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Todo lo que perdimos en la “década ganada”

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Por César Celis

Un pasado de resentimiento nos acostumbró a echarle siempre la culpa a otro. Claro que el kirchnerismo lo llevó al grado más alto de exasperación, contra el radicalismo, el peronismo de los noventa, el peronismo de los setenta -el oficial, digamos-, el neoliberalismo (que en verdad los hizo ricos a ellos mismos), a las dictaduras, a la clase alta, a la clase media, a los productores agropecuarios y a los industriales, sin olvidar a los medios de comunicación a los que no pudieron comprar. Una división de la sociedad, en suma, bajo el amparo de “teorías de filósofos que analizaban desde Inglaterra los devenires políticos de un país que habían abandonado hacía cuarenta años”, como escribe Nicolás Lucca en Lo que el modelo se llevó, que acaba de publicar Sudamericana.

Una característica del fenómeno kirchnerista la constituye, desde luego, el famoso y remanido “relato”, un relato caracterizado por considerar real todo lo que el gobierno diga: “La década kirchnerista ha transcurrido en una permanente independencia entre lo que se dice, lo que se hace y el cómo se hace”.

Lucca dedica un capítulo al flagelo de la política ferroviaria kirchnerista en la capital, con sus fantasías del tren bala, o logros impresentables, con un gobierno que no reacciona “nunca bien frente a una desgracia”. Otro capítulo está dedicado a las relaciones a nivel internacional, y por citar sólo un episodio entre el centenar de cuestiones siniestras o despropositadas, están las reacciones ante el conflicto con los guerrilleros de las Farc en 2008 por parte de la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, “la más querida de Néstor y Cristina”, Hebe de Bonafini: “Estamos con los compañeros de las Farc, estamos con Chávez, estamos con nuestro presidente...”, a la par que Sergio Schoklender “afirmó que en la década del noventa retomaron el camino revolucionario y que en la sede de las Madres tenían un arsenal con ‘armas de todo tipo, pistolas, ametralladoras, granas, plástico, lo que pidas'. Según Schoklender, ‘visto en plena época del menemismo era la única salida lógica: había que generar una resistencia'”.

Con respecto al capítulo dedicado a la economía (los grandes “versos del modelo”), desde luego figuran todos los desaguisados que el gobierno computa como logros: haber crecido a tasas chinas, tener soberanía hidrocarburífera, tener soberanía aeronáutica y eléctrica... y desterrar del billete de cien pesos al genocida Roca, cuando en verdad “Julio Argentino Roca fue el que definió la nacionalidad, el que combatió a la oligarquía porteña -netamente mitrista- por considerarla contraria al concepto de Nación, concibió un Estado moderno, laico, independiente de la Iglesia, políticamente liberal, económicamente desarrollista”. Lucca recuerda además el buen retrato que del “genocida” realiza nada menos que Arturo Jauretche.

El capítulo siguiente se ocupa de una las batallas íntimas más cruentas del kirchnerismo: la entablada con el ámbito Judicial, es decir, haber comprendido que “se pueden comprar jueces, pero no a todos” (lo mismo que en el ámbito artístico e intelectual, donde comprobaron que podían comprar a casi todos, pero no a todos sin excepción).

Pasamos después a “la gran obsesión del kirchnerismo”, la reinvención de la historia, con sus falsedades, ocultamientos y censuras (como la practicada con un nuevo prólogo al “Nunca más”). La reescritura de lo sucedido en los 70, la creación del Instituto Nacional de Revisionismo, los aprietes a quien piensa distinto. Otro capítulo está dedicado a la maravillosa juventud y la militancia, para terminar con uno de los temas más graves de esta década perdida: la derrota cultural.

Como dice Juan José Campanella en el prólogo a este libro, Nicolás Lucca logra reírse y criticar, a pesar de la fuerza con que la década kirchnerista se aplicó en atacar a sus críticos con escraches, burlas y escarnio social.