OCIO TRABAJADO

Chandler, “inventor” del cine de acción

Chandler, “inventor” del cine de acción

Raymond Chandler (1888-1959)

 

Estanislao Giménez Corte

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I.

Todos nos hemos criado a caballo de (o aplastados por) las producciones del cine y la TV de Hollywood. No cuesta demasiado darse cuenta de que, en ellas, ciertas escenas, personajes, situaciones, frases, gestos, se repiten como un dogma fotocopiado. Los policiales van como a martillazos sobre unos estereotipos ya clásicos. Ahora, todos nos hemos preguntado alguna vez de dónde vienen las cosas. Eso es. ¿De dónde vienen? Alguien las hizo por primera vez (¿quién?). Alguien las inventó (¿cómo?). Legiones de legiones de imitadores, en general más mal que bien, siguen a rastras ese invento (¿por qué?). Este texto propone una hipótesis bastante exagerada pero en nada original (igual, ¿qué nos queda en caso contrario?, temerosas posibilidades y tranquilas preguntas que se responden calmadamente). Nuestra hipótesis es ésta: gran parte del cine de acción fue inventado por un escritor: Raymond Chandler. Nuestro minúsculo aporte es ejemplificar ello por temas y frases.

II.

Todo viene de Chandler: el policía/detective/investigador duro y curtido pero de buenos sentimientos, noble, que juega al ajedrez y es incorruptible. La mujer misteriosa, seductora y bella, pero frágil (“y ella respondió con una tenue sonrisa fugitiva”, escribe nuestro autor). Los maleantes un poco tontos y torpes que responden a un villano poderoso en las sombras; los suburbios que recorre el tal Philip Marlowe; un sistema (jurídico, financiero, opresivo) que conspira y frente al que él se rebela como puede (“... acude gente que hace que uno pierda la esperanza en la capacidad que tiene el dinero para mejorar a una persona”; “la gente con suficiente dinero, señor Marlowe, siempre puede protegerse a sí misma”; “el crimen organizado no es más que el reverso sucio de la fuerza del dólar”); un lugar -Hollywood, la costa oeste de los Estados Unidos- que contiene en sí toda la fascinación pero también todo el horror; una empresa en la quijotescamente se arriesga todo; la presentación de unas ciertas minorías (mexicanos) que en parte representan lo diferente o lo exótico (“no hay nada más duro que un mexicano duro”). Esa estética como de tensión entre el suburbio y el centro, esa forma entre el crimen irresuelto y la anécdota llana, ese tono de suspense permanente, ese modo entre paranoico y conspirativo, fueron inventados -o llevados a la perfección- por Chandler en “El largo adiós”, de 1953.

III.

Se me dirá que muchas de las cosas que vemos en Chandler vienen de antes. De Dashiel Hammet, de Poe, de Conan Doyle, de la literatura policial, negra, del enigma, etc. Por supuesto. Ello demandaría un estudio (que seguramente ya está hecho). Pero quiero señalar otra cosa: el modo brutal en que la invención de Chandler se encuentra en las películas de acción, aún hoy; la imposibilidad, diríase, de salirse de ello. Los diálogos, las colinas, los ambientes, las descripciones de rostros. Y los trabajos: “Nadie sabe la razón por la que sigues en este trabajo. No te haces rico, ni sueles divertirte”. Y las ironías: “¿Los pasillos son demasiado angostos para su personalidad?”. Y las frases secas como el cross arltiano: “Me observó como un entomólogo examina a un escarabajo”; “... yo siempre encuentro lo que busco, pero cuando lo encuentro deja de gustarme”. Los escenarios, las personajes, los bares. La presencia permanente del alcohol y el tabaco en los diálogos: “Así que se preguntan de qué estoy huyendo. Algún hijo de puta freudiano hizo de eso un lugar común”. Todo está allí, como la quintaesencia del policial norteamericano. Los usos de frases en castellano: “Hasta luego, amigo”; “hasta la vista, amigo”. Los desafíos entre personajes que pasaron a la historia: “¿pistolas y café al amanecer?, preguntó sin inmutarse”; “un disparo a ciegas”; “es un asunto personal”. Las reflexiones cuasi autobiográficas sobre el periodismo y la literatura: “Si yo fuera un tipo verdaderamente inteligente, y no un gacetillero de poca monta...”; “Soy escritor, se supone que entiendo las motivaciones de la gente. No entiendo ni una maldita cosa de lo que hacen los demás”; “uno pensaría que un escritor es feliz aquí, suponiendo haya algún lugar donde un escritor pueda ser feliz”; “escritores, todo tiene que asemejarse a alguna otra cosa”. El talento y los dilemas de la escritura: “¿no puedes dejar fluir la conciencia, infeliz, sin meter tres adjetivos, por Dios?”; “con frecuencia, las personas con talento son neuróticas”; “¿sabe cuándo un escritor puede decir que está acabado? cuando empieza a leer sus obras anteriores en busca de inspiración...”. Las observaciones sobre el sistema: “Una estafa comercial destinada a producir obsolescencia artificial”; “en nuestro país se puede conservar un cargo público a perpetuidad sin la menor cualificación para ello”. Los ácidos comentarios sobre la corrupción de policías y abogados: “Lo único feo del trabajo del policía son los policías que lo llevan a cabo”.

IV.

Podría decirse, claro, que el propio Chandler es en parte Philip Marlowe, o quisiera serlo. Pero es más sensato pensar, creo, que es la imagen viva de su personaje del escritor alcohólico y desesperado: Roger Wade. De Osvaldo Soriano, (que titula a uno de sus libros con parte de esta frase de Chandler: “Te lo dije cuando era triste, solitario y final”) a Quentin Tarantino (que en su obra maestra “Pulp Fiction” toma indudablemente elementos de esta tradición) se extiende una inmensa lista de obras que son subsidiarias de su pluma. Allí está el genio del pulp, publicaciones de poca monta que él transformó en alta literatura. Impresiona saber que publicó su primera novela recién a los 51 años. La voz, los temas, los tonos de un escritor en torno a unos pocos dilemas policíacos (y al modo en que un individuo que a la vez está dentro y fuera del sistema lo enfrenta) fueron succionados con desesperación de lactante por la industria del cine. Si se calcularan los derechos de autor por citas indirectas, la sucesión de Chandler sería a la fecha una de las fortunas más extraordinarias de todos los tiempos.