Un argot creado al margen de la ley

5_MAXRESDEFAULT.JPG

“La muerte del Pibe Oscar”, de Luis C. Villamayor. Introducción, notas y glosario de Oscar Conde. Unipe: Editorial Universitaria. Buenos Aires, 2015.

 

Por Augusto Munaro

No han sido demasiadas las novelas escritas en estilo lunfardesco: El deschave (Cerretani, 1965), El vaciadero (Centeya, 1971) y Jeringa (Montes, 1975), podrían ser algunos de los títulos más destacables. Gracias a esta edición crítica a cargo de Oscar Conde de La muerte del Pibe Cabeza (Villamayor, 1926), se ha podido recuperar no sólo la primera novela del género, sino además, uno de los mayores documentos lingüísticos que ha producido el lunfardo. Un libro que entraña mucho más que la cronología, más o menos lineal, de las hazañas de Oscar Gache, alias el “Pibe Oscar”, célebre integrante de una temible organización delictiva hacia comienzos de 1913; pues la novela, asimismo logra retratar una ética: la visión de los “bajos fondos” de las clases marginales a través de una denuncia a las condiciones carcelarias del momento. La transcribe con el lenguaje colorido y grueso que resulta esa jerga “canera”, empleada originalmente por los ladrones en su “oficio”.

Habiendo aparecido los primeros cinco capítulos, en la revista Sherlock Holmes, como folletín, la historia no apareció compilada en forma de libro sino hasta recién en 1926. Por desgracia, inmediatamente después un fuego en la imprenta destruyó casi la totalidad de la edición, convirtiendo la publicación en un objeto de culto durante décadas. Su autor, Luis Contreras Villamayor (1876-1961), teniente del Cuerpo de Guardiacárceles de la Nación, logró reconstruir con su “Pibe Oscar” (euforias y derrotas incluidas) el destino de una tipología del malviviente porteño: la figura del popular malevo, el hombre provocador, jactancioso y pendenciero del 1900.

A través de pasajes novelescos (romances, persecuciones, infinidad de robos, asesinatos, duelo a cuchillo, con mucho tango de por medio) Villamayor alcanza a rescatar un rico vocabulario, único, sectario del Río de la Plata que tiene como trasfondo el universo de los arrabales que incluía, por entonces, la zona portuaria de la ciudad de Buenos Aires. Y lo activa a través de un complejo entramado de relaciones que se da entre personajes del hampa.

El “Pibe Oscar”, desde niño -en el reformatorio y más tarde en un sinnúmero de instituciones penales- tuvo una experiencia brutal, llena de peligros y privaciones. Una vida de continua y azarosa expansión delictiva. Aprendiendo paso a paso el camino del “lunfardaje”, a los 18 contaba ya con dos homicidios y un espíritu vengativo que no logró saciar jamás, el mismo que lo llevaría a su predecible y dramático fin. Sin embargo está lejos de ser un asesino de sangre fría, pues como se apresura a aclarar Villamayor: “Carecía de la suficiente energía y faltábale carácter para imponerse voluntad y dominio a sí mismo para ser bueno”. (Es lícito indicar que cuando el libro opera como instrumento de adoctrinamiento, la historia, consecuentemente, pierde vigor).

Considerando el plano estructural en que está delineada la obra, los primeros capítulos son superiores, convirtiendo el complemento sobre todo por sus inexplicables repeticiones y frecuentes erratas- casi en borradores de los iniciales. Paradójicamente esas desprolijidades operan como la garantía de su verosimilitud marginal y testimonial. Pues Villamayor no era un escritor profesional, sino un protagonista directo del mundo carcelario que también conoció íntimamente. A más de un siglo de su escritura, hoy la novela se vuelve a presentar, ante todo, como una aventura del lenguaje. Experiencia literaria que no dista en ganar a raíz del efecto producido por los diálogos. Sarcásticos, mordaces: arrancados de la vida del pobre, del lumpen. Allí es donde mejor se visibilizan las mutaciones que progresan desde el habla cocolichesca, hasta locuciones de cuño español y francés, producto de las inmigraciones; mestizándose en ese crisol lexical que constituye una significativa porción del habla popular argentina.

La labor arqueológica del ensayista y escritor Oscar Conde no es menor. Con más de mil doscientas notas a pie, su trabajo de investigación subterránea que sostiene todo el aparato crítico ayuda a contextualizar y volver a dimensionar el valor historiográfico de este libro excepcional en su origen y destino. Poder leer la presente novela ayuda a reparar la cartografía literaria rioplatense de las primeras décadas del siglo pasado, en esa gran Babel que era Buenos Aires. Una publicación que nos lleva a comprender mejor la antropofágica naturaleza de nuestra lengua.