Qué me van a hablar de rock

Qué me van a hablar de rock

Carlos de Giorgio, vocalista y músico. Tiene cincuenta y dos años, Arquitecto y astrónomo frustrado. Parece salido de una novela de Art pero, a diferencia de sus personajes, cuenta con distintas virtudes musicales y una notable voz. Repasa con Nosotros su vida ligada fuertemente a la música.

TEXTO E ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS. FOTOS. FLAVIO RAINA.

 

Con su metro noventa y cinco de estatura, Carlos De Giorgio levanta ambos brazos y, con un andar manso y despreocupado, anuncia su llegada a El Litoral. Una remera negra con un autorretrato de John Lennon en líneas blancas brinda una sospecha de que lo suyo es el rock o es, al menos, uno de los géneros que, según sus oyentes, tanto y tan bien aborda este cantante con porte de basquetbolista. El negro es el color que muchos rockeros suelen escoger y, al parecer, Carlos no desafía esa regla.

Saluda afectuosamente y subimos las escaleras comentando acerca de las flamantes instalaciones edilicias del diario. Asiente cuando se le convida con un exquisito capuchino que tomará lentamente a lo largo de la entrevista. Con cierta parsimonia en su dicción afirma haber estado en la antigua casa del vespertino sobre 25 de Mayo y bulevar.

De Giorgio posee el título de arquitecto, pero en lugar de ahondar en su profesión decidió cimentar una carrera dentro del campo musical. Con un padre tano que interpretaba y degustaba canzonettas de su tierra natal, la misma que alguna vez acunó a Tizziano, Fellini o el propio Da Vinci, Carlos creció al calor de un hogar en donde las tradiciones familiares eran tan firmes como el fraseo de Goyeneche, su cantor preferido. Las anécdotas de su vida sobrevuelan en el aire como notas musicales, pero por una cuestión de decoro profesional hay que ordenarlas en el pentagrama del papel. Así es que transitamos por el rock, el tango y quizá un género en sí mismo: el dolor de vivir, de querer y no ser querido, o de la soledad pura y dura. Aunque no habrá confesiones de índole personal, éstas son experiencias que, a su modo de ver, el tango ha elevado a una categoría no sólo de poesía sino de verdad reveladora.

En una ciudad dividida futbolísticamente se reconoce naturalmente “tatengue” y, ya con la entrevista encauzada, contará el vínculo artístico devenido en gusto personal que tuvo con el club de sus amores.

El grabador digital registra, con una fidelidad gélida y práctica, reflexiones de Carlos acerca de que “en el tango no hay campera de cuero, ahí sí que la cosa es heavy, pesada, dura”, se despacha con certeza. Y no hay manera de no dejarse convencer ante tan simple pero efectiva afirmación.

UNO, DOS, TRES, VA

- ¿Cómo te vinculás inicialmente con la música? ¿Fue por una cuestión familiar?

- En principio no fue por mi familia. Aunque mi viejo cantaba bien, en general los tanos son un pueblo cantor, pero él no se dedicó nunca a la música. El único que se dedicó fui yo, recuerdo que iba para la canchita del barrio cantando y para mi era natural.

- ¡Eras Carlitos el cantor! Con ese nombre no es para menos.

- ¡Claro! Para mi, cantar era una cuestión natural... De chico fue así.

- ¿Advertías en tu infancia que ya tenías condiciones?

- No, porque no lo expresaba tanto, ni siquiera en el ámbito escolar. No se usaba tanto en esa época. Sólo una vez actué en la escuela pero, en realidad, ¡me hicieron desfilar de modelo! (sonríe). Y después, en la adolescencia, la típica de aprender a tocar la guitarra, a sacar las primeras canciones.

- ¿Tu familia veía bien esto de querer dedicarte a la música?

