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La doctora Carolyn Tyler (Jenniffer Beals), eminente cirujana cardiovascular cuyo racionalismo materialista parece irreductible, es la protagonista de la serie “Proof”.

Foto: El Litoral

 

Roberto Maurer

El astrónomo Camilo Flammarión logró armonizar exitosamente la ciencia y su interés en lo sobrenatural y el más allá de la muerte, casi con entusiasmo militante, pero no debe ser un buen ejemplo para la doctora Carolyn Tyler, eminente cirujana cardiovascular cuyo racionalismo materialista parece irreductible, al menos en el capítulo doble con el cual se presentó la serie “Proof” (TNT, domingos a las 21). Recién al final del debut, asoman dudas en esa doctora cuyo brillo profesional y fría eficiencia mezclados con soberbia la convierten en la consideración de los otros en una mujer inhumana. La referencia cercana es Dr. House para este personaje confiado a la magnífica Jenniffer Beals, aquella bailarina y obrera metalúrgica de “Flashdance” (1983), que habría de ser su primer éxito y tal vez el último.

Desde “Ghost” los muertos se sumaron enérgicamente a la ficción pero el género romántico prescinde cómodamente de todo examen científico. El tratamiento de estos misterios en “Proof” es diferente. Con cierto aire de culebrón, es animado por la idea de que existe la vida después de la muerte y que el fenómeno puede ser probado científicamente con más chances que la existencia de los Reyes Magos. A la vez, constituye una serie de hospital o “medical drama”, con mucho quirófano, tripas, sangre, médicos y enfermeras.

LA CURIOSIDAD DE LOS RICOS

Allí también ha ido a parar Matthew Modine, otro actor que conoció tiempos mejores y a quien hoy se lo ve parecido a Francisco de Narváez. Anima al genial bimillonario tech Ivan Turing, muy conocido por sus hazañas deportivas y formación científica, en quien se vio una especie de Steve Jobs, que convoca a nuestra doctora Tyler para proponerle un trato. Turing tiene cáncer y antes de morir quiere una investigación sobre el más allá, la reencarnación y el fenómeno poltergeist a cambio de su herencia, a emplear en misiones médicas en áreas de catástrofe en las cuales la protagonista participa. Naturalmente, choca con el arrogante escepticismo de la doctora Tyler: “Cuando se está muerto, se está muerto. Nada sucede después de que morimos. Se apagaron las luces y no hay nadie en casa”, responde con su habitual brusquedad.

El millonario Turing la eligió por una experiencia extrasensorial que ella vivió atendiendo las víctimas de un tsunami en Japón: se murió ahogada sólo por un rato y en ese estado vio figuras humanas, como sombras, entre las cuales apareció su hijo adolescente ya fallecido. Ella sostiene que fue “una alucinación”.

La protagonista acepta el pacto a regañadientes, utiliza como ayudante a un joven residente negro subsahariano, mientras Ivan Turing le proporciona una secretaria con un doctorado en mecánica cuántica, los equipa con cámaras térmicas, sensores de movimientos y grabadores de psicofonía, y les alcanza fichas de “casos” que el propio millonario ha recopilado.

EL SECRETO DE LA ABUELA

El primer caso es el de una niña que volvió del coma y se puso a dibujar a los parientes muertos que habría conocido en lo que llaman “el otro lugar”. Los intriga el dibujo de un desconocido que, en la pesquisa, resulta ser un amante casual de la abuela, es decir que en “el otro lugar” la nena conoció a su abuelo verdadero, pero sin saber de quién se trataba. O sea que corresponde ser cuidadoso cuando se investigan los fenómenos supranormales, de los que la terca doctora Tyler afirma que son el producto de la “actividad cognitiva cerebral” durante el coma.

Los éxitos profesionales de la doctora Tyler no tienen equivalentes en su vida privada. Después de perder al hijo en un accidente, se separa de su marido, también médico del hospital, cuando lo descubre revolcándose con otra, y además lidia con su hija adolescente, a la cual no entiende, y de quien recibe reproches: “No tienes idea de lo que se siente cuando uno es la hija que no murió”.

CELOSA DESPUÉS DE LA MUERTE

Otro caso —se presume que habrá uno por semana- es el de un piloto cuya esposa murió y que asegura que la ve y lo sigue acompañando a pesar de haber esparcido sus cenizas en un lago. Naturalmente no lo dejan manejar aviones. Pero es feliz y cuenta: “Una mañana me levanté y encontré a Elena en la cocina preparando café”. Pasan cosas inexplicables que revelarían una “presencia”, y en particular cuando la doctora Tyler comienza a sufrir pequeñas agresiones: es la difunta que, celosa, no quiere que se acerquen otras mujeres a su viudo.

El escepticismo de la protagonista apenas tambalea, y sostiene que el fenómeno es provocado por una lesión cerebral del piloto, que puede recrear la imagen del ser querido en la primera etapa del duelo. Lo operan y lo “curan” de sus visiones pero, al final del capítulo, otra vez las luces se prenden y apagan sin explicación ante el desconcierto de la protagonista. ¿La doctora Tyler se seguirá resistiendo a creer en otras vidas, aunque las evidencias resulten algo ramplonas? ¿Existen experiencias inusuales que la ciencia explicará alguna vez? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Messi volverá a jugar en la selección? Hay tantas preguntas...

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