Señal de ajuste

La zona gris

La zona gris

Los protagonistas de “Public Morals” son policías corruptos, perciben coimas, rompen narices, obtienen favores sexuales e intervienen en la organización del juego.

Foto: Gentileza TNT

 

Roberto Maurer

Las culturas se desarrollan mediante reglas represivas que impiden que los seres humanos se devoren entre sí, en tanto procuran que se consolide su escasa vocación por la convivencia. De ese modo, avanzan las sociedades, y siempre con la ayuda de la policía. Por lo general, en las series policiales las fuerzas de la ley protegen a los bancos de los asaltos, a los ciudadanos de los asesinos seriales y a la sociedad del crimen organizado: es el lado estridente del delito.

“Public Morals”, que acaba de estrenar TNT Series (sábados a las 21), es la antítesis de las ficciones hollywodenses y de las afectaciones librescas de “True detective”. Esta vez, el género se ocupa de esa función menos espectacular de la tarea policial, la de custodio de la moralidad y el orden públicos: cuidan a la gente de sus propios “vicios”.

Se desarrolla en barrios irlandeses de Nueva York, en 1967, donde hasta las peores alimañas vestían de traje, corbata y sombrero, y el delito a perseguir por esa dependencia se localiza en las apuestas clandestinas, la pornografía, la prostitución y los bares gay. Un mundo raro, sin drogas, donde se hace cumplir hasta la legislación dominical.

Ser listo, pero no demasiado listo

Cuando el joven agente Shea es trasladado, lo recibe el jefe en su oficina. Sentado, se echa hacia atrás, cruza las manos y lo mira.

—Pareces un puto monaguillo -le dice-.Tienes buenos antecedentes, tu oficial de la 15 informa que eres un buen policía. ¿De verdad eres un buen policía? ¿O eres una suerte de inútil del que tenga que preocuparme?

Lo acompaña hasta la puerta, y en voz baja le aconseja:

—Trata de ser listo allá afuera. Pero no demasiado listo...

Luego lo recibe otro jefe, que le lee una guía acerca del sentido de la normativa a hacer cumplir para que la sociedad no naufrague: “Las leyes que gobiernan las costumbres de las personas son conocidas como leyes relacionadas con la moral pública. Son leyes restrictivas y diseñadas para controlar las acciones de la gente de la ciudad a fin de establecer un orden de vida social, armonioso y pacífico”.

Son policías corruptos, perciben coimas, rompen narices, obtienen favores sexuales e intervienen en la organización del juego. Andan de paisano y se sustentan en una filosofía propia de una vida donde la línea que separa la ley del delito es borrosa. A su modo, ejercen un modo de justicia paternalista. Ayudan a débiles, como una prostituta maltratada por un cliente, o son compasivos con un pobre tipo de Minnesota al cual detienen en una noche de módica juerga y que ruega que lo liberen porque es presidente de una asociación de padres. Ofrece un soborno de 300 dólares, de los cuales el policía sólo toma 200. “Has aprendido la lección de no joder con putas en Nueva York”, lo despide.

Como el vecindario, los policías son rudos irlandeses, han sido educados en escuelas de curas y monjas, y allí también envían a sus hijos para que aprendan a distinguir por dónde pasa esa línea que separa al bien del mal. Justamente, el primer capítulo se llama “A fine line” (“La delgada línea”).

Crímenes sin víctimas

La mesa chica, desde donde se organiza y reparte, se ha reunido porque desconfían del agente Shea. “No es nuestra clase de tipo. Tiene todo lo malo de los canas jóvenes de hoy en día. El pendejo fue a la universidad, por amor de Dios”, se quejan. Tampoco les cae bien que viva en un suburbio residencial y no en un viejo y sucio departamento como ellos. Se trata, por lo tanto, de ablandarlo con la filosofía realista de los policías que viven adentro de la realidad social.

—A la gente de esta ciudad le gusta mucho divertirse, pero gran parte de esta diversión está prohibida. Son crímenes sin víctimas. ¿Quién sale herido, eh? ¿Vas a encerrar a un par de viejos porque quieren tomar un trago un domingo a la mañana, o a la chica que se prostituye porque la vida le repartió una mierda de cartas? ¿Y qué pasa con los maricones? ¿Vas a cagar a esos pobres bastardos porque quieren estar juntos, tomar unas cervezas y jugar un poco con sus culos? ¿Y qué hacemos? Hacemos lo que se viene haciendo desde hace cien años: lo gerenciamos para la ciudad. Pensemos que somos como los caseros y que si quieres poner un negocio, tienes que pagar el alquiler.

Así se le explica al novato la regulación de la diversión a través de la coima, y se busca su complicidad.

—Te lo pregunto por única vez. ¿Estás adentro?

—Sí, señor -responde el joven agente, que puede ser un nuevo Sérpico.

Que se entienda, no hay solamente palabras en “Public Morals”. En ese clima de ambigüedad moral y personajes elaborados, existen la violencia, los conflictos familiares y la vida turbulenta de un barrio bajo donde pandilleros y policías se parecen, y a la vez coinciden en no comprender a las nuevas generaciones.

Es una experiencia inédita en las series de televisión, ya que permite referirse a la existencia de un solo autor: Edward Burns, alguna vez una promesa del cine independiente, que se desempeña en todos los episodios como guionista, actor, director y productor.