Insólito

Un hostal para morir en la India

Conocido como “Mukti Bhawan” o “Casa de la Liberación”, está ubicado en la ciudad sagrada de Benarés y tiene una estricta política de admisión: sólo huéspedes que vayan a morir en menos de dos semanas.

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Lugar sagrado. A pesar de su aspecto tenebroso, morir en el hostal supone liberarse del ciclo de las reencarnaciones y pasar directamente al Nirvana.

Foto: Agencia EFE

 

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Es uno de los lugares que se esparcen por la capital espiritual del país para acomodar durante sus días finales a los miles de devotos que desean exhalar aquí su último suspiro, algo que, según la tradición hindú, les liberará del ciclo de la vida y la muerte.

Se dice que un baño en el río Ganges lava los pecados y ser incinerado a sus orillas libra las almas de la reencarnación, pero morir en la más sagrada de las localidades bañadas por sus aguas es un pasaporte directo a la salvación, reservado sólo para los más privilegiados.

En una callejuela a un corto paseo del río, un pequeño jardín da paso a un edificio de fachada color cereza, cornisas amarillas y ventanas verdes. Nada más cruzar la puerta de la Casa de la Liberación, la estética amable del exterior muere a manos del gris que lo inunda todo.

Doce austeras habitaciones con las paredes desconchadas se disponen en dos andares alrededor de un patio central, en el que yace, solitaria, una vieja silla de ruedas.

Once puertas abiertas de par en par reflejan un aforo casi completo.

La temporada alta quedó atrás con el sofocante calor que en mayo y junio da a muchos ancianos su último empujón hacia el otro mundo, pero lo cierto es que el hostal “está lleno la mayor parte del tiempo”, según explica la nuera del gerente, Jyotsna Shukla.

Los provectos huéspedes de este hostal benéfico, a los que cobran únicamente los gastos de electricidad, proceden en su mayoría del mismo estado de Uttar Pradesh o del vecino Bihar y en ocasiones llegan incluso en ambulancia.

“Muchas veces están demasiados sanos, así que les tenemos que pedir que se vayan”, detalló la mujer, que regenta la propiedad junto al resto de su familia.

Reconoce que trabajar en un lugar así le resulta por momentos “escalofriante”, especialmente cuando escucha llorar a los familiares de los moribundos, pero su amplia sonrisa explica cómo el tiempo la ha enseñado a tomárselo con humor.

Entre risas, recuerda el caso de un hombre que, tras agotar el plazo de dos semanas, volvió una segunda vez dispuesto a alcanzar la liberación de una vez por todas. Al preguntarle si lo había logrado, Shukla explota en una gran carcajada y niega con cara de incredulidad: “tuvo que volver una tercera”.

El momento exacto de la muerte es siempre difícil de anticipar, a pesar de que para todos los que se hospedan aquí parece estar a un tiro de piedra.

Todos los huéspedes deben estar acompañados de al menos dos familiares en el momento del registro, si bien en algunos casos sólo uno de ellos se aloja en el hotel y el otro regresa a su vida hasta el día del desenlace.

Fuera del hostal, en las escaleras de acceso al río, las piras funerarias arden las 24 horas 365 días al año para cumplir con la alta demanda, elevando una hilera de humo al cielo por cada alma liberada.