Tribuna política

1.776

En el fútbol, y también en la política, la contienda termina cuando finaliza el partido, no al final del primer tiempo aunque se gane cómodamente.

También en el más popular de los juegos de naipes criollos, el truco, ganar un “chico” no significa tener el “bueno” asegurado.

En una elección, perder por mucho es doloroso pero en cierta medida tranquilizador: hay certeza de que se estuvo muy lejos.

Pero perder por poco es doblemente angustiante y desestructurante, porque comienzan a aflorar los porqués.

Se buscan errores y se comienza a pensar en cuál fue el detalle que produjo la debacle, dónde quedaron esos 1.776 votos, cómo fue que se drenó la “gran” diferencia que había en las Paso.

Qué pasó luego de las Paso que se presumían que eran un “paso”, y sin embargo ese paso no se dio y el resultado fue distinto. Lo que en realidad pasó fue que todo se revirtió. Y lo pasado pisado.

Maldita palabra, sirve para definir un escenario, asegurar lo que viene y finalmente para verificar lo contrario. Trataremos de explicar qué pasó luego de las Paso.

Ocurrió que la ola amarilla pasó.

Esa ola representada por las palabras vacías de los candidatos, por la sonrisa eterna de mujeres bonitas, el sport elegante de hombres que, por modernos, no usan corbata, que se tutean y se llaman por su nombre porque es cool, y además porque todo el mundo sabe de quien se trata.

Pasó esa alegría fingida, la felicidad instantánea prometida a la vuelta de la esquina, los equipos fantasma que llegarían de lejos para caer como paracaidistas para resolver todo en 24, a lo sumo 48 horas.

Pero además aparecía la otra cara de la propuesta sin propuesta. Como la resaca que deja el mar, quedaba la otra cara de la felicidad; me refiero a las acusaciones sin sustento, a las operaciones de prensa, a la mentira.

Mentían sobre bebés que no nacieron, sobre hacer de Rosario y la provincia los sitios más violentos y drogones del país.

Mentían y desmerecían obras emblemáticas que nunca en la historia de una provincia alguien se atrevió a empezar y, menos aún, sin recursos nacionales; mentían sobre la salud pública.

Y aquí quiero hacer un paréntesis: ¿a quién se le puede ocurrir hablar mal del programa de salud de Rosario y la provincia? Pienso que sólo a quienes viven lejos, no leen siquiera los diarios o se creen tan infalibles que pueden decir cualquier cosa y que les creerán.

Es que se puede mentir un poco, una vez, un día y tal vez le crean. Pero cuando la mentira es sistemática y cae como una cascada de mugre sobre el adversario, hasta el más desprevenido empieza a pensar: ¿será para tanto?

Entonces, el desprevenido comienza a reflexionar que no todo está tan mal y que muchas cosas que ve y vive son buenas aunque alguien le diga que no, que ésa no es la realidad. Finalmente caerá en la cuenta de que el “relato” es distinto a la verdad.

Luego, el que en principio pudo ser seducido por el marketing político, comenzó a reflexionar, a desconfiar y a traducir la desconfianza en bronca hacia el agresor y a mirar con ojos renovados al agredido.

¡¡¡Ay muchachos!!! Con pitos y matracas no se gobierna, se puede animar una fiesta, pero cuando se trata de cosas serias hay que ponerse serios y mostrar las cartas y con el cuatro de copas no se debe cantar la falta.

Tampoco se lo hace con lo más oscuro de la política, y hasta el más joven votante alguna vez escuchó hablar del Banco Provincial de Santa Fe, de inundaciones predecibles, de destrucción de las empresas de Aguas y Electricidad, de privatizaciones amañadas, de quita en los haberes de empleados, maestros y jubilados.

Se dieron cuenta de que la violencia y la droga no son privativas de estos pagos, entendieron que se trata de un delito federal, y que por lo tanto la responsabilidad principal es del Estado Nacional. Y que sin embargo había más policías y patrulleros, que se estaba cambiando la Justicia, que no eran lo mismo las responsabilidades de la Policía y la de la Justicia. En una palabra, creo que los santafesinos redescubrieron aceleradamente lo que en una época se llamó instrucción cívica, división de poderes, responsabilidades de gobierno.

Vieron que seguía sin haber corrupción después de 20 años, que no había ricos de la política, que funcionarios y políticos hacen la vida de todos los días, pasean por las calles y los parques y hacen las compras en los almacenes de sus esquinas.

Los de más edad seguramente habrán recordado a la “Doña Rosa” de Neustadt en los 90, y tal vez habrán reparado que ese personaje de entonces tiene encarnadura hoy.

Ahora bien, esta elección nos deja algunas certezas:

- Antonio Bonfatti ha sido el más votado y ampliamente reconocido, como persona y como gestión de gobierno.

- El FPCyS retuvo las tres ciudades más importantes y más de 100 localidades.

- Tiene mayoría en la Cámara de Diputados.

- Miguel Lifschitz debió superar todos los escollos imaginables y es el nuevo gobernador.

¿Y todavía se pretende hacernos creer que el 70 por ciento de la población votó en contra?

Aquí una reflexión: nuestros dos gobiernos anteriores terminaron su mandato con mayor reconocimiento que cuando llegaron; lejos de desgastarse, acrecentaron con su gestión el reconocimiento y el cariño de los santafesinos. Miguel Lifschitz no será la excepción.

Hemos tomado debida nota de lo que pasó en estos 60 días que vivimos en “peligro” (parafraseando el título de una película) y nos queda la enorme tarea de profundizar nuestra ligazón con la sociedad a través de herramientas como el Plan Abre, una maravillosa experiencia colectiva de resolución de necesidades, de diálogo y superación de conflictos. Vamos a continuar con la aplicación del Plan Estratégico Provincial discutido y consensuado en 90 -sí, 90- asambleas ciudadanas en toda la provincia.

Creo que hoy queda más claro que Santa Fe participó de una batalla a la que no había sido invitada, de una batalla lejana movida por intereses extraprovinciales, y que ahora los santafesinos, cuando miren la TV, van a ver de otra manera lo que se les quiere mostrar.

Y finalmente también queda claro que la política y el Estado no son malas palabras; que ni la primera es prebendaria, ni lo segundo una masa amorfa que se fagocita los recursos sin más.

Que se puede administrar con eficacia el agua y la luz; y que los trabajadores del Estado y sus empresas no son zánganos que sólo esperan cobrar su sueldo a fin de mes.

Finalmente me esperanzo, porque creo que en Santa Fe hemos dado una muestra de la mejor democracia, y que quienes se empecinaron en enturbiar y no reconocer la voluntad del pueblo hicieron al revés de lo que dice el refrán que tantas veces le escuché a mi abuelita: “Es mejor ponerse colorado una vez y no verde todos los días”.

Queridos santafesinos, ustedes han hablado y, como siempre, nosotros hemos escuchado.

(*) Ministro de Aguas, Servicios Públicos y Medio Ambiente

Por Antonio Ciancio (*)

Queridos santafesinos, ustedes han hablado y, como siempre, nosotros hemos escuchado.