editorial

  • Acorralado por las movilizaciones, Maduro recurre a la represión, la censura y la movilización de sus fanáticos con fines intimidatorios.

La decadencia del “chavismo”

El régimen de dominación política de Venezuela, conocido como “chavismo”, se debate en una de sus crisis más profundas. En realidad, el régimen nació en el contexto de una crisis y se desarrolló invocando como fórmula de poder la crisis permanente. Sin embargo, en la ocasión, la crisis, por su extensión, se parece más a la decadencia o a la agonía que a la oportunidad o el momento de consolidación del poder.

Los recientes estallidos sociales son un síntoma de la declinación de un régimen que pretendió presentarse como nacional y popular. Esta vez, las manifestaciones no fueron politizadas en el sentido clásico del término, sino reivindicativas: la gente, la pobre gente pedía alimentos básicos, mientras Maduro jugaba al billar o imaginaba que detrás de la gente desesperada estaba la mano de la CIA y el imperialismo.

Nicolás Maduro es la encarnación de la decadencia del régimen chavista. Sin el carisma de su jefe y con limitaciones políticas visibles, el actual presidente de Venezuela atraviesa en estos momentos por los niveles más bajos de popularidad desde que el chavismo llegó al poder. Acorralado por las movilizaciones, Maduro recurre a la represión, la censura y la movilización de sus fanáticos con fines intimidatorios. Cada vez menos popular y cada vez más dictatorial, el chavismo asiste a su propia agonía aunque nadie sabe con certeza quién lo podría suceder.

En el orden interno, el balance de la situación es ruinoso. A los problemas agudos del desabastecimiento se suman índices inflacionarios que colocan a Venezuela como el país con la tasa de inflación más alta del mundo, superior incluso a la de países africanos mucho más pobres que Venezuela.

El otro problema es la inseguridad. Paradójicamente, el régimen que invoca la felicidad y la alegría del pueblo es, en términos reales, uno de los más inseguros del mundo. Las calles de las grandes ciudades de Venezuela son hoy tierra de nadie. Los asaltos contra la propiedad, los crímenes y los ajustes de cuentas están a la orden del día. La tasa de mortalidad por episodios de violencia es la más alta de América Latina, incluso superior a la de Honduras, México y El Salvador.

A los problemas internos, Venezuela suma los internacionales. Lejos ahora de la pretensión de liderar el populismo de América Latina, el régimen se apoya en sus aliados más detestables: la dictadura cubana y los regímenes fundamentalistas islámicos. En la actualidad, el gobierno de Caracas reúne los requisitos básicos del paria internacional. Tres aspectos lo caracterizan: las relaciones con el terrorismo islámico y la pretensión de ser algo así como La Meca del fundamentalismo en América Latina; el segundo punto es el compromiso de un sector importante de los oficiales de las fuerzas armadas con el narcotráfico; el tercer punto es el lavado de dinero, otra de los “habilidades” que han desarrollado en los últimos años los “libertadores” venezolanos.

A ese panorama sombrío hay que sumarle la creciente supresión de las libertades públicas, la detención de los dirigentes opositores y la persecución de la prensa calificada de opositora. Digamos que la decadencia, en este caso, se expresa en términos institucionales a través del pasaje más o menos acelerado de un régimen populista a una dictadura lisa y llana.

La decadencia se expresa en términos institucionales a través del pasaje más o menos acelerado de un régimen populista a una dictadura lisa y llana.