OCIO TRABAJADO

Vanidad y “correr tras el viento”

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Pablo Picasso, “Mujer con los brazos cruzados”. foto: ARCHIVO.

 

Estanislao Giménez Corte

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I.

Como sucede con numerosas expresiones que usamos a diario, o con frases que nebulosamente asociamos a algún recuerdo en nuestra mente, las primeras reflexiones documentadas sobre la vanidad del hombre se encuentran en La Biblia. En “Eclesiastés” (Antiguo Testamento) se lee la máxima: “¡vanidad, pura vanidad, nada más que vanidad!”. Allí también observamos algunos tópicos de nuestro decir “todos los ríos dan al mar (...) no hay nada nuevo bajo el sol (...) que el tiempo pasado fue mejor”-. Pero la clave de esa suerte de hermoso poema narrativo, cuyo narrador es Cohélet, hijo de David, es ésta, según nuestra opinión: “(Dios) puso en el corazón del hombre el sentido del tiempo (...)”; de modo, dice el autor, que de nada sirven “la búsqueda del placer (...) la sabiduría, la ambición (...) el poder político (...) las riquezas”. A cada verso, reiteradamente, con la fuerza de un martillazo sobre el yunque, concluye: “Así observé todas las obras que se hacen bajo el sol y vi que todo es vanidad y correr tras el viento”.

Pero “Vanitas”, el término y la naturaleza de la muestra de dibujos, encuentra aquí un uso ligeramente diferente del que solemos atribuirle en el habla coloquial. No refiere a la soberbia, al orgullo, a la afectación, a la egolatría. Quiere pensar, y dibuja, el vacío, la vacuidad, la insignificancia: lo que es en vano, lo que se hace vanamente. Es una perspectiva, podemos decir, de tipo existencial, en que se basan o sobre la que versan muchas literaturas y muchas filosofías.

Un pensador -Whitehead- dijo alguna vez que “toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica”. Uno podría extrapolar ello y decir que todas las obras artísticas (¿y las científicas?) piensan, refieren, reflexionan, se espantan, se atemorizan, se desesperan, se preguntan, acerca del tema de la muerte.

II

Hay, sobre ello, una conocida referencia histórica: lo que se llamó “Hoguera de las vanidades”. Sucedió en 1497, cuando seguidores del monje Savonarola, en Florencia, quemaron en público objetos que se consideraban pecaminosos y vanidosos (espejos, maquillajes, vestidos, libros inmorales). El escritor norteamericano Tom Wolfe tomó, en 1987, este nombre para escribir uno de sus libros más conocidos: “La hoguera de las vanidades”; allí, se describe a la Nueva York de los ochenta como el lugar de la vanidad y de lo vano.

Michel de Montaigne tiene, como casi sobre todas las cosas, un ensayo sobre el tema que nos ocupa. “De la Vanidad” (1580) expone de manera un poco despreocupada una suerte de reflexión sobre la existencia: habla de los viajes, del sexo, de las mujeres, de los bienes materiales. Pero todo ello desde una suerte de preocupación elemental o nuclear, que es cómo, dónde y de qué forma lo va a sorprender la muerte (y cómo él se prepara). Montaigne escribe sobre su “inhabilidad para toda clase de negocios”; dice que sus “cualidades favoritas (son) la ociosidad y la independencia”; y concluye: “Me conformo con una muerte recogida en sí, quieta y solitaria, toda mía, congruente con mi vida retirada y privada” (...) “la muerte no es cuestión de la sociedad: es el acto de un solo personaje”.

Nietzsche, en “Humano, demasiado humano” (1878), escribe que “la vanidad humana es la cosa más vulnerable y, sin embargo, la más invencible: crece a fuerza de verse herida, y puede terminar por hacerse gigantesca”.

III

El escritor inglés John Berger, que también es pintor y dibujante, ha escrito muchas veces sobre el arte que lo tiene como observador y hacedor. En uno de sus textos, “Dibujo en papel” (1992), cuenta que a los 16 años, en Londres, lo único que quería era dibujar mujeres desnudas; que entonces comenzó a pensar el misterio de la anatomía (y quiso penetrar en él); que la aparición de la figura es mucho más importante que la acción de dibujar. Berger entiende que hay “tres modos distintos en que puede funcionar el dibujo (...) y cada tiempo gramatical pertenece a cada uno: (...) aquellos que estudian e investigan lo visible (Leonardo, por ejemplo, pertenece al tiempo presente), (...) aquellos que consignan y comunican ideas (se lleva al papel lo que está en el ojo de la mente, se pregunta ‘qué pasaría si’, corresponden al tiempo potencial) y aquellos a quienes dicta la memoria” (sacar una imagen de la cabeza y ponerla en el papel). Hay allí una suerte de exorcismo: el dibujo declara “vi esto”.

IV

Las “Vanitas” son símbolos de la fragilidad, de la brevedad, del tiempo, de la muerte: podemos pensarlas como correspondientes a la segunda categoría de Berger. Son trabajos en serie: variaciones y más variaciones de un concepto invariante, que es como trabaja todo autor (obstinada, persistente, obsesivamente). Pero estas “Vanitas” ¿qué dicen? ¿qué nos dicen?. Dicen, sí, que es en vano; dicen vanamente; tienen una mirada a veces triste, o perpleja, o temerosa, desde su forma de espectro o de ánima. Dicen el gesto mudo ante lo que viene, dicen en su expresión ¿qué es lo que viene? o ¿esto es lo que viene? Pero dicen todo ello a través de bellos colores y formas; y trazos esféricos o circulares que nos dejan adivinar una simulación de movimiento, como en la levitación. Las “Vanitas” dicen la conciencia de la finitud pero muestran y gesticulan el mientras tanto.