En Recanati, recordando a Giacomo Leopardi

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Este es el paisaje que veía el poeta cuando escribió “El Infinito”.

Recordamos al gran poeta porque en junio se cumplió un nuevo aniversario tanto de su nacimiento como de su muerte acaecida en 1837, cuando en su lecho de enfermo terminal y con su último aliento dictó a su amigo Ranieri los versos finales del inolvidable “Il tramonto della luna” (“El ocaso de la luna”).

TEXTO Y FOTOS. GRACIELA DANERI.

Aunque se halle fuera de los convencionales circuitos turísticos y por tanto, desconocida por muchos a pesar de que su belleza plena de sosiego está anidada en los Apeninos, la itálica Recanati, en la Región de Le Marche, no es una ciudad sin historia o sin prestigio. Justamente un 29 de junio de 1798 en ese sitio nació -y describió en sus más famosas obras-, uno de los más ilustres poetas del Romanticismo: Giacomo Leopardi, y también en esa ciudad vio la luz otro de sus hijos dilectos: el tenor Beniamino Gigli.

Además, allí tiene hoy su sede el Centro Internacional de Estudios Leopardianos. Esta institución, creada para dar a conocer en Italia y el mundo el pensamiento y la obra de este enorme vate quizás ignorado por el gran público, como lo es también muchas veces la literatura italiana-, es sede de reuniones de analistas y estudiantes de las obras del poeta y a partir de la cual se han creado cátedras leopardianas en diversas universidades del mundo.

Nacido en el seno de una familia noble, sus progenitores, más preocupados por sus propias contingencias que por su hijo enfermo desde su nacimiento-, signaron su atormentada vida, mas esta desventura, sumada a su propio genio, hizo de él uno de los más grandes poetas de su época.

Este talento lo demostró tempranamente, al componer con sólo 14 años nada menos que dos tragedias, fruto de su prematuro ensimismamiento en la biblioteca familiar, situación que lo llevó a terminar con una desviación de su columna, una muy disminuida capacidad de visión y una salud más que endeble que fue agravando paulatinamente la que traía desde su nacimiento.

Pero tanta adversidad no fue óbice para la luminosidad de su mente y de su espíritu, de su inspiración y de su enjundia (dominaba las letras clásicas y modernas, pues la filología fue una de sus grandes pasiones, así como el estudio de la historia y hasta de la astronomía).

Amores contrariados, no correspondidos, en una época en que la apariencia física contaba más que los contenidos intelectuales o espirituales (no muy distinto de lo que sucede hoy y que se suele repetir a través de los tiempos y las culturas), le inspiraron poesías inolvidables -como “El primer amor” , “A Silvia”, “El pensamiento dominante”, “A sí mismo”- y sus sufrimientos morales por la falta de una libertad tan ansiada como no lograda, sea por mandatos familiares, sea por circunstancias muy personales, le ofrecieron a la gran Literatura “Los recuerdos”, “El canto nocturno de un pastor errante de Asia”, “El gorrión solitario”, “La calma después de la tempestad”...

Para rendir nuestro homenaje a Leopardi fuimos unos años atrás a un sitio llamado Fuorigrotta, en Mergellina (en el sur de la Península, cerca de Nápoles), donde está sepultado al lado de la tumba nada menos que ¡de Virgilio!

LA ETERNIDAD DEL TIEMPO

Ya que su penosa y acongojada vida fue la que improntó fundamentalmente sus obras, es de recordar que perdida la fe religiosa su frecuentación del pensamiento del Iluminismo francés fue determinante en esta reacción-, así como toda esperanza, su acerba filosofía, su indubitable pesimismo lo acerca más al Romanticismo al que él se declaraba ajeno- que al clasicismo, al que supo avecinarse y que también se percibe en algunas composiciones a través de la pureza de la palabra y su amor por la belleza clásica. Pero su manifiesto individualismo, su apego a la naturaleza y su escritura plena de espontaneidad son, sin dudas, de factura romántica.

Su obra poética está recogida en “I Canti” (“Cantos”) -entre los cuales no podemos dejar de señalar “El último canto de Safo”, en el cual exalta a la poetisa de Lesbos- contiene versos sublimes, cuales “El Infinito”, que con su acabada belleza llega a la síntesis entre la eternidad del tiempo y el infinito, y “Los recuerdos”, para mí el más excelso, y que recordó Luchino Visconti -que admiraba mucho a Leopardi- titulando a uno de sus filmes “Vaghe stelle dell’Orsa”, que los argentinos conocimos como “Atavismo impúdico”.

Por su parte, “La calma después de la tempestad” expresa muy bien su romanticismo en sus angustiantes reflexiones, así como “El canto nocturno...”, según uno de sus analistas “ubica en un plano cósmico su propio dolor y pesimismo”, o “El gorrión solitario”, donde expone la añoranza de la ya perdida pero no gozosamente vivida juventud.

Este poeta lírico y erudito filósofo dejó su huella en escritores de renombre como lo son los españoles Rafael Alberti, Luis Cernuda, entre otros, y fue admirado por autores de la talla de Miguel de Unamuno y Menéndez Pelayo.

Sería muy extenso mencionar la vastísima obra literaria de Leopardi, pero no obstante merecen especial atención “Le operette morali” y otro trabajo valioso es “Lo zibaldone” (una serie de críticas y pensamientos variados y desordenados reflejados en una especie de diario íntimo).

Este exiguo repaso de la vida y la obra de Giacomo Leopardi pretendió ser sólo nuestro homenaje a un grande de la Literatura, muchas veces olvidado, para un mes de junio en el que nació y murió.

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Una plaza lleva el nombre de una de sus poesías más famosas.

CULTURA

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vista de los cerros de los alrededores de Recanati.

Los recuerdos

No pensé, bellas luces de la Osa,

aún volver, cual solía, a contemplaros

sobre el jardín paterno centellante,

y hablaros acodado en la ventana

de esta morada en que habité de niño,

y donde vi el final de mi alegría.

¡Cuántas quimeras, cuántas fantasías

creó antaño en mi mente vuestra vista

y los astros vecinos! Por entonces,

taciturno, sentado sobre el césped,

me pasaba gran parte de la noche

mirando el cielo y escuchando el canto

de la rana remota en la campiña.

El infinito

...y como el viento

cuyo susurrar escucho entre las ramas, a este

silencio infinito esta voz

voy comparando, y pienso en lo eterno

y en las muertas estaciones y en la viva presente,

y sus sonidos. Así a través de esta

inmensidad se anega el pensamiento mío,

y naufragar en este mar me es dulce.