A UN MES DE SU FALLECIMIENTO

Verónica Bucci: entre ráfagas de luz y de tormenta

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Con auténtica sencillez, la Bucci -como nos gustaba llamarla- creaba instantes poéticos dentro y fuera del escenario.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

 

Roberto Schneider

“Perdón, voy a decir una pavada”, decía la querida Verónica Bucci y su boca de sonrisa grande se abría para expresar la reflexión más profunda, certera, inteligente, brillante. Cuando creía no encontrar la palabra exacta para definir un personaje hacía silencio, dejando en quien con ella dialogaba la sensación de que era necesario seguir hablando, porque esta talentosa mujer que vivió apasionada por su trabajo y sus afectos atesoraba una sabiduría contagiosa.

Con Verónica se aprendía sin que en su humildad adoptara la actitud de la maestra. La divertía escapar del halago empalagoso y emboscar los miedos pensando que eran “formas de la imaginación y no formas de la cobardía que conducen a la parálisis”. Esa estrategia que enfría la mente y permite ver claro la llevaba a rescatar las facetas más vulnerables de los personajes que dibujaba en las puestas en escena. Su trayectoria ha sido poderosa y rica, y pudo finalizarla con la obra de uno de sus más admirados autores, nada menos que William Shakespeare, aunque estaba a punto de comenzar el abordaje de otro grande, el argentino Manuel Puig.

Tal vez quiso en la hondura de sus trabajos —en el despliegue de textos que amaba y en los que hallaba música, su otra gran pasión- renovar el deseo, tan presente siempre, de “oír al otro”, a sus compañeros, antes que a sí misma. Verónica Bucci, ineludible protagonista de la cultura santafesina en los últimos tiempos, murió hace un mes, a los 40 años, en su querida Santa Fe.

Con auténtica sencillez, la Bucci -como nos gustaba llamarla- creaba instantes poéticos dentro y fuera del escenario. Era suficiente mencionar una obra o un autor para que reflexionara con sensibilidad y agudeza sobre situaciones ceñidas al teatro y a la vida. Se la veía dueña de sus fortalezas y debilidades, y así impresionaba a quienes la admirábamos. Claro que sí, nos subyugaba con sus conocimientos y su enorme sensibilidad.

Amaba su trabajo y recibía reconocimientos -no los suficientes-. Crecía su inquietud a la hora de presentarse ante el público. Confesaba sentir la garganta seca, estado que le costaba controlar porque se consideraba insegura, aun cuando en su caso esa sensación de vulnerabilidad significaba ser auténtica, revelando incluso sus debilidades. Disfrutaba al observar que su interlocutor valoraba las anécdotas que introducía en el diálogo. Evaluaba la impresión que causaba su relato y con gesto inocente preguntaba si divertía.

En varias conversaciones le gustaba decirnos que la conmovía mucho “el miedo que implica vivir cada función como un hecho nuevo”. Y era así en esta artista que sostenía “no haber hecho nada bien” en el aprendizaje con “mis grandes maestros”. “Las grandes obras, como las personas, son demasiado complejas para definirlas. Tendemos a clasificar porque tenemos miedo del caos que es la vida”, sostenía con vehemencia.

Mujer solidaria, reaccionaba siempre ante situaciones de ataque a la libertad, y ofrecía su apoyo a causas que consideraba justas. Y por eso también le tocó padecer el ataque que desde las sombras del anonimato ejercieron los imbéciles y cobardes de siempre. Se la veía feliz al descubrir belleza en las frases más sencillas y por haber trabajado grandes textos. Agradecía a la “gente extraordinaria” que conoció y que en su vida —nos decía con franca humildad- “me acompañó con afecto”. Su hijo Juan “es mi mejor obra” nos puntualizó mientras lo amamantaba días antes de morir, acompañada como siempre por Andrés, su amor.

Verónica Bucci formó parte con su enorme talento de diversas ediciones de la Comedia Universitaria de la Universidad Nacional del Litoral. Fue la vestuarista de “El enfermo imaginario”, de Moliere; igual rol y como asistente de dirección se desempeñó en “La muerte de Dantón” y trabajó como asistente de dirección de Edgardo Dib en “Edipo y yo” y en “Ricardo, una farsa” cumplió los roles de dramaturga, junto a Sergio Abbate y Lautaro Ruatta; diseñadora del espacio escénico y asistente de dirección. Dirigió junto a Carlos Falco “Stefano”, de Armando Discépolo y fue asistente de dirección de “El jardín de los cerezos”, junto a Edgardo Dib, rol que también desempeñó en “¿Estás ahí?”, dirigida por Mari Delgado. Con el Equipo Teatro Llanura trabajó como vestuarista en “La chatita empantanada”. Escribimos juntos el “II Inventario del teatro independiente santafesino”, libro editado por Ediciones de la UNL y participó activamente para el logro del primero. Y fue docente en la Escuela Provincial de Teatro de Santa Fe y en muchas más instituciones educativas.

Verónica Bucci acaba de remontar vuelo como jinete de un fogoso caballo dotado de las alas del águila más intrépida, otorgando a su nuevo itinerario todo su esplendor y toda su vida, la misma que escribió entre ráfagas de luz y de tormenta. Llegará al mejor destino, estamos seguros.