La vuelta al mundo

El debate Nixon-Kennedy

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El 26 de septiembre de 1960 debatieron públicamente ante las cámaras de televisión los candidatos John Kennedy y Richard Nixon. No era la primera vez que los candidatos presidenciales debatían -una costumbre iniciada por Lincoln y Douglas un siglo antes- pero era la primera vez que lo hacían por televisión.

Hasta el día de hoy, se sigue recordando ese debate celebrado en la ciudad de Chicago y organizado por las cadenas CBS, ABC y NBC como un ejemplo de cómo el lenguaje corporal puede ser decisivo. En algunas facultades de comunicación social, todavía se estudian los detalles de ese duelo. Se demuestra a través de las imágenes las diferencias entre un candidato y otro. Kennedy lucía un elegante traje oscuro y una piel tostada que le otorgaba un irresistible aire juvenil; mientras tanto, Nixon vestía un traje claro que se confundía con los colores del estudio y durante la entrevista transpiró, se mojaba los labios con la lengua y en una o dos ocasiones sacó su pañuelo para secarse el sudor de la cara.

No concluyeron allí las diferencias. Kennedy se desenvolvió con solvencia, se sentó en su butaca, cruzó las piernas y cada uno de sus actos fueron medidos, sueltos. Cuando habló lo hizo algo acelerado pero sin perder la línea; en todo momento, se mostró sereno, confiado y sus movimientos así lo demostraban.

Nixon descuidó todos estos detalles. Unas semanas antes del debate se había lesionado la rodilla y estuvo internado en el hospital. Allí perdió cerca de nueve kilos y su rostro se demacró. Llegó al estudio ayudándose con un bastón; se sentó en la butaca asignada y dio la sensación de que no sabía dónde acomodar las piernas. Su imagen era la de la inseguridad y la improvisación. Para colmo, la barba crecida pareció seguir creciendo durante la filmación.

Tiempo después, recordando esas escenas, aconsejaba lo siguiente: “Confíen plenamente en su productor de televisión; déjenlos que les pongan maquillaje incluso si lo odian, que les diga cómo sentarse, cuáles son sus mejores ángulos o qué piensa hacer con sus cabellos. A mí me desanima, detesto hacerlo, pero habiendo sido derrotado una vez por no hacerlo, nunca volví a cometer el mismo error”. Después cometería algunos errores más graves, pero ésa ya es otra historia.

Se estima que alrededor de ochenta millones de personas vieron o escucharon por la radio este debate que duró exactamente una hora. Curioso. Los televidentes dijeron que Kennedy sacó una leve ventaja; pero los escuchas de radio afirmaron que quien se expresó con más solvencia fue Nixon. De todos modos, hubo dos evaluadores cuya opinión fue elocuente. Una, Jacqueline Kennedy, quien dijo mientras paseaba su embarazo de seis meses: “John estuvo brillante”. La otra, fue la madre de Nixon: “A Richard le pasa algo; o no se cuida o está enfermo”.

A este primer debate le sucedieron tres más. Nixon había aprendido la lección y tomó todos los recaudos para no tropezar dos veces con la misma piedra. Los observadores aseguran que el segundo y el tercer debate los ganó él, y el cuarto fue de Kennedy, pero la diferencia obtenida por el joven senador de Massachusetts en el debate de Chicago fue decisiva. Lo más lindo de todo es que Nixon creía hasta ese momento que a Kennedy le ganaba sin demasiadas preocupaciones. ¿De dónde obtenía tanta seguridad? Nadie lo sabe.

Veamos algunos detalles. Richard Nixon para esa fecha tenía cuarenta y siete años, había sido legislador y vicepresidente de Ike Eisenhower durante dos períodos. Para entonces, además de conservador se revelaba como un político experimentado, ducho en triquiñuelas y en el arte de improvisar chicanas. John Kennedy era cuatro años menor que su rival. Católico, una identidad religiosa que le dio satisfacciones pero también dolores de cabeza, y senador por segunda vez del estado de Massachusetts. Culto, simpático, inteligente, antes de polemizar con Nixon, lo había hecho con Hubert Humphrey y con Lyndon Johnson y a los dos les había ganado con comodidad.

Kennedy fue elegido candidato a presidente por la convención de Partido Demócrata celebrada en Los Ángeles. Allí, se impuso a varios dirigentes de fuste, entre los que merece mencionarse además de Johnson y Humphrey, a Adlai Stevenson, un político brillante de Illinois a quien sus sucesivas derrotas electorales con Eisenhower parecían no haber afectado su popularidad y el apoyo de los viejos barones del partido, a lo que se sumaba la adhesión de Eleanor Roosevelt.

Ninguno de esos honores le alcanzó a Stevenson para imponerse a Kennedy, quien dos semanas antes de la convención ganó por un abrumador porcentaje de votos en el Estado de Virginia, una jurisdicción de abierta filiación protestante. Como se sabe, Kennedy es hasta la fecha el único presidente católico de EE.UU. Esa distinción no impidió que sus rivales republicanos advirtieran sobre los riesgos de un presidente católico decidido a someter al Estado nacional a la fe sostenida por el Vaticano.

Fue en ese contexto que Kennedy declaró: “Yo no soy un candidato católico a presidente; soy un candidato del Partido Demócrata a presidente, que, de paso, es católico. Yo no hablo por mi Iglesia en asuntos públicos y la Iglesia no habla por mí”. Más claro echarle agua.

Nixon fue elegido en la Convención Republicana celebrada en Chicago. Sus rivales internos fueron Nelson Rockefeller de Nueva York y Barry Goldwater de Arizona. A los dos les ganó de orejita parada. Mientras Kennedy elegía de vicepresidente al senador y titular de la influyente Cámara de Senadores, Lyndon Johnson; Nixon designaba como compañero de fórmula al embajador en las Naciones Unidas, Henry Cabot Lodge.

Al momento de plantearse el debate, los candidatos medían parejo. En las condiciones en las que se desarrollaba la campaña electoral, a Nixon no le convenía el debate, pero lo aceptó porque, en primer lugar, los costos de rechazarlo habrían sido mucho más altos y, en segundo lugar, porque le sobraba confianza en sí mismo.

Está claro que se equivocó. No sólo que en el primer debate Kennedy le sacó una ventaja decisiva, sino que gracias a ese espectáculo televisivo, el candidato Demócrata se hizo conocer en todo el país. Se supo luego que Nixon no las tenía todas consigo. Ike no lo apoyaba como correspondía en la campaña electoral. Es más, cuando los periodistas le preguntaron si podía recordar alguna idea propia de su vicepresidente, respondió: “Si me dan una semana de tiempo a lo mejor se me ocurre alguna”.

Los propios asesores de Nixon subestimaban a Kennedy. “Ni es capaz de usar sombrero”, dijo un amigo de Nixon riéndose. La anécdota concluye con otro asesor que responde: “Tampoco usa sombrero Elvis Presley y es con esa novedad que nos tenemos que enfrentar y no sabemos cómo hacerlo”.

Mientras los republicanos jugaban a hacerse zancadillas entre ellos, Kennedy daba pasos decisivos. En los días previos al debate, Martín Luther King fue detenido en Georgia y Kennedy reclamó su libertad, mientras Jacqueline visitó a la familia del pastor. Ese gesto le valió el apoyo de muchos protestantes y de sectores representativos de la comunidad negra.

Lo cierto es que aquel 26 de septiembre, el debate se inició a las 20.30 en punto. Kennedy habló primero y éstas fueron sus frases iniciales: “Creo que el problema que enfrenta el pueblo americano es éste: ¿estamos haciendo todo lo que podemos hacer? Si fracasamos nosotros será la libertad quien sufrirá las consecuencias. No estoy contento como americano con el avance actual del país. Esta nación es una gran nación que podría serlo más aún. Lo que yo critico, Mr. Nixon, no es al país sino a los que lo están dirigiendo”.

Como se sabe, en los comicios del 8 noviembre, Kennedy se impuso por muy poca ventaja a Nixon, quien al otro día admitió públicamente su derrota. ¿El debate fue decisivo? La leyenda dice que sí, pero hay buenos motivos para creer que fueron varios los factores que decidieron el triunfo Demócrata, entre otros las “habilidades” electorales de Johnson en Texas y la mafia dirigida por Sam Giancana en Illinois. De todos modos, y siguiendo las enseñanzas de John Ford, todos en EE.UU. saben que cuando la leyenda y la historia entran en conflicto, lo que se debe contar es la leyenda.

por Rogelio Alaniz

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