- No, no tanto, no le gustaba mucho la idea. Sobre todo porque era la última etapa de la dictadura y a mi vieja no le gustaba la idea. Ella me escondía las letras que yo escribía, eran canciones de protesta. Me decía “escribí canciones de amor”. Descubrí las primeras letras de Dylan (Bob) y de León (Gieco) y las primeras canciones folk. Y lo primero que me pegó de chico fue Creedence y Beatles: escuché “Lowdie” a los 11 años y me voló la cabeza. Y después, ya de grande, comencé a entender los mensajes de las canciones a través de León, de Arco Iris, de Dylan o Crosby Stills and Nash. Mas adelante la cuestión del rock más fuerte o del blues, eso en una etapa de mayor formación.

- En tu etapa adolescente, ¿de qué manera se produce esa formación?

- En la adolescencia empiezo a estudiar canto con un maestro de canto lírico cuyo nombre artístico era Tita Ferri y vivía por acá cerca. No seguí con él porque me quería llevar por el lado del canto lírico que, si bien te potencia el instrumento de la voz, era demasiado rígido para esa etapa de mi vida. Imaginate un pibe a los dieciocho años, más o menos. No obstante, tomé clases con él y me sirvió muchísimo. Luego fui investigando por mi cuenta, leyendo libros. Todo esto fue a comienzos de los años ochenta.

- ¿Imagino que no había, en esos tiempos, una escuela para aprender rock?

- No, por supuesto. Igualmente la técnica de canto es una y después la aplicás a los distintos estilos. Aprendí técnicas de respiración, de colocación del sonido en los resonadores de la cabeza, la proyección. Pero me hacía cantar canciones que no me gustaban, yo quería la guitarrita y “... how many roads must a man walk down...” (interpreta de manera exquisita el comienzo de “Soplando en el viento” de Bob Dylan) y la armónica, claro. Ya en la época de la facultad armé con un amigo el Dúo Mundanal. Fue junto a Juanjo, un muchacho que hoy es arquitecto. Y antes de eso hacía mis canciones y tocaba en bares, pero tocaba solo.

CIMENTANDO UNA CARRERA

- ¿Te dedicaste de lleno a la arquitectura?

- No, nunca ejercí, hice algunas cosas para amigos y parientes pero no más que eso. Si, fue uno de los errores que cometí en mi vida (dice riéndose).

- Bueno, conozco a varias personas que son profesionales y despuntan el vicio tocando un instrumento.

- Si (se toma su tiempo para pensar) yo creo que se puede pero es más complicado, demanda un gran esfuerzo, estudio, dedicación y seriedad.

- ¿Cuándo empezaste a contactarte con músicos para conformar una banda de rock?

- Eso fue con la primera banda que tuve, que fue “Don Andrés puede” en el año 85. Antes fue todo por mi parte. Hacíamos pop duro y hard rock, después vino Beer que fue, junto con La Fulana, la que más huella dejó. Te estoy hablando del año 91. Usábamos chamarras de cuero y la onda era Whitesnake y Van Halen. Y me acuerdo de que grabábamos de la radio esperando que no hablara el locutor. En el 90 hicimos blues con La Fulana y La Juanda donde tocaban Fede Teiler y Maxi Valdeneu, y Seba Casis. Tocábamos en Buenos Aires y acá, de soporte de Pappo. A Black Amaya lo conocí y pegué onda. Pappo llegaba, comía y se iba dormir al hotel, no hablaba con nadie. No porque fuera mal tipo sino que era su forma de ser.

- ¿A quién recordás como un cantante de voz potente? Sacándote a vos, claro.

- Mirá, en Santa Fe hoy por hoy hay excelentes cantantes, antes quizá no tanto. No había vocalistas especializados, estaban el Tavo Angelini y recién empezaba el Negro Gonzales, que era bastante chiquito.

- Ciro Martínez decía que, cuando empezó a cantar, al segundo tema se quedaba sin cuerdas vocales ¿Vos te considerabas con una ventaja respecto de otros por una cierta educación vocal de la cual disponías?

- No sé si ventaja, pero lo que sí se nota es que hoy hay más preparación. Tanto el vocalista como el instrumentista buscan formarse, antes había como una cuestión de talento natural. Ahora, hay interés en aprender piano, por ejemplo, o de estudiar para mejorar desde lo musical. Y antes era más espontánea la cosa, en cierta manera se compartía más y había menos ego. Tenía su sabor eso también. Ahora es más profesional la cosa.

