Crímenes literarios

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Por Raúl Fedele

“Irène”, de Pierre Lemaitre. Traducción de Juan Carlos Durán Romero. Alfaguara. Buenos Aires, 2015.

El comandante de la Brigada Criminal parisina Camille Verhoeven es un personaje singular, sea por sus brillantes intuiciones, por su independencia que algunos llaman “rigideces”, por la suerte de contar con una hermosa y dulce esposa embarazada (la Irène del título) y por la sorpresa que produce un funcionario de tamaña especialidad y categoría, debido a sus escaso metro cuarenta y cinco de estatura (producto de una hipotrofia fetal).

Una serie de morbosísimos crímenes colocan a Verhoeven ante una vorágine de conflictos con sus superiores, con un ensañado periodista y con sus colaboradores. Enseguida, el comandante descubre que los crímenes llevan una misma firma y que las extravagantes puestas en escena del asesino son nada menos que homenajes a la novela clásica negra (y a la literatura en general, como señala una nota final en la que Lemaitre advierte que numerosas citas se deslizan en el curso de la novela, de autores que van de Chordelos de Laclos a George Sand, de Homero a Honoré de Balzac).

Haciendo acopio de los juegos de intertextualidades que caracteriza a la literatura de nuestra época, la trama de Irène utiliza a la literatura (a la propia novela policial) como recurso inherente de la trama. A la manera de aquel cuento de Karen Blixen (Isak Dinesen) que Orson Welles llevó al cine en el mediometraje Historia inmortal, donde un millonario se empecina en hacer realidad la leyenda que escuchó alguna vez, el asesino de esta novela de Lemaitre remeda con exactitud los crímenes descriptos en algunas famosas novelas policiales (American Psycho, de Bret Easton Ellis; La dalia negra, de James Ellroy; Laidwlaw, de William McIlvanney; El crimen de Orcival, de Émile Gaboriau, Roseanna, de Sjöwall y Wahlöö).

El propio asesino se confiesa al policía desde su anonimato: “No existe emoción más profunda, todos los auténticos aficionados al arte lo saben, que la transmitida por los artistas. Mi forma de acercarme a ellos, a sus sublimes emociones, es homenajearlos. Sé que lo comprende. Todo fue respetado al milímetro, hasta el más mínimo detalle. Y la escena que descubrió es la recreación exacta del texto original”.

El entramado metaficcional desde luego tendrá su intervención de privilegio en la resolución del enigma, subrayado por el golpe de efecto que supone entender que gran parte de lo que hemos leído no pertenecía al autor omnisciente al que naturalmente habíamos atendido. No en vano, entre tantas novelas y autores citados figuran Agatha Christie y su El asesinato de Roger Ackroyd.

Pierre Lemaitre ostenta un encanto especial ausente en gran parte de los múltiples autores policiales en el candelero. El incentivo a una lectura ágil y de siempre renovados estímulos quizás se deba a su exclusiva ambición literaria, sin los agregados de testimonios sociales, ambientaciones históricas, seudodenuncias y correcciones políticas varias a las que son afectos gran parte de los autores del género hoy promocionados.