Espacio para el psicoanálisis

Amor y deseo (en las neurosis)

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“La modiste coquine”, de Jean Clemmer.

 

Por Luciano Lutereau

La división subjetiva entre amor y deseo no es algo privativo de las neurosis, aunque en estas últimas me refiero a la histeria y la obsesión hay dos usos diferentes de este conflicto psíquico.

En el caso del obsesivo es corriente que sobre el amor recaiga la indeterminación del saber. De este aspecto echa mano el síntoma fundamental de la duda: “No sé si estoy enamorado”; o bien, si recuerdo la situación de cierto analizante, podría mencionarse la circunstancia en que ante la pregunta de su pareja (acerca de si la amaba), la respuesta fue: “Creo que sí”. Mientras que frente al amor el obsesivo no se determina, respecto del deseo su posición se localiza con mayor simpleza.

El obsesivo suele estar tan seguro de lo que desea que, por eso mismo, lo esconde, lo disfraza, lo escamotea o, para usar una expresión de Lacan en La dirección de la cura y los principios de su poder: lo contrabandea. Es el caso de un analizante que luego de disponer del tiempo de la sesión para discurrir en torno a los más variados matices que tenía el curso académico en que se había inscripto, recién al final, antes de despedirnos, hizo una ligera alusión a una muchacha que había conocido en los primeros días de clase.

Ahora bien, en el caso de la histeria la división toma otra forma. Mientras que, por lo general, para el obsesivo la división entre amor y deseo suele plantearse de manera excluyente (amo pero no deseo, o bien deseo a quien no amo), en el sujeto histérico ambos modos de relación con el Otro se recubren. Podría decirse que donde la obsesión propone la estructura de la reunión (“alienación”, tal como Lacan la llama en el seminario 11) para el histérico se trata de la intersección (o “separación”, como segunda operación de constitución del sujeto). Donde el obsesivo se indetermina, el histérico hace valer su ser de deseo... aunque de forma igualmente sintomática.

Es conocida la respuesta típica del histérico ante el deseo del Otro: la defensa ante la posición de objeto. Recuerdo el caso de una analizante a la que, en cierta ocasión, luego de que dijera que el hombre con el comenzaba a verse “nada más” quería acostarse ella, le sugerí que “también podría decirse que nada menos”; o bien, la situación de esa otra analizante que se preguntaba si el hombre la quería a ella o a su cuerpo, en la que no pude dejar de pedirle que especificara la diferencia entre ambas instancias. “No vamos a arruinar este momento con una demostración de la existencia del alma”, le propuse al saludarnos.

Sin embargo, por conocida que sea la posición defensiva de la histeria, no es tan evidente que el drama amoroso sea la vía con que se recubre la presencia inquietante ante el deseo. Es en la histeria que encontramos, con mayor frecuencia, las más diversas fantasías en torno al amor y sus vicisitudes: desde la expectativa de que el Otro sea el “adecuado” (una de cuyas versiones es la del “príncipe azul”) hasta los temores respecto de cuánto podría durar la relación. Porque si en última instancia se va a consentir, más vale que sea con motivos. Dicho de otro modo, en este punto es que se pone en juego el modo en que se espera que alguna garantía sostenga el amor para condescender al deseo.

He aquí el núcleo de lo que Lacan llamaba la “armadura” del amor al padre en la histeria. Por supuesto que no se trata de la figura del padre como tal (“el progenitor”, podríamos decir). Respecto de esta cuestión más vale volver a ser freudianos, ya que es lo que puede advertirse en el primer sueño del caso Dora, que Freud interpreta en términos de un “refugio en el amor al padre” ante la coyuntura del escena en que fuera requerida por el señor K. La versión del padre (la père-version) de la histeria consiste en hacer del amor el lugar desde el cual denunciar la seducción del Otro.

De este modo, histeria y obsesión comparten el hecho de ser modos de división entre amor y deseo, pero tratan este conflicto de maneras diferentes, lo cual tiene importantes incidencias en la orientación del tratamiento. Es inútil forzar al obsesivo en la vía del reconocimiento del “ser- para- el- amor”, tanto como lo es apuntar a que la histérica consienta sin más al deseo. De la misma manera que no hay análisis de la obsesión que no atraviese los camuflajes y trampantojos del deseo, ni análisis de la histeria que no deba dedicar un buen tiempo a las versiones y semblantes del amor.