumentaria deportiva ¿a qué se debe? me pregunto todavía hoy.

Algo más entendí al otro día: la jornada anterior, en mi recorrido, estuve expuesto a los carteles de campaña política durante todo el día. En mi sueño no recordaba un sólo nombre, partido, ni propuesta. Sólo podía ver camisas. El inconsciente, la salvaje región del sueño, sólo rescató ese uso insólito, curioso, y más aún, reiterado desde todos los partidos, de camisas sospechosas y perturbadoramente semejantes. Si cayéramos en el tono académico, diríamos que se trata del uso de la camisa como instrumento semiológico, como significante, como elemento pregnante y así. Nunca antes había notado esta profusión de camisas en todos los partidos en competencia; tal similitud de colores, tonos y usos entre los diferentes partidos; tal papel de igualación, equiparación y borramiento de diferencias. La camisa, me pregunto, ¿sugerirá “trabajo”, aludirá a la “igualdad”, representará “poco formalismo”?

II.

En una de las conversaciones de la tarde, a propósito de mi comentario sobre las camisas, un compañero de cuyo nombre no quiero acordarme agregó otra cosa interesante: el gesto de los candidatos fotografiados. Dijo algo así: hay personas que pueden sonreír de maneras naturales y otras... Otras no, claramente. Los primerísimos primeros planos de los enormes carteles, a veces crueles en su descarnada magnitud, se sostienen o se desmadran debido a eso, al gesto. El gesto no depende de la belleza (o de su ausencia) en el candidato. Depende de una otra cosa: de un rostro que dice algo. Sorprende, por ello, que a veces veamos un gesto extraño, una mirada a medio camino, incómoda que, como las camisas, comparten todos los candidatos. Como una media sonrisa que tampoco es una mirada decidida y tampoco es la mirada al infinito de la cartelería de mediados del siglo XX. Piadosamente pensamos en los fotógrafos esforzados y en los candidatos igualmente esforzados pidiéndole a su rostro algo que, una vez más, semiológicamente funcione. Pienso ahora en la foto de Korda sobre el Che. Ese gesto es insuperable ¿no?, pero porque no fue una pose. Aquí tenemos: o una sonrisa exagerada y desencajada; o un rostro como extraviado ante la cámara; o una mirada que no parece firme; o unos dientes demasiado blancos; o un efecto de posproducción que alisa la piel de forma inconveniente. La pose, entonces, conspira. Y todo lo demás genera, involuntariamente, un efecto de extrañamiento.

III

Así las cosas, en fila y de frente, pertrechados en la susodicha indumentaria, los candidatos vienen hacia los ciudadanos como en un scrum erguido, sonriente (la mandíbula fija y tensa) y un poco atemorizante. Quizás no me enteré, perdido en mis mínimas tribulaciones, de que éste es, ni más ni menos, el uniforme actual del animal político, raza y especie de grandes prohombres y de advenedizos e improvisados, cuyas ostensibles diferencias me niego a borrar por más equiparación de cuellos, botones y mangas que vea en todos lados.