Escolaridad y jóvenes en situación de conflicto penal

Por Osvaldo Agustín Marcón

Cerca del ciento por ciento de los ciudadanos menores de edad que ingresan en situaciones de conflicto penal no superaron el 7º grado del nivel primario de educación. Las historias de estos jóvenes denuncian, como mínimo, dos rasgos a tener en cuenta. Por un lado, se advierte la persistencia con que operó cierta dinámica de deserción del circuito escolar. Por otro lado se observa que, aun ante estos resultados, las políticas pedagógicas no variaron substancialmente. Para debatir la cuestión convendría, en primer lugar, definir si la educación formal ha de ser, realmente, uno de los senderos a priorizar. Y luego, afrontar la discusión con respecto a si “la escuela” sigue siendo el vehículo más apropiado.

En esta problematización está claro que los recursos materiales son condición necesaria pero no suficiente. En tal sentido, cabe discutir diversos axiomas de la cultura escolar vinculados con esa dinámica de expulsión-abandono dado que permanecen incólumes, en gran parte gracias a la “burocratización de la pregunta” (Camilloni). Así, ante las situaciones de conflicto penal casi siempre combinadas con desescolarización, son recurrentes los interrogantes que apuntan, por ejemplo, a la responsabilidad familiar o la ausencia de “sujeto pedagógico”. Pero sucede que esta selección repetitiva de cuestionamientos mantiene intactos muchos otros, vinculados con el formato de los dispositivos curriculares.

Aportar a esta discusión exige una especial disposición a admitir incómodas preguntas como, por caso, aquella que apunta lisa y llanamente a “la escuela”. En tanto institución, se trata de una construcción social típica de un período histórico específico. Ella no existe desde y para siempre. Prueba de ello son las profundas transformaciones observables en muchas escuelas destinadas a otros sectores sociales. Esas mutaciones mantienen correlación con la afirmación de Francesco Tonucci según la cual “la misión de la escuela ya no es enseñar cosas pues esto lo hacen mejor la TV o Internet”. Tengamos también presente que este cuatro situacional no es tan extraño: ni en Grecia ni en los pueblos precolombinos se enseñaba mediante “la escuela” tal como hoy la conocemos. Más aún, hasta la década del 80/90 era impensado sostener un proceso de enseñanza-aprendizaje a través de los campus virtuales, sin embargo éstos ya son parte del escenario. Puede discutirse si ello mejora o empeora la educación pero autoriza a imaginar cambios que no la tengan como un obstáculo petrificado, especialmente teniendo en cuenta las singularidades de los jóvenes en quienes aquí pensamos.

En esa dinámica de expulsión-abandono se advierten distintos nudos problemáticos de los cuales sólo señalaremos algunos que conviene poner en tensión. En primer lugar, pareciera conveniente profundizar las lógicas de singularización educativa garantizando la permanencia de los educandos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Otro nudo emblemático es el referido a la presencialidad obligatoria, muy asociada a la escuela en tanto institución de disciplinamiento moderno. Además, no deberían quedar afuera las discusiones referidas a las representaciones sociales referidas al vínculo docente-discente, profundamente atravesadas por las relaciones de mando-obediencia, y del supuesto según el cual el saber estaría exclusivamente alojado en el enseñante. La significatividad de los contenidos es otra de las claves para que el joven visualice el sentido de la pertenencia educativa. Y sin duda alguna, las estrategias didácticas constituyen una fuente de importantes tensiones a las que podemos inmediatamente acoplar, en este listado de problematizaciones, los procesos de evaluación, las planificaciones y las certificaciones. Dada su enorme capacidad de impacto, deberíamos agregar la reflexión acerca de qué representa la educación para las familias de los jóvenes, entre otras cuestiones a discutir.

Quizás transformar esto posibilite ampliar la capacidad de contención del sistema educativo formal respecto de los ciudadanos referidos pero para que ello suceda debería evitarse, taxativamente, cualquier tendencia a replicar la segmentación en estamentos, promoviendo la permanente integración, inclusive a nivel de prestigios socio-académicos.