La certeza del error

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“Boca de la verdad”, en Roma. Las leyendas cuentan que quien miente pierde la mano al introducirla en el hueco de la boca.

 

Por J. M. Taverna Irigoyen

Nada se afirma tanto como aquello que no se puede sostener. Es una manera de creer más en lo que se duda, aunque seguramente forma de defender lo indefendible. En las áreas del poder, se ve cada vez más este procedimiento logístico que, a más de desconcertar por los métodos que esgrime, constituye una suma de galimatías semánticos y semióticos respecto a esa entidad en estado puro que se llama verdad. ¿Es que ya no sabemos actuar con la verdad? ¿O es más útil y permeable la falacia, el error, la mentira disfrazada, para jugar a entendernos y engañarnos?

La certeza del error está en las primeras planas de nuestra actualidad. No es que se la haya incorporado como un argumento natural, sino más bien que nos hemos habituado a argumentar y a discutir, a platicar y a consensuar con datos y estadísticas contradictorias y no lealmente ciertas. Generalmente a conciencia, jugamos con fichas cambiadas. Y ello, por lógica de procedimientos equívocos, nos confunde, nos divide, nos distancia.

Cuántas veces añoramos el llegar a entendernos sin fricciones. Para avanzar, para afirmar contenidos y proyectos. Forma de unificar e impulsar programáticas de acción, tanto como de convocar y encolumnar. La verdad os hará libres, se dice con razón. Y ello es quizá lo que nos falta y lo que nos retrasa: seguramente sin plena conciencia, tan sólo y duramente por no tener en cuenta la falsa certeza del error.

Las sociedades nuevas crecen sin órdenes determinantes, con destiempos a veces peligrosos y aleatorios. Son épocas de diálogos ríspidos, de confrontaciones y rupturas, que generan la aparición de políticos improvisados, de francotiradores y mesiánicos gobernantes. Sin reconocerlo, se suele edificar sobre arenas movedizas y se pontifica con argumentos equívocos. Nacen así leyes contradictorias que esquivan el espíritu real de la justicia, la convivencia, el bienestar, el desarrollo, la unidad. Mandatos en los que infortunadamente- el fiel de la balanza deja de constituir el parámetro unívoco e irremplazable.

Ya razonaba Aristóteles que la turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos. Pero sin llegar a ello, Proudhon sugería que la demagogia es la hipocresía del progreso. ¿Acaso el pueblo se da cuenta de este proceso y reacciona? Para pensar con palabras de otros pensador, Heine sostiene que el pueblo puede matarnos, pero no puede juzgarnos. Hecho que llama a la duda, aunque esté propuesto sobre bases ciertas.

Verdad es que de la fuerza nace el Derecho, siempre que el sistema dé lugar a esa fuerza. Y así se generan los esquemas de poder en cualquier sitio del orbe. Y las formas de cumplirlos.

Hoy más que nunca, imperan filosofías que admiten más de una verdad. Verdades que juegan según las conveniencias, aunque aparezcan como lógicas. Así, los sistemas se sostienen, se imponen, y aún se aprueban por mayorías compulsadas. En ellas, precisamente, aparecen las apuntadas certezas del error. Que dan una cierta confianza para aprobar. Lamentable compromiso del cual, tantas veces, no hay retorno.

La verdad os hará libres, se dice con razón. Y ello es quizá lo que nos falta y lo que nos retrasa: seguramente sin plena conciencia, tan sólo y duramente por no tener en cuenta la falsa certeza del error.