Las funciones de la oreja

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¿Sobre qué vas a escribir, Nene?, preguntó Mariana, una de las editoras de la revista Nosotros. Sobre las orejas, contesto sin pensar -como siempre-. Sonamos, me retruca rápido. Escuchame bien, le contesto yo: no hay peor sordo que el que no quiere oír. Ponete a escribir que no oigo el teclado, me espeta. Hablá más fuerte que no te escucho, le recontradigo. Y así estamos.

 

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

¿Para qué sirven las orejas? Aparentemente, sirven para dirigir mejor el sonido hacia nuestro sistema de audición, sirven como toma externa de aire (como los alerones de un auto deportivo), para colgar aros, para que te carguen si las tenés grandes y para otras inefables cosas más.

Las orejas reciben la acusación frívola de estar al pedo en la cara, pabellones o apéndices exteriores que en realidad protegen u optimizan lo que pasa adentro. Toda una divisoria de aguas: como en la política, lo más importante pasa adentro; aunque como en la vida, lo importante pasa afuera. En consecuencia, no sabemos realmente si son importantes o no.

Pero las orejas se las arreglan para tener prensa propia e incluso historia, desde la de Van Gogh hasta la de Beethoven; desde el Petiso Orejudo, pasando por Dumbo y por la de Holyfield famosamente mordida por Tyson.

Las orejas se conectan con el sistema garganta-cuello-oído que funcionan al menos para los médicos en un solo paquete, materia de chotozorrinolarinchingólogos, según la agria definición de mi tío, el deslenguado Puca.

Y también se conectan con lo sexual, según el mismo tío, que sostiene que el principal órgano sexual del hombre es la oreja. Si escuchás a una mujer, te la llevás a la cama, sostiene el tío Puca, que tiene unas orejas respetables e historial de escucha sucesiva y continada como para avalar su temeraria afirmación. De ahí viene la expresión sexual de “parar las orejas”. Con lo difícil que es parar algo en el cuerpo humano.

Desde chiquitos, ya te molestan con las orejas. “No sabe, no sabe, y tiene que aprender/orejas de burro, le vamos a poner”, te cantaban con estentórea crueldad infantil. En la escuela, por ejemplo, te amenazan con ponerte esas famosas orejas de burro si no estudiabas o no aprendías (teniendo el animalito en cuestión tantas cosas grandes, justo van a elegir sus orejas); y, ahora en retroceso, el tirón de orejas era un clásico escolar y familiar. Cariñosamente, cuando cumplís años, te dan tantos tirones de oreja como años celebres, con lo cual tenemos otra función esencial de las orejas: llevan la cuenta de nuestra edad.

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Prestar oreja (prestar atención, escuchar al otro), con las orejas gachas (triste), mojarle la oreja (provocar, dominar), tirón de orejas (reprender) son algunas expresiones que escuchamos (cuec) a menudo relacionadas con el pabellón auricular.

Cuéntese también, entre los aportes importantes de la oreja a la historia del entretenimiento, el difícil arte de “orejear” las cartas, esto es, entrever de a poco lo que uno tiene o ha recibido, como un preanuncio, con suspenso, de lo que vendrá. El truco sin orejeo, casi es un juego ramplón. ¡La argentinidad toda pende de la oreja, canejo! Orejear, por extensión, es anticipar, espiar, pre ver.

Y me voy yendo, silbando bajito (pueden aguzar el oído y escuchar). Pueden, también, ustedes, decirme lo que quieran. Se cae de maduro: voy a hacer oídos sordos.