- ¿Y sigue, hoy por hoy, habiendo el duelo estilístico entre el violero estrella y el vocalista?

- ¡Si! (larga una carcajada) siempre, hay que redimir a los bajistas y bateristas. Yo me saco el sombrero porque son la base para que todo suene bien, llevan adelante la banda. Son como los cimientos de una casa, te están sosteniendo todo. Una vez, un trompetista me dijo: “Nosotros nos pasamos ensayando horas, nos rompemos el c... y ustedes después vienen, hacen una caidíta de ojos sobre el escenario y enamoran a la platea femenina” (vuelve a soltar una carcajada).

- ¿Cómo te acercás al género del tango? ¿Fue a través de tu padre?

- No, no, mi papá era tano y le gustaba la música italiana, las canzonettas italianas. A mi el tango me pega por la poesía. Yo empecé a leer las letras de tango y dije ¡guau! No sólo es poesía sino que hay vida. Acá es pesada la cosa, acá no hay campera de cuero. Es pesado por experiencia de vida. Y me gustaron todos los paralelismos que tiene con el blues. Porque son historias de abandono, de dolor, de ausencias y de pobreza.

- ¿En tu repertorio qué letras empezaste a elegir?

- Y... muchas letras. Pero, por ejemplo, vos leés la letra de “Garúa” y en un principio decís ¡que rima facilista! pero luego escuchas “que noche llena de hastío y de frío, el viento trae un extraño lamento” (canta en un tono suave pero seguro ese fragmento). Vos pasás a una segunda instancia y ahí hay más que una rima, es decir te parece una rima fácil pero la letra te está diciendo mucho. Las letras de Homero Manzi y las de Discépolo también son extraordinarias.

- ¿Qué opinión te merece la reflexión de quienes dicen que el Goyeneche de la última etapa es inferior al de la mejor época? Porque, a mi juicio, el tipo dejaba la vida en el escenario pese a casi no tener cuerdas vocales.

- Mirá, yo me quedo con los dos, en su esplendor dibujaba, fraseaba, esperaba y hacía lo que quería. La orquesta tocaba y él se movía como pez en el agua sobre esa orquesta. Y cuando no le quedó garganta ni fuelle resignificó la manera de cantar, es como si hubiese creado un nuevo estilo a partir de sus limitaciones. Pero siguió siendo un grosso porque fue puro fraseo. Y me gusta mucho Alfredo Belusi que, para mi, es el tanguero más blusero que hay, porque tiene garganta de blues. También me gusta Carlos Gardel pero ya él es cantante cantante, no es de los fraseadores.

- ¿Qué letras elegís en tu repertorio?

- Me gustan los tangos más reos, me voy al extremo como “De puro curda”; no es porque sea curda (aclara y sonríe); o los tangos bien melódicos que se puedan cantar bien relajados. Es como en la música, me gusta cantar tanto rock como baladas. Y el interpretar baladas es otro laburo que tengo y lo hago con una compañera, en fiestas.

DE JINGLES Y TALLERES SOLIDARIOS

- ¿Cómo desarrollás la parte docente?

- Doy clases particulares en mi casa y tengo una metodología interesante: los hago cantar y después los grabo para que se escuchen. Eso permite que se oigan y para que vayan activando su propia auto crítica. Además doy clases en La Abadía los miércoles, y brindo talleres gratuitos en casa PARES (esta tarea se realiza en distintos barrios como Los Hornos y Alto Verde). Eso está abierto a la comunidad para aquellas personas que no pueden pagar un Liceo Municipal, por ejemplo.

- Tengo entendido que también te dedicás desde hace años a crear jingles. ¿De qué manera se produjo tu acercamiento a la radio para hacer ese trabajo?

- El Pitufo Musolino vivía a la vuelta de mi casa y tenia el estudio ahí. Nos conocíamos de chiquitos. Y me veía

pinta de rockero, entonces había faltado un cantante y una amiga que era secretaria del estudio me dice: “A ver cantate algo, una canción” y me canté un tema de Jaf. Quedé contratado a partir de ahí y me dijo: “Listo, quedaste, a partir de ahora, cantás jingles”. En un principio cantaba de todo, cumbia, salsa, folclore, rock y blues. Es decir, el jingle me abrió la cabeza a todos los estilos y en mi formación complementaria, porque cada estilo tiene su complejidad. A mis alumnos les digo que tienen que cantar varios estilos porque eso les va a servir. Así fue que canté más de mil jingles.

- ¿Qué significa para vos poder dedicarte a la música, pensarla y vivir de ella?

- Es lindo pero es duro, es todo un desafío. Porque sos tu propio productor y generás tu propio laburo. Sos un emprendedor. Pero me gusta decir que soy un cumplidor de sueños, es decir grabar con mis alumnos y cumplirles el sueño de cantar. Hay gente grande que laburó toda su vida y nunca pudo dedicarse a la música. Me gusta llamarme un cumple sueños. Hay algunos que me dicen: “Siempre quise cantar y recién hoy puedo hacerlo”. Bueno, ese es mi orgullo, cumplirle el sueño a todos mis alumnos. Pero así me fue porque en realidad no me dediqué a lo que realmente me gustaba, la astronomía (luego de hablar, durante casi una hora de música, confesará esta pasión que nada tiene que ver con su medio de vida). Esa es mi verdadera vocación y nunca pude dedicarme a eso. Me fascina mirar por las noches hacia el cielo... Pero soy, ante todo y aunque suene soberbio, un cumplidor de sueños.

- ¿Cual fue tu jingle preferido?

- Y, sin dudas, el que hice para el club de mis amores (Unión). Son los privilegios que tiene este trabajo, cantar la marcha oficial. El otro equipo no tiene marcha oficial (dice con picardía, en clara alusión al conjunto sabalero).

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Carlos creció al calor de un hogar en donde las tradiciones familiares eran tan firmes como el fraseo de Goyeneche, su cantor preferido.

" Pero me gusta decir que soy un cumplidor de sueños, es decir grabar con mis alumnos y cumplirles el sueño de cantar. Hay gente grande que laburó toda su vida y nunca pudo dedicarse a la música. Me gusta llamarme un cumple sueños”.

" Lo primero que me pegó de chico fue Creedence y Beatles: escuché ‘Lowdie’ a los 11 años y me voló la cabeza. Y después, ya de grande, comencé a entender los mensajes de las canciones a través de León, de Arco Iris, de Dylan o Crosby Stills and Nash”.

- ¿Actualmente tenés algún proyecto?

- Sí, estoy encarando un proyecto de investigación musical y buscando que una institución o empresa lo banque. Tiene que ver con la influencia del idioma italiano en el lunfardo y, por consiguiente, en las letras de tango. La intención es hacer un libro y un CD de tango íntegramente en italiano.

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“Hay que redimir a los bajistas y bateristas. Yo me saco el sombrero porque son la base para que todo suene bien, llevan adelante la banda. Son como los cimientos de una casa, te están sosteniendo todo”.

- ¿Y componés vos?

- Si, en general me llaman y compongo o me llaman como cantante. Haber hecho los copetes de todos los relatores de Santa Fe es para mi un orgullo: uno de los más reconocidos es el de Walter Saavedra, el famoso “cantame, cantame, Walter, cantame un gol” (lo interpreta con nostalgia y sonriendo). Ese jingle salió en la sección los insufribles de la revista “Humor” (se entusiasma recordando). También hice el de jugo Baggio (otra vez vuelve a la carga y canta el comienzo) y miles de artísticas para las radios.

+ información

CONTACTO

www.elsonar.com.ar/degiorgio

" Empecé a leer las letras de tango y dije ¡guau! No sólo es poesía sino que hay vida. Acá es pesada la cosa, acá no hay campera de cuero. Es pesado por experiencia de vida”.