La mirada de los otros

La mirada de los otros

Pirandello y sus personajes. Dibujo: Lucas Cejas

 

Por Augusto Munaro

“Uno, ninguno y cien mil”, de Luigi Pirandello. Traducción de Rocco Carbone. Losada. Buenos Aires, 2015.

Luego de una banal observación sobre su defectuosa nariz, Vitangelo Moscarda se pregunta quién o qué es realmente. Desorientado, pronto intuye que no se conoce a sí mismo tanto como él creía. Verdaderamente no se siente como se ve. Pues él vive “en un estado de confusión continua, casi líquida, maleable dice el autor a través de su protagonista-; me conocían los demás, cada cual a su manera, en función de la realidad que cada cual me había asignado; o sea, cada uno veía en mí un Moscarda que no era yo, no siendo yo, precisamente, nadie (ninguno) para mí”. A partir de estas acciones avanza la ficción. Una larga y continua indagación sobre la identidad donde se siembran infinidad de preguntas. Así, Uno, nessuno e centomila (1924) es un ejercicio de descomposición del yo. Un intento de llegar a saber cómo los otros lo ven a uno. “Soy un extraño al que pueden ver y conocer solamente los demás, y no yo”, afirma y reafirma, incansablemente, en esta narración indagativa.

Las preguntas continúan formulándose: “Si para los demás no era el que hasta ahora había creído ser para mí, ¿quién era yo?”. Pues Dida, su mujer, Firbo, Quantorzo, Anna Rosa, monjas, porteros, sirvientes, todos y cada uno de ellos ven a un Moscarda distinto. Y éste no tarda en comprender que la subjetividad es tan fluctuante como pasajera: inaprensible. Los capítulos progresan a través de elucubraciones cerradas sobre sí mismas, llevándolo a verdaderos instantes de lucidez sobre la inconclusión del sujeto:“¿Para qué sirve entonces la conciencia? ¿Para sentirnos solos?”.

Esta ilusión que algunos llaman subjetividad, a su vez, trae consigo una serie de realidades psíquicas y sus derivados. La temática de la incomunicación entre personas es medular. “El significado que yo daba a mis palabras tenía sentido sólo para mí; y el significado que ellas adquirían para mi mujer, era una cosa muy otra”. Moscarda intenta nombrar a las cosas, de llamar a los objetos por sí mismos. Cargado de obsesiones, es poseído por una necesidad ciega de querer nombrar las cosas tal cual siente él que son. Pero falla una y otra vez. Encuentra, en cambio, un mundo de imprecisiones, de artificios, de falsedades, de vanidad. Como toda novela vanguardista, que se aparta de las usanzas novelísticas tradicionales, la presente es una obra abierta. Carece de cierre. No hay certezas conclusivas, sólo el genuino camino del desarrollo de una idea de incompletud rizomática. El signo de un malestar metafísico en su apogeo analítico.

Siguiendo la premisa del siciliano Luigi Pirandello (1867-1936), el hombre, condenado a permanecer en la oscuridad entre realidad y ficción, es el reflejo de una crisis de valores. Una que lo expone ante los abismos de la duda. La presente antinovela, refractaria a las nomenclaturas, y que tuvo una larga y compleja gestación de varias décadas, dialoga perfectamente con otros dos libros de autores europeos nacidos por los mismos años: La voluntad (Azorín, 1904) y Monsieur Teste (Valéry, 1929). Con esencial preocupación, los protagonistas señalan de una manera u otra- la siniestra ilusión de la realidad. Personajes que optan disolver su identidad para alcanzar una existencia cambiante. De modo que para el autor de El difunto Matías Pascal, el hombre es distinto ahora de lo que fue hace un instante y lo que será un momento después: parece ser uno y en realidad es cien mil personajes distintos o ninguno.

Toda la obra dramatúrgica de Pirandello, siempre con nihilismo desesperado, trata sobre la inaprensible realidad de la identidad, pero en ésta, su última obra narrativa, adquiere mayor claridad de síntesis y rigor. Su mirada relativista del mundo es categórica.

La traducción argentina del filósofo Rocco Carbone resulta ejemplar, ya que, tras cada giro verbal, logra transmitir el pulso de la lengua de Moscarda sin traicionar el acento rioplatense.

La mirada de los otros

Luigi Pirandello. Foto: archivo El Litoral