OCIO TRABAJADO

La calle angosta del diletante

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“Cascada”, obra de Maurits Cornelis Escher ARCHIVO.

 

Estanislao Giménez Corte

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I.

En un brillante capítulo de Los Simpson, un documentalista intelectualoide y malicioso viaja a Springfield a filmar una suerte de reality sobre la escuela. Skinner, obviamente, hace enormes esfuerzos para que el registro tome a Lisa como ejemplo de la educación que allí reciben los niños. Ella, jactanciosa, dice al visitante que le interesa por igual la música, la literatura, la política.... Él, con cinismo, responde: “Ajá: eres una diletante. Te interesas por todo pero no te concentras en nada” (no es literal). Ella, en un segundo, entra en pánico; él tiene razón. Ella sabe un poco de todo y hace de todo un poco pero, justamente, carga con el karma de la dispersión. Lisa, consciente de ello a través de la bofetada retórica que acaban de asestarle, se obliga entonces a buscar un campo de cierta especialización o especificidad para sus saberes y haceres.

Esta escena es una representación posible del áspero vínculo que establecemos todos con la o las vocaciones que sentimos y el modo de llevarlas a la práctica. Pero también nos sugiere su reverso: el grave problema que supone la inexistencia de vocación alguna, o la imposibilidad de realización, o la incapacidad de hallarla (y decirla y decírnosla como grito convencido hacia adentro).

Hay casos resueltos, diríase, casi genéticamente: niños que a los 5 años saben de forma definitiva y perfecta qué quieren y qué van a ser y a hacer (se me ocurren ejemplos de deportistas y músicos). Pero en muchísimos otros casos, sucede lo que Houellebecq relata con descarnada prosa en “Las partículas elementales” (1998): gente que pasados los cuarenta o aún a sus largos treinta todavía no pudieron “entrar en la vida”. Personas que observan el tiempo que viene sobre y por ellos como una amenazadora ola en un día ventoso; personas que sienten que se los lleva el agua en la marea. Es la interrogación existencial en sí misma, porque, como se dice coloquialmente, el tiempo se invierte y comienza a correr en contra (sin que nosotros todavía...).

II.

En términos muy generales, se entiende que una persona es un diletante (“que se deleita”, según la RAE) cuando de manera aficionada se interesa por algún campo del saber (pensemos en artes o ciencias). Pero cierta lectura peyorativa enfatiza que el problema del diletante no es su carácter de aficionado sino su afición -simultánea y despreocupada- por muchas cosas. He aquí el drama: un poco de esto, un poco de aquello, un interés por acá, otro por allí y después la nada misma: la suma no da. Entre unos y otros, entre quienes saben y siempre supieron perfectamente lo que querían para sus vidas -y trabajaron en pos de ello- y quienes no saben qué hacer con su tiempo -y nunca supieron- hay cientos de tonos grises, pero se abre un hueco inmenso. Unos lo saben y lo hacen ¿cómo? Unos lo saben y no lo hacen ¿por qué? Unos nunca lo supieron. Otros quisieron y no pudieron. Hay casos, claro, en que fuerzas externas a la voluntad de una persona conspiran en su contra. Hay quienes hicieron y hacen la búsqueda; pero otros nunca la iniciaron.

Hay una subcategoría, que hace estragos entre los adultos de mediana edad: aquellos que, sin una vocación definida o con una vocación pero imposibilitados de realizarla, pasan de una tarea a la otra, en las antípodas una de la otra, sin nunca hacer pie en ningún lado. Van entonces como nómadas del aparato de producción capitalista, como a saltos, pisando con delicadeza y temor allí donde se encuentra algo de concreto, que apenas flota. Ello se debe, en parte, a las condiciones objetivas de la existencia: muy poca gente puede “vivir” de su vocación, pero otros tantos nunca supieron, porque nunca se lo preguntaron hondamente, y porque nunca trabajaron hondamente para encontrar una respuesta. El mundo como voluntad encuentra muchos reparos, pero a veces las gentes se niegan al ejercicio de poner en funcionamiento su extraordinaria fortaleza. Hay, aún, otras categorías posibles: las personas que tienen buenos trabajos y buenos ingresos pero se sienten como a la intemperie, en tierra yerma, frustrados o condicionados por una suerte de determinismo que los llevó allí (y que no terminan de comprender o asumir).

III.

Son extraordinariamente escasos los ejemplos de personas que logran dibujar y resolver la compleja ecuación: satisfacción y realización personal, ingresos, circulación social de su trabajo, etc. La variable no es la noción de “triunfo o éxito”, esa espantosa herencia de la filmografía norteamericana que divide al mundo entre winners y loosers. El punto nuclear, insisto, es qué hacemos con nuestro tiempo. Para algunas personas, el tránsito de la vida un poco diletante y divertida de la adolescencia se transforma en un problema de la primera juventud: no saben, no pueden, no quieren hacer de eso un oficio o una carrera; no encuentran el foco, un punto en la línea y allí van con el peso del diletante que se pone opaco con el tiempo: o separan brutalmente sus gustos personales del trabajo, o niegan el placer en busca de supuestas seguridades, o se internan en trabajos hostiles para tener tiempo y recursos para hacer una otra tarea. Sucede, claro, que la supervivencia económica es un grave asunto. A todos nos gustan muchas cosas, pero sabemos muy pocas cosas y podemos hacer más o menos bien aún menos cosas. ¿Qué es eso? ¿Te lo has preguntado, lector? Los signos de interrogación nos empujan hacia una calle que se angosta, que se divide, que se interna mucho más allá de nuestra vista, en direcciones opuestas. Al observarla, rígido el cuerpo, el asfalto pareciera temblar un poquito bajo nuestros pies ¿O somos nosotros? Algunos dan el paso tímidamente y van. Otros corren hacia adentro, como poseídos. Otros piensan movimientos de ajedrez en caso de huida. Otros miran desde lejos una esquina que dobla hacia lo oscuro e imaginan qué hubiese pasado si.... La orden cerebral se dispara desde mi cabeza hacia los miembros inferiores. Veo entonces mis mocasines un poco sucios. La pierna derecha va, como a tientas, a posarse sobre el suelo.