La rítmica felicidad tayloriana

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Eu Evgueni Zamiatin.

 

Por Augusto Munaro

“Nosotros”, de Evgueni Zamiatin. Traducción: Irina Bogdaschevski. Editorial Miluno. Buenos Aires, 2010.

Escrita en ruso en 1920 pero publicada primeramente en inglés debido a la censura, Nosotros es una de las novelas distópicas más influyentes y decisivas del género de ciencia ficción (o ficción especulativa, según una nominación más literal). Tal distinción engloba el hecho de que libros posteriores como Brave New World (Huxley, 1932), Ravage (Barjavel, 1942), 1984 (Orwell, 1949), Limbo (Wolfe, 1952) y A Clockwork Orange (Burgess, 1962) le sucedieron debiéndole desde el plano metafísico y argumental- mucho más de lo que ciertos sectores de la crítica especializada cree. Pues fue en la narración poética, onírica y a veces filosófica de Evgueni Zamiatin (1884-1937) donde primero se intentó responder y con resultados tan esclarecedores como asombrosos- la siguiente temible pregunta: ¿Qué ocurre si renunciamos a nuestra individualidad por algún sueño colectivo? Plantear semejante reflexión durante la revolución soviética lo convirtió en un disidente. Para la historia de la literatura, en un sátiro, alguien que cultiva el género literario de la indignación. A pesar de su débil línea narrativa por momentos confusa-, lo más legítimo de ese acto es el modo en que construye su estilo, la ironía militante con que Zamiatin escribe el libro.

El mundo tecnocratizado y tecnologizado, en Nosotros está regido por un Estado Único. Sociedad en un futuro cercano donde todos los ciudadanos (o “números”) llevan uniforme. Las casas son transparentes y las calles están sembradas de micrófonos que registran toda conversación posible entre los individuos. Vale aclarar que se trata de un estado deicista donde cualquier originalidad especulativa está proscripta. La gente no sueña, puesto que a la fantasía se la ha extirpado de la psiquis; la subversión de los valores es categórica. Incluso la poesía, nos denuncia Zamiatin, “la poesía ya no es el descarado trino del ruiseñor; la poesía es el servicio estatal, la poesía es la utilidad”. En otras palabras, lo bello es sólo lo que es racional y útil: máquinas, zapatos, fórmulas... Por eso, y en más de una ocasión a través de las páginas de la novela, el ingeniero mecánico Frederick Winslow Taylor -quien eficientizó los tiempos perfectos de ejecución del trabajo- resulta más importante que el mismísimo Kant, adquiriendo verdadero estatuto de profeta. En Nosotros, cada individuo es reducido a ejercer una función para el Estado Único. Un recurso al servicio del sistema uniformizado. Nada está legado a la incertidumbre del azar, sino supervisado a través de extenuantes tabulaciones y tablas de horarios.

Así, todo figura predeciblemente vigilado puesto que la libertad es el control; la victoria de la suma sobre la unidad. Y en ese panorama hiperracionalista, el matemático protagonista de esta historia (y ortodoxo defensor del sistema), D-503, inicia un diario donde pasa en limpio cada detalle de su existencia de autómata, hasta que, para su sorpresa, una serie de observaciones en torno a I-330 (mujer fascinante y fatal) lo llevan a suponer que algo dentro de él se resiste, y comienza a fallar. La enorme fuerza de la lógica no le alcanza para deducir la causa de su malestar. ¿Estará enfermo?, se pregunta una y otra vez. Pero, ¿es posible estarlo existiendo el Estado Único, cuyo deber consiste precisamente en hacerlos siempre eficientes y felices? Es evidente, la certeza de sus angustiosas conjeturas pondrían en duda los cimientos de la sociedad para la que vivió toda su vida: la obediencia incondicional.

Punto de inflexión en la CF, la antisoviética Nosotros resulta un valioso testimonio visionario sobre la opresión y represión de la clase dirigente. Lo fue, además, entre otros motivos de anticipación y profundización de género, por denunciar los execrables regímenes totalitarios liderados por Stalin, Hitler y Mussolini, y por vindicar el valor radical de la libertad individual. Hoy, a comienzos del siglo XXI, las distopías corroboran los despotismos de varias seudodemocracias sudamericanas. El prólogo, inmejorable, está firmado por Pablo Capanna.