Entre olivos, glicinas, limoneros

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“El pino en la playa” (1921), de Carlo Carrà.

 

Por Raúl Fedele

“Que parezcan sirenas”, de Nora Hall. Papeles del Boulevard. Rosario, 2015.

El Mediterráneo con todo su esplendor de sol, mar, colinas, trigales meciéndose al viento. Con todo su pasado mítico, el dios Bes de la alegría, los hombres rana y las mujeres con cola de pescado. Y con todo su presente de miserias y opacidades: un coche fúnebre que pasa por Amalfi frente a los turistas que se refocilan en los bares; una pobre vendedora de abanicos, de lemoncello y de su historia de amor de solterona. El golfo de Salerno, Reggio, Mesina, Venecia... Éste es el ámbito, la realidad que como un río surca las líneas de los poemas de Que parezcan sirenas, el nuevo libro de la poeta rosarina Nora Hall.

Dividido en dos partes, el poemario fluctúa entre lo cotidiano de ese altar pagano, cegador de sol y claros de luna sobre los reflejos y alientos del mar, y una mirada subjetiva que aprehende con ojos bien abiertos un paisaje que se transforma en otra cosa, en conclusiones que a menudo se hunden en claroscuros inquietantes. “... ¿y quién podría llorar / con tanta luz? // yo prefiero París / con aguacero”.

Como ya se ha afirmado a través de su afinación poética (desde Hasta pulverizarse los ojos, de 1990 hasta Manual del agua, de 2007) hay en la voz de Nora Hall un singular encanto persuasivo, extrañamente producto de elementos formales en general discontinuos: un instrumento formal contundente y escueto, despojado se diría, y una paleta de colores y sentimientos que iluminan con sorpresas, ironías e intuiciones esa rígida concentración.

Que parezcan sirenas se presenta en edición bilingüe castellano-italiano, con traducción ajustada a la lengua de Dante por Carlos Italiano.

De “Que parezcan sirenas”

Por Nora Hall

Elecciones

Debe ser horrible

morirse en Amalfi:

te pasean en un coche negro

frente a los turistas que beben

té frío con granita

o cerveza con papas fritas masticadas en

inglés

te llevan con una absurda palma

de flores festivas

entre las cámaras de fotos

que apuntan al duomo

¿y quién podría llorar

con tanta luz?

yo prefiero París

con aguacero

La Sixtina

el pecado original

y su castigo:

mirarás con dolor

de tus piernas, de tu nuca

por tu maltrato

por todos tus pagos

y el favor que te hacen

mirarás con calor

si cada parte de tu cuerpo

es un pecado

que ocultar

un paraíso por perder

una expulsión

Tienda de souvenirs

cada vez que tengo penas

Ella vende abanicos de sándalo

copas para lemoncello con destellos de limón

perfumeros de vidrio

miniaturas

baratijas

voy a la orilla del mar

detrás de la vidriera

el mar

es una mancha aguachenta

una excusa para contar la aventura a los turistas

-una historia de amor de solterona-

a preguntarle a las olas

que ahora se le seca

es miniatura

madera que no aroma

relieve que se va con el agua

tiempo astillado

si han visto a mi amor pasar.

mientras habla de estaciones sin nombre

con andenes interminables

escaleras exageradas

abrazos

Y la turista corre

sujetándose el sombrero enorme

para que el tiempo no se lo arrebate

Fotografía

bastan dos días para que se abra

y se cierre

la flor de un cactus

pasó tantos años preparando

un perfume

-las frutas para la mente

las flores para el corazón

el almizcle para que dure-

un maquillaje maníaco

ricamente enjoyado por el sol que la mata

y vos te preparás para fijarla

para que ella pose

y pase

su último día

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“El faro” (o “La columna”) (1928), de Carlo Carrà.