Vivir de esperanza

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Círculos del “Paraíso”, de Dante Alighieri. Grabado de Gustave Doré.

P. Hilmar Zanello

Cuando San Pablo se dirigía a los cristianos que habían conocido la “Buena noticia” que aportaba la palabra de Dios, les decía: “Ustedes han pasado de las tinieblas a la luz”.

Había entrado en sus vidas una manera nueva de ver el mundo y sus realidades, con un corazón y ojos nuevos.

Entonces podían superar todo fatalismo y falta de sentido de la vida para abrirse a un futuro esperanzador.

Fue una invitación que el mismo Dios les proponía a recorrer un camino signado por la “esperanza cristiana”.

Era un camino que señalaba certezas esperanzadoras, iluminadas por realidades nuevas.

Certezas reveladas por las “promesas” que Jesús había hecho llegar a su pueblo y a los hombres de buena voluntad.

Esas promesas contenidas en el Evangelio de Jesús señalan las metas últimas de la vida, vida recibida por el poder de Dios, dado a conocer por su mismo hijo Jesús.

Podemos resumirlas como el anuncio esperanzador de una vida nueva después de la muerte, a través de la resurrección: “la vida eterna”; la certeza del amor de Dios; la certeza de su gracia en esta vida, que hacen posible que el hombre viva con dignidad y sea capaz de superar todo mal que pueda obstaculizar o detener la esperanza de un futuro glorioso en el Cielo.

La esperanza ha ocupado páginas sabias y confortantes como respuestas a una globalización moderna, situación que algunos la señalan con cultura depresiva con la dominación de la falta de esperanza cristiana.

Entre los mensajes más alentadores para fortalecer la vida con la luz de una verdadera esperanza, se destaca la Encíclica del Papa Benedicto XVI Spe Salvi (Salvados en Esperanza). Rom. 8,2-4.

Tal encíclica, leída detenidamente, puede convertirse en una garantía de fortaleza en nuestro tiempo tan lleno de incertidumbres, de violencias, dominado por la pérdida de un optimismo humano.

El Papa Benedicto ofrece el camino de una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, fatigoso por cierto, esperanza que lleva a una meta definitiva y feliz para todo hombre.

Este mensaje papal nos presenta en la Palabra la “esperanza cristiana” lo central de Jesús, con lo que ahora podemos iluminar los laberintos oscuros de la vida.

San Pablo les decía a los cristianos de Éfeso (2,12): “Antes de conocer a Jesucristo, vivían en un futuro sombrío y sin esperanza”, y a los Tesalonicenses (1 Tes. 4,13) les volvía a repetir en medio de las persecuciones y amenazas de perder la vida: “No se aflijan como hombres sin esperanza”.

Por eso es que los primeros cristianos, en medio de la “desesperación” vivían como hombres que tenían un futuro esperanzador, que sus vidas no acabarían en un vacío sino con la certeza de un futuro muy feliz.

Podemos concluir que merced a la “esperanza cristiana”, la vida terrena no está cerrada sobre sí misma, como con candado, porque la vida tiene un horizonte, está dominada por el futuro.

La vida no es un absurdo a pesar del absurdo de algunas vidas.

Nuestra existencia no está bajo el signo del “fatalismo” o del destino.

Esperar es una forma de creer y hacer presente el futuro.

La esperanza se vive en lo cotidiano de cada día; una esperanza para hoy y para el último día.

Una esperanza que da sentido en la vida de un enfermo o en la manera de encarar las situaciones conflictivas del sufrimiento.

Una esperanza que es declarar una confianza en Dios Padre que nos espera en la casa del amor.

Leemos en el libro de J. Folliet “La muerte es una victoria...”: “Creo Señor que al fin de la noche/ No está la noche sino la aurora/ Creo Señor que al fin del invierno/ No está el invierno sino la primavera/ Creo Señor que al final de la desesperación/ No está la desesperación sino la esperanza/ Creo Señor que al fin de la espera/ No está la espera sino el encuentro/ Creo Señor que al fin de la muerte/ No está la muerte sino la vida